Image: El sonido de las proteínas puras, por César Nombela

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Ciencia

El sonido de las proteínas puras, por César Nombela

100 años de Severo Ochoa

22 septiembre, 2005 02:00

Junto a Borst, Weisman, Billeter y Burdon. De músculos a proteínas (Síntesis), de Mª Jesús Santesmases. Archivo Severo Ochoa del Museo de las Ciencias Príncipe Felipe

Refiere el musicólogo Peris, de sus conversaciones con el Severo Ochoa melómano, cómo le manifestó que en la música de cámara "oyes" el 80% mientras que "ves" el 20%, justo al revés que en la música sinfónica, en la que la percepción auditiva se quedaría en el 20%, aunque se vea el 80%. Naturalmente la preferencia de Ochoa por la música de cámara no tiene por qué ser compartida, pero su formulación me parece una metáfora interesante sobre su propio trabajo científico. Los sonidos esenciales, de unos pocos instrumentos, en su estado más puro, me recuerdan a su aspiración de entender los procesos vitales analizando el funcionamiento claro de unos cuantos componentes, purificados a partir de las células.

Esta aproximación reduccionista, con base en la propuesta de físicos como Erwin Schrüdinger, dominó la escena científica durante la segunda mitad del pasado siglo, inspirando hipótesis y desarrollos metodológicos. Ochoa hizo, aún más suya, una frase lapidaria acuñada por su colega y amigo Efraim Racker, "no se deben malgastar ideas nítidas con proteínas impuras". Muchos de sus colaboradores, tal vez todos, hemos tenido que empeñar esfuerzos en la nada fácil tarea de purificar proteínas celulares. El gran Arthur Kornberg, que se inició con Ochoa como enzimólogo y acabaría compartiendo Nobel con su maestro, relata la tragedia que supuso la "aparente" pérdida de una preparación de enzima málica, obtenida de grandes cantidades de hígados de paloma, tras varias semanas de trabajo. Al incorporarme muchos años después al laboratorio de Ochoa, recibí también como primer encargo purificar una proteína, menos abundante, esencial para el funcionamiento de los ribosomas, que sintetizan todas las proteínas celulares. Pronto pude observar que podían separarse dos formas de este componente, lo cual podría tener alguna significación biológica. Ante mi perplejidad, simplemente me indicó que mezclara las dos fracciones ya separadas y prosiguiera con la purificación.

Las proteínas purificadas fueron siempre la base del trabajo de Ochoa. Formado en la Facultad de Medicina Complutense, aunque sin voluntad de ser médico clínico, se sintió fascinado por la indagación fisiológica acerca de procesos fundamentales como la obtención y transformación de la energía en el músculo. Llegó a dominar muchos detalles de los procesos metabólicos, oxidativos y transformadores de la energía que de ellos se deriva, a través de la fosforilación, para ser utilizada por las células. La respuesta estaba en los enzimas, proteínas capaces de fomentar esas transformaciones, muchos de los cuales "nacen" para la ciencia con la firma del científico asturiano. Muchas horas de trabajo artesanal, bien hecho, fueron necesarias para aislar tantas proteínas enzimáticas, así como preparar sus sustratos y analizar su funcionamiento (el mérito es notable, por la escasa formación química de Ochoa). Pero, para entender cómo había de llegar ese momento estelar hace falta profundizar en el período en que Severo Ochoa se ve inmerso en la carrera por entender los fenómenos de la vida de manera integrada. Llega en la mitad de la década de los cincuenta del pasado siglo. Importaba, como señala Carlos Asensio, ya, mucho más conocer los mecanismos esenciales, que seguir desgranando el catálogo de actividades enzimáticas. Además de la Bioquímica enzimológica había progresado la Genética de organismos sencillos, virus y bacterias, se acercaba el momento de sentar los detalles de la integración entre información (ácidos nucleicos) y función (catálisis proteica). Hoy nos podemos asombrar de que Benzer, ¡en 1950!, había podido cartografiar con pasmoso detalle una pequeña región genética del virus bacteriano T4, utilizando los métodos de la genética mendeliana. Otros muchos datos permitían a Watson y Crick formular -no sin timidez- un modelo de estructura del ADN.

En este contexto, Ochoa descubre en 1954 otro enzima -no uno más- sino la polinucleótidofosforilasa, que permitía obtener ácido ribonucléico in vitro. Muchas vueltas experimentales, muchas horas de laboratorio habría de pasar Ochoa para encajar la existencia de este enzima en un contexto que tuviera sentido. Había que establecer si precisaba un molde y un cebador (orden persistente) para deducir la relación de lo observado en el tubo de ensayo con lo que ocurre en la célula. Los avatares de este enzima acabaron demostrando su escasa relevancia biológica, pero su altísima utilidad experimental, fue nada menos que la herramienta para descifrar el código genético en sus fundamentos generales para todos los seres vivos.

El nacimiento de la Biología Molecular supone un tránsito de lo que Khun ha llamado períodos de "ciencia normal" a etapas de crisis y revolución que conducen a la sustitución de paradigmas. Severo Ochoa integró el grupo de quienes protagonizaron esa revolución, y lo hizo mucho más desde la experimentación cuidada y persistente que desde la reflexión. Hasta el final aspiró a desmenuzar el sistema, analizando sus partes in vitro, diríamos que para "escuchar" el sonido de cada componente. Creía posible entender así la vida en todo su dinamismo. Vivimos ya la era posgenómica, el catálogo de datos de la información genética se puede hacer exhaustivo para cada especie biológica, y así ha sido ya para varios centenares de ellas. Nuestra escala de posibilidades experimentales se ha expandido, pero seguimos buscando la funcionalidad de cada componente de la información, el lenguaje de la orquesta, en toda su armonía, lo apreciaremos y si percibimos el sonido de cada componente. Justo es recordar a un español, Severo Ochoa, que afinó bien en su percepción de las posibilidades de las proteínas aisladas.


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