Mientras escribo estas líneas, y según datos online de la Universidad Johns Hopkins, se han confirmado 81.243 casos de coronavirus en el mundo, con un total de 2.770 muertes y 30.311 dados de alta. Curados. Cuando usted lea este informe, ya será historia. Por otra parte, según datos de los centros de vigilancia epidemiológica, la OMS y CDC, el 80 % de los infectados por el SARS-CoV 2019 experimentarán, si acaso, síntomas leves de Covid-19; un 15 % síntomas algo más graves y, finalmente, un 5 % necesitará asistencia sanitaria más intensa. Lógicamente, en este 5% cabría esperar cerca del 2 % de fallecidos en China -el colapso de su sistema sanitario por el aluvión de casos lo explica- o el 0,7-0,8 % fuera de este gran país origen de la epidemia, ya prácticamente convertido en pandemia.
Cambiamos momentáneamente de virus para centrarnos en la gripe, fundamentalmente en la gripe A. Aquel mismo virus que en 2009 copó la atención de todos los medios de comunicación tras los primeros casos en gente joven en México -llegué a ver un marcador digital en un congreso internacional que iba señalando la aparición de caso a caso-, con titulares, como ahora, alarmantes de "la pandemia de todas las pandemias". Esta gripe A, genotipo H1N1 es, hoy en día, el amigo nunca deseado que nos visita cada año por estas fechas. No hay titulares, no hay alarma, no hay acopio de comida imperecedera en las grandes superficies ni especulación salvaje con la venta de mascarillas, la mayoría de las veces, incluso, de calidad dudosa.
Sin embargo, la realidad de este virus H1N1, con una capacidad y, se piensa, vía de transmisión similar al nuevo coronavirus, es contundente: un informe del Sistema de Vigilancia de la Gripe en España, SVGE, correspondiente a principios del presente año señalaba que seguimos en plena campaña gripal, con un promedio de 54,6 casos por cada 100.000 habitantes -con su permiso, aquí también he incluido los casos de gripe B, minoritarios-, tenemos una tasa de hospitalizaciones cercana a tres -1,2 serán casos graves- por cada 100.000 habitantes, con más prevalencia, lógicamente, en el grupo de población más vulnerable superior a los 64 años. Entre estos últimos casos, el 10% podrá acabar en muerte. Con estos datos, le dejo el ejercicio de hacer cuentas y sacar conclusiones sobre el trato mediático que se le está brindando al nuevo coronavirus en detrimento de nuestra gripe de temporada. ¿Por qué?, ¿está justificada tanta alarma? ¿vamos hacia la verdadera pandemia global?
Estas preguntas y otras muchas siguen bajo la lupa en la poyata de los laboratorios científicos. Evite información conspiranoica alejada de dicho rigor de la ciencia y, en muchos casos, con intenciones espurias -mucho está tardando en aparecer algún libro o guion peliculero sobre el tema-. Se están haciendo bien las cosas, dada las circunstancias. Los sistemas de control y vigilancia epidemiológica -contando con la colaboración prácticamente desde el principio de las autoridades chinas- están aplicando los protocolos, ciertamente flexibles según los países, necesarios para tratar de contener la expansión del nuevo virus. El término "nuevo" está marcando la diferencia de trato con respecto a la gripe. Es el séptimo coronavirus que salta y se transmite entre humanos. Los dos últimos tuvieron una mayor virulencia demostrada; de ahí la preocupación por el SARS-CoV-2019, cuya secuencia genética recuerda claramente al SARS del 2002. Por lo demás, los coronavirus catarrales no son ajenos a nuestras vidas cotidianas. Si usted tiene el consabido "trancazo", sepa que, además de un posible rinovirus, el que sea un coronavirus no es, ni mucho menos, descabellado.
La alarma está justificada desde la vigilancia epidemiológica y la ciencia. Hay que tratar de contener, por supuesto, la expansión del nuevo agente infeccioso, estudiar cómo se ha transmitido a humanos, qué diferencias guarda con los virus catarrales, hacia dónde tiende su virulencia a medida que se expande y se adapta a nuestra especie, qué capacidad tiene de transmisión entre personas y animales -mascotas, por ejemplo- y seguir probando y elaborando nuevos antivirales -contra la proteasa o polimerasa viral, anticuerpos monoclonales y otra batería de opciones- mientras se perfilan vacunas definitivas. La alarma epidemiológica y científica está justificada, ¿y la social? Bueno, el miedo es un sentimiento legítimo que se produce ante la sensación de peligro (real o no). Aquí, la información cruzada entre los organismos oficiales, gobiernos y, sobre todo, medios de comunicación y fake news que se hacen virales, han jugado un papel importante para que, en muchos casos, la alarma social cruce la fina, pero significativa, frontera de la histeria colectiva… Finalmente, ¿qué pasaría si el virus termina convirtiéndose en pandemia global? Pues tendríamos varios escenarios…
El más deseado, llegada la derrota de la humanidad contra el "bichito", será el de un nuevo patógeno, de temporada, estacional, análogo a una gripe, pero, quizás, incluso menos virulento -aunque, también quizás, superior al de un catarro común-. En un par de años ya no habría titulares, ni alarma, ni venta fraudulenta de mascarillas, ni acopio de víveres. No obstante, podríamos tener otros escenarios. Desde una pandemia global atemporal a un aumento de la virulencia del patógeno. Estas opciones, francamente, no son contempladas por el conocimiento científico en virología, epidemiología ni, concretamente, sobre la familia Coronaviridae.