¿Puedo bajar a mi hijo al parque? ¿Puedo dar un paseíto cerca de mi casa? ¿Puedo salir, al menos, a hacer algo de deporte? Estas han sido, durante toda la semana, algunas de las preguntas más recurrentes que los oyentes, en radio, o espectadores, en programas de televisión, me han formulado. Ahora, desde la mañana del 15 de marzo del ya históricamente inolvidable 2020 con la declaración por parte del Gobierno de alerta sanitaria nacional, preguntas como estas dejan de tener sentido. Al margen de consideraciones sobre virulencia vírica en infecciones a una persona puntual, estamos ante una emergencia sanitaria con el único objetivo de escalonar los picos de afluencia a los hospitales de personas con graves síntomas por el coronavirus, por el ya temido y familiar SARS-CoV-2, HCoV o, si lo prefiere, aunque no sería correcto, COVID-19.
Esta lucha por intentar escalonar los contagios y tratar de atender al mayor número de pacientes -no solo infectados por coronavirus, sino a cualquier paciente que lo requiera- se va a hacer, que no le quepa la menor duda, con un coste económico sin precedentes. La magnitud de la recesión seguramente todavía no está vislumbrada ni por los mejores economistas. Claro está, que también podríamos hacer como, al parecer, ha propuesto algún país: dejar correr libremente al virus y pagar el coste humano -quizás cientos de miles de muertos entre la población más vulnerable- hasta alcanzar la denominada “inmunidad de rebaño”, eso sí, salvando, también quizás, la economía. ¡Elija modelo!
¿Tengo que usar guantes, mascarillas, desinfectantes a granel? ¿Me puedo infectar agarrándome a la barra del metro, del autobús, al carrito de la compra de los supermercados -aquí, sinceramente, me preocupa más la proximidad de la multitud que se agolpa a la entrada de las tiendas como si no hubiera un mañana-? Estas son otras de las cientos de preguntas que llevo contestando en los últimos días. Efectivamente, un estudio obviamente reciente -el virus seguramente no existía hace 4 meses- señala que el coronavirus puede subsistir en condiciones óptimas de temperatura, humedad y baja radiación solar, desde unas pocas horas hasta varios días en superficies lisas como metal, plástico o monedas. La higiene es fundamental, no tocarse la cara -algo que es complicado de llevar a la práctica- antes de lavarse bien las manos con agua y jabón puede salvarle de un contagio. Los guantes y mascarillas, si no está infectado, no es un profesional que trate con posibles enfermos o no está al cuidado de enfermos, no parecen ser necesarios -al menos no hay evidencias de ello-. Es más, los guantes podrían dar falsa sensación de seguridad y descuidar la primera norma de este párrafo: NO tocarse la cara con las manos -con guantes o sin ellos- posiblemente contaminados.
Entrando rápidamente en un ámbito meramente científico, siguen sin conocerse aspectos esenciales como qué secuencia genética o proteica confiere al nuevo coronavirus su alta capacidad para transmitirse entre humanos o para tener la virulencia que presenta; virulencia claramente inferior a otros parientes filogenéticos como el virus SARS-CoV-1 (2002-2003) o MERS (desde 2012). No obstante, también son muchos los aspectos que se han demostrado como, por ejemplo -y desbaratando el “chiringuito” que algunos querían montar con este bulo -fakenews- que el virus hubiera sido creado por perversas -o inconscientes- mentes. Las mutaciones necesarias para el salto y adaptación a humanos desde el murciélago de referencia eran imposibles de predecir “a priori”, es decir, antes de haber secuenciado los virus ya en humanos. No tendría sentido haber utilizado un virus de murciélago (RaTG13) alejado secuencialmente del virus de la COVID-19 cuando, por ejemplo, el del SARS habría tenido una secuencia mucho más próxima…
En cuanto a aspectos básicos del ciclo viral, además del famoso Science publicado hace ya varias semanas - una eternidad en la vorágine desenfrenada de la evolución de la pandemia-, se ha observado una secuencia proteica en el ligando viral -la espícula de la proteína S que se une a su receptor celular- con un sitio de corte proteolítico para las enzimas denominadas furinas, proteínas que producen cortes específicos -también visto con el virus de la gripe- y que podrían preparar a la proteína viral S para su mejor reconocimiento y anclaje al receptor celular, su puerta de entrada, algo que, además, podría suponer un factor de virulencia para que el virus produzca daños más allá del sistema respiratorio, como en el hígado o intestino delgado. Tal afirmación se me antoja, no obstante, algo controvertida, puesto que otros coronavirus como el SARS-CoV-1 no tienen este sitio de corte proteolítico y, sin embargo, el SARS de 2002 tenía una mortalidad de hasta el 10%, muy superior a su actual pariente. Otra cosa sería que esta nada sutil diferencia supusiera una mayor facilidad para la diseminación viral. El tiempo dirá. Otras incógnitas que actualmente están en la palestra -en realidad en la poyata- son cuestiones cruciales como la virulencia de las diferentes cepas, L y S, del coronavirus pandémico, el mecanismo último para la menor susceptibilidad o patogenicidad entre los más pequeños, la duración de la inmunidad tras la negativización de los infectados o si el virus, finalmente, será, o no, estacional.
Finalmente, unas líneas sobre nuevos tratamientos y vacunas. Más de 30 proyectos están centrados en ganar la batalla de poner en el mercado medicamentos tanto preventivos como terapéuticos contra este virus de la COVID-19; algunos de ellos, con “marca España”, como un posible tratamiento (Aplidin) contra algunos mielomas que también parece ser efectivo -a concentraciones menores de las oncológicas- contra, de momento, un coronavirus catarral -proyecto entre la empresa PharmaMar y el Centro Nacional de Biotecnología-. De hecho, desde este último Centro nos llega la noticia sobre el desarrollo de dos posibles vacunas que podrían generar protección de “largo recorrido”. Sea como fuere, el cumplimiento de las preceptivas fases clínicas hará que estos productos no estén con garantía en nuestros hospitales hasta, quizás, más allá de un año.
Las noticias, científicas, clínicas o sociales sobre esta gran pandemia del siglo XXI se suceden vertiginosamente. Seguramente, cuando lea estas líneas, horas después de haberlas escrito, ya serán pasado. Eso sí, lo que no parece cambiar, para mi tristeza e indignación, es la baja talla de algunos políticos que dicen representarnos mientras usan esta emergencia y alarma sanitaria para intentar arañar algún rédito electoral en vez de tratar de remar, todos conjuntamente, en la misma dirección. Triste. Muy triste.