"¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rancores y rabias”. Con esta claridad explicaba Don Quijote a su escudero en la segunda parte de la obra cumbre de Cervantes una de las emociones más corrosivas, junto a la codicia, la culpabilidad, la vergüenza, el odio y la vanidad, del ser humano, según Ignacio Morgado (San Vicente de Alcántara, 1951), director del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de libros como Emociones e inteligencia social y La fábrica de ilusiones.
Especializado en la forma en la que el cerebro procesa estos sentimientos, Morgado se planteó, como neurocientífico del Comportamiento, aplicar el método científico. Así nació Emociones corrosivas (Ariel), que continúa con lo tratado en Emociones e Inteligencia Social, su libro anterior. “Echaba de menos más estudios sobre este tipo de emociones”. ¿Sintió remordimientos Rudolf Höss ante el exterminio en Auschwitz? ¿Puede la mente de un etarra arrepentido como Iñaki Rekarte deshacerse del sentimiento de culpa? ¿Cómo leer el cerebro del codicioso Félix Millet al frente del Palau de Barcelona? ¿Qué impulsaba a Mario Conde, Blesa, Rato o Bárcenas a acumular bienes? Estos son sólo algunos de los ejemplos que Morgado analiza en su nuevo trabajo, muy pegado a la actualidad y a las enseñanzas de clásicos como el citado Cervantes o Gracián.
Pregunta.- Después de este estudio, ¿qué emoción diría que es la más corrosiva?
Respuesta.- El odio, porque es la que más altera la salud somática y mental cuando se implanta con persistencia en el cerebro. También porque es la que más cuesta eliminar y la que conlleva un mayor compromiso de dañar al (o a lo) odiado.
Morgado se detiene especialmente en este sentimiento corrosivo analizándolo a través de las creencias, los prejuicios, la homofobia, la ideología o el fanatismo: "A diferencia de la agresividad, el odio puede surgir sin que haya una ofensa personal previa. Puede aparecer, por ejemplo, de las creencias y prejuicios que tenemos, muchas veces irracionales, es decir, sin un fundamento lógico”.
P.- Ha elegido seis. ¿Había alguna más? ¿Ha dejado alguna de lado?
R.- Sí, por ejemplo, los celos. No la elegí porque ha sido muy tratada en todo tipo de publicaciones y yo quería explicar emociones poco abordadas anteriormente.
P.- ¿Qué emociones calificaría de 'menos malas'?
R.- La culpabilidad y la vergüenza son las menos malas porque funcionan como reguladores sociales que ajustan las motivaciones de una persona con las de los demás. Cuando sentimos vergüenza por haber hecho algo malo y los demás notan que nos avergonzamos no nos devalúan tanto como cuando los demás sienten que no nos importa lo que hemos hecho.
P.- ¿Existe algún aspecto positivo en este tipo de emociones?
R.- Sí. El mejor ejemplo es la regulación social. La codicia también puede ser, bien administrada, un estimulante del desarrollo económico y el crecimiento. Algo similar se puede decir de la vanidad en relación con la motivación y el progreso personal en diferentes facetas de la vida.
Estrés y empatía
P.- ¿Cuál de estas emociones está más arraigada en nuestros genes?
R.- Quizá la codicia porque podría haber evolucionado ancestralmente cuando los recursos de supervivencia eran escasos. Si querías sobrevivir tenías que atesorar para cuando vinieran mal dadas. De todas formas, ninguna de las emociones que trato en este libro tiene, hasta donde he podido investigar, una gran predisposición genética. La cultura y la educación son quienes más contribuyen a implantarlas en el cerebro y la mente de las personas.
El neurólogo apuesta por este tándem -cultura y educación- para combatir las emociones corrosivas: “La lectura en particular es un modo de humanizar, pues sirve para reforzar las habilidades sociales y la empatía, además de reducir el nivel de estrés de la gente. La literatura, al ser como una exploración en mentes ajenas, hace que quien lee se sitúe en el lugar del otro, viva mundos ajenos y mejore su comprensión de los demás”.
P.- ¿Puede el ser humano controlar algo que nace del instinto?
R.- Sólo limitada y temporalmente. En este sentido, el instinto siempre tiene fuerza para volver.
P.- ¿Dónde se localizan en el cerebro? ¿Qué zona las regula?
R.- Cada sentimiento es resultado de la activación de diferentes regiones cerebrales. Lugares comunes a todas ellas suelen ser los propios de las emociones en general: la amígdala, la ínsula, el núcleo putamen, la corteza cingulada... Las emociones son el resultado de la alteración del sistema interoceptivo, es decir, de las vísceras (corazón, tubo digestivo, riñones...). Las combinaciones de esas alteraciones hacen que el cerebro las perciba como diferentes sentimientos. Estos sentimientos son la percepción consciente de los cambios fisiológicos inconscientes y reflejos que ocurren en el cuerpo en situaciones relevantes de la vida de una persona.
Segun el también catedrático de Psicobiología las personas más propensas a sentir sentimientos como la vergüenza son las que, al experimentarla, liberan más cortisol desde sus glándulas suprarrenales: “Una cosa especial que hace el cortisol en las situaciones emocionales es activar regiones del cerebro como el hipocampo”.
P.- ¿Puede alguna de estas emociones calificarse de enfermedad?
R.- No hay un catálogo que lo especifique. Todos padecemos esas emociones y lo patológico puede llegar cuando se instalan en nuestro cerebro con permanencia. Convertir en prioritario el atesoramiento de dinero más allá de tus necesidades no deja de ser algo patológico, es decir, corrosivo, pues la salud física y mental están dañadas en quien vive de ese modo. Lo que las emociones corrosivas generan es algo parecido al estrés.
P.- ¿Cómo explicaría la corrupción desde las emociones corrosivas?
R.- La envidia, la codicia y la vanidad, solas o conjuntamente, pueden hacer que una persona acabe siendo corrupta.
P.- ¿Existe una manera de expresarlas por sexos?
R.- No he encontrado diferencias significativas de sexo en ninguna de las emociones corrosivas que he tratado. Las diferencias son más bien de tipo cultural.
P.- ¿Han transformado la forma de mostrar emociones las redes sociales, las nuevas formas de comunicación y de relacionarse?
R.- Las redes sociales permiten ejercer odios y vanidades desde el parapeto del ordenador, lo que estimula y desinhibe muchos comportamientos que quizá nunca se darían de una forma presencial. Creo que internet y las redes están cambiando profundamente nuestro modo de vivir y de comportarnos.