Image: Objetivo: la Luna

Image: Objetivo: la Luna

Ciencia

Objetivo: la Luna

Dan Parry. Traducción de Narcís Lozano. Planeta. 416 pp., 21 euros

16 julio, 2009 02:00

Momento culminante de la histórica misión Apolo XI el 20 de julio de 1969

Digamos de entrada que este libro narra minuciosamente el memorable viaje espacial del Apolo 11, que llevó a dos seres humanos a pisar la superficie de la Luna y volver para contarlo. El periodista Dan Parry (1955) describe la aventura por etapas, intercalando los antecedentes experimentales de cada una de ellas y mezclando pinceladas biográficas de los tres astronautas que lo pilotaron: Neil A. Armstrong, Michael Collins y Edwin E. Aldrin Jr. Se trata de un excelente texto, escrito con brío y claridad, que guía con éxito al lector por los complejos detalles técnicos y por la ensalada de siglas y extraños apelativos que han caracterizado a la que tal vez haya sido la mayor aventura de la ingeniería desde la Gran Muralla. En paralelo con esta versión escrita se ha desarrollado una televisiva. Imaginen una estructura del tamaño de la Giralda de Sevilla, ahuecada para que más del noventa por ciento de su volumen pueda albergar la carga necesaria de combustibles y comburentes (3,300 toneladas), y que esa estructura se eleve a los cielos, para devolver al cabo de unos días una cápsula con tres personas que han viajado en su punta. Este escueto resultado involucró a más de 400.000 personas durante más de una década y costó más de 24.000 millones de dólares.

En el prólogo se narra la operación de alunizaje de un modo que el lector queda ya atrapado. Es ésta la única etapa de la misión que no había sido ensayada en condiciones reales, si bien en tierra se habían hecho todo tipo de simulaciones. En ella se concentra la verdadera novedad de la misión y su mayor riesgo. En vuelos anteriores, de los suborbitales a los realizados en órbita terrestre y luego en órbita lunar, se fueron ensayando con riesgo operaciones esenciales, tales como el paseo espacial, o la separación reversible del módulo lunar. La operación de alunizaje propiamente dicha resulta emocionante para el lector, que siente el riesgo como si él mismo la estuviera pilotando. No saben dónde han alunizado, pues se han pasado varios kilómetros del sitio asignado, sólo les ha sobrado combustible para unos 30 segundos más de una navegación que ha de hacerse en régimen manual para evitar rocas y cráteres, y además el ordenador no deja de reiterar un código de alarma que no saben interpretar y que luego resultaría corresponder a una sobredemanda de sus prestaciones. También en la operación de alunizaje reside el paso dado hacia lo desconocido: "un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad", dijo Armstrong al pisar suelo lunar, aunque existen discrepancias sobre las palabras exactas.

Si apartamos la retórica, el alunizaje puso fin a la carrera del espacio en su versión más estrictamente asociada a la guerra fría y fue un paso decisivo para los fines políticos del gobierno de Estados Unidos. Un Kennedy agobiado por el fiasco de Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles, y amenazado por la cadena inicial de éxitos de los vuelos espaciales de la Unión Soviética, declara como objetivo prioritario el de hacer un viaje tripulado de ida y vuelta a la Luna antes del fin de la década. Aunque carecía de entusiasmo por la aventura espacial, Kennedy sí tenía un certero instinto político que le llevó a elegir un objetivo del máximo poder de convocatoria. Si los rusos eran capaces de poner en órbita un balón de fútbol, también lo serían de despachar una cabeza nuclear donde quisieran. Sólo después de alcanzar la Luna se serenaron los ánimos y pudo emprenderse una exploración espacial en la que los objetivos tuvieran una base racional y científica, más que política, y en la que el esfuerzo tuviera un carácter internacional. Me refiero a la construcción de una base internacional en órbita terrestre y a los vuelos no tripulados a otros destinos. Después del vuelo del Apolo 17, en 1972, la Luna quedó olvidada como objetivo. Un total de 12 astronautas habían pisado su suelo.

En una Luna sin viento, las primeras huellas del hombre perdurarán intactas sobre el polvo, sólo expuestas a la azarosa agresión de los meteoritos. Sin la agresión del oxígeno o del viento, de la nieve o la lluvia, la base Tranquilidad permanece hoy como quedara aquel mes de julio de 1969, hace 40 años. Al amerizar, las cápsulas se desinfectaban y los astronautas eran sometidos a un complejo proceso de cuarentena para evitar que los microorganismos lunares, cuya existencia era muy poco probable, contaminaran la Tierra. "Irónicamente, la Luna en sí no recibió el mismo trato. En la búsqueda de rocas lunares, la NASA dejó 118 toneladas de material de desecho sobre la superficie lunar."

Las exigencias del frente propagandístico de la guerra fría determinaron que una hazaña colectiva como la del alunizaje se personalizara en los astronautas que la culminaron, especialmente en su comandante, Armstrong. Parry se atiene a ese protagonismo en su brillante narración. Sin embargo, puestos a buscar protagonismos individuales, habría que mirar también en otras direcciones. La labor de los astronautas es admirable tanto por lo compleja como por lo arriesgada. Sin embargo, es probable que el riesgo de la aventura espacial no fuera mayor para ellos que el que habían podido correr como como pilotos de pruebas en la base Edwards, en la que 62 pilotos habían perecido en sólo nueve meses de 1952. El trío de la misión de alunizaje nada hubiera sido sin los que les precedieron y, sobre todo, sin los que idearon y ejecutaron la hazaña técnica, de von Braun a los responsables de distintos aspectos del proyecto, tales como Robert R. Gilruth, Robert C. Kraft o John C. Houboult. Sólo el Eagle, la ligera nave de alunizaje, requirió 3.000 ingenieros. Houbolt, por ejemplo, un ingeniero de la NASA que hubo de saltarse varias veces el conducto reglamentario hasta acabar imponiendo la idea fundamental para el alunizaje -con una nave ligera desde una órbita lunar-, sin la cual nunca se hubiera cumplido el plazo establecido, hubiera merecido a mi entender algo más que una mera alusión marginal.

Francisco GARCÍA OLMEDO