No lo voy a negar. Tengo ya casi más curiosidad científica que necesidad vital por conocer mi estado inmunológico frente al posible SARS-CoV-2. Más de dos semanas después de los primeros síntomas leves –que afortunadamente no parecen haber evolucionado inadecuadamente– de algo compatible con el coronavirus, ya sin síntomas, sigo sin saber dos aspectos vitales para poder volver al seno familiar y abandonar este confinamiento voluntario dentro del confinamiento nacional impuesto por el estado de alerta sanitaria: ¿he tenido la COVID-19? En caso afirmativo, ¿sigo siendo portador? Y, finalmente, ¿soy seroconverso, es decir, he generado anticuerpos potencialmente protectores contra el virus? Cada uno de estos aspectos habría que abordarlos con pruebas distintas, pruebas que el Gobierno tendrá que implementar en todo el territorio nacional si queremos realmente tener la radiografía del estado de la cuestión de la pandemia en España.
A mis primeras preguntas, sobre si he tenido el virus y sigo siendo portador, las respuestas las encontramos en las pruebas genéticas de RT-PCR –lentas pero precisas–, y antigénicas, que comprueban la presencia de proteínas del virus y son rápidas, pero menos fiables: eres o no eres infectocontagioso. Ambas pruebas se realizan sobre exudados naso u orofaríngeos. En cuanto a las pruebas serológicas, a través de una muestra de sangre, destinadas a saber si ya has entrado en contacto con el virus, si tienes anticuerpos contra él y, plausiblemente, estás inmunizado, el Ministerio de Sanidad, a día de hoy (13 de abril), sigue sin aclarar cómo, a quién y cuándo van a iniciar sus denominados “sondeos”; algo que se me antoja vital para las medidas de “desescalonamiento”.
Llegados a este punto, quiero presentar una anécdota que puede que le aclare –o le confunda aún más– sobre los posibles escenarios de interacción con el SARS-CoV-2: Tengo una amiga, personal sanitario, con anosmia desde hace 15 días, que decidió salir de dudas y acudir a una de las empresas privadas que por un módico precio que ronda los 200 euros, le realizó un análisis RT-PCR y serología. Cinco días más tarde, los resultados fueron sorprendentes. Positivo para coronavirus –sin indicar cuántas unidades genómicas, algo parecido a cuánta carga viral, había en la muestra–, negativo para anticuerposIgM pero altamente positivo para IgG. ¿Buenas o malas noticias? ¡Depende! Los datos señalaban que, en el momento de la prueba, ya con 10 días con ligeros síntomas, mi amiga seguía siendo potencialmente infectocontagiosa –y digo “potencialmente” puesto que sin saber el dato cuantitativo de la PCR no se podría asegurar–, pero había dejado atrás la respuesta inmune primaria, la primera que se genera y que se caracteriza por la producción de anticuerpos del tipo IgM, presentando una clara respuesta, más efectiva, secundaria con la producción de inmunoglobulinas IgG.
Seguramente, mi amiga sea resistente a una nueva infección, pero, entonces, ¿cómo explicar el dato de la PCR positiva junto a la altaproducción de IgG? Malamente, pero no es extraño. A partir de los 7-10 días de la infección –no de los síntomas–, la respuesta inmune específica empieza a hacer acto de presencia con la generación de anticuerpos. Al principio, IgM, poco después, IgG –los que producirán memoria inmunológia, aunque sin saber todavía durante cuánto tiempo…–. Con la presencia de estas moléculas inmunoprotectoras, la carga viral empieza a descender, pero la horquilla hasta que la detección de viriones –partículas virales– deja de producirse puede ir desde una a varias semanas. No sé qué carga viral tenía mi amiga cuando se hizo la doble prueba, pero, seguramente, si se volviera a repetir la RT-PCR hoy daría negativa. Mi amiga se habría convertido, a todas luces, en una “ovejita” más en el rebaño de los inmunoprotegidos. Pasemos ahora a analizar este concepto de “inmunorebaño” y de horquilla donde podemos generar anticuerpos, pero seguir siendo potenciales transmisores del coronavirus, de cara a la vuelta al trabajo que el Gobierno les ha propuesto a algunos colectivos previamente clasificados como “no esenciales” –si es que este concepto existe entre los trabajadores de un país–.
¡No estoy de acuerdo! Al igual que otros compañeros, virólogos, inmunólogos, epidemiólogos o infectólogos, creo que es prematuro y que no hay indicios científicos ni estadísticos, más allá de un loable intento de no hundir aún más la economía nacional, para rebajar el estado de confinamiento obligatorio que teníamos impuesto durante las dos últimas semanas. A pesar de las medidas de protección que el ministro de Sanidad, Salvador Illa, ha prometido, con el reparto de unas nuevas mascarillas denominadas higiénicas o de barrera –tras haber leído la descripción de la Asociación Española de Normalización, UNE, no me ha quedado muy clara su diferencia con las quirúrgicas–, permitir transitar a cientos de miles de trabajadores antes de que la curva de nuevos casos, ingresos en los hospitales o muertes marque un descenso claro, sin ambigüedad, y definitivo, es temerario y podría condenarnos a nuevos rebrotes y… ¡vuelta a empezar! No basta con que se recomiende a los trabajadores con síntomas quedarse en casa. Hasta un 80% de los infectados pueden ser asintomáticos, incluso con detección de anticuerpos, como antes mostré. Esperemos no tener que lamentarlo dentro de un par de semanas. ¡Seré el primero en celebrar el error de mi exceso de celo! Mientras tanto, ¿alguna novedad? ¡Varias!
Cada vez son más las voces, desde todos los ámbitos, que sugieren que los datos aportados por el gobierno chino sobre casos y fallecimientos por coronavirus en su territorio están drásticamente –y alevosamente– infraestimados. Hay, al respecto, un artículo más que curioso sobre una misteriosa baja de más de 20 millones de móviles de forma abrupta en China durante los meses de la pandemia. De ser cierto que nos han dado cifras premeditadamente bajas, no acierto a saber el motivo, ¿no alarmar? ¿No dar una imagen de derrota ante el virus? ¿No admitir que el virus lleva en China entre humanos desde mucho antes del mes de diciembre? Dudo que lo sepamos…
Otra noticia que ha sido poco comentada en los medios y que solo el tiempo, breve, confirmará, o no, su veracidad nos vino desde una pequeña, casi desapercibida, publicación en la revista ChemRxiv desde la universidad china de Yibin. Puede ser uno más de los cientos de artículos que en las últimas semanas están proliferando por ingenieros, matemáticos o analistas sin haber hecho un solo experimento, pero me consta que la propuesta no ha pasado desapercibida entre algunos investigadores y médicos –o médicos investigadores–. Según su único autor, el virus de la COVID-19 atacaría a la cadena 1-beta de la hemoglobina, capturando las moléculas de porfirinas e inhibiendo el metabolismo hemo. ¿Qué es todo esto? El grupo hemo, del término griego “sangre”, es una estructura formada por una compleja molécula cíclica denominada porfirina con un ion de hierro en su centro. Forma parte de la hemoglobina, la que tiñe de rojo la sangre cuya función, como seguramente sepa, es transportar el oxígeno, vital para la vida, a todos los tejidos e intercambiarlo por el CO2. Según dicho artículo, algunas proteínas del coronavirus atacarían al grupo hemo a través de una de sus cadenas extrayendo el hierro y produciendo, poco a poco, la pérdida de la hemoglobina con el paulatino envenenamiento de las células pulmonares por la incapacidad de intercambiar el oxígeno por el dióxido de carbono. El resultado final representaría un cambio de paradigma: dejar de hablar de neumonía vírica para hacerlo sobre neumonía química, con serias implicaciones sobre los métodos clínicos que en la actualidad se están llevando a cabo para combatirla. El propio autor concluye el artículo apelando a su valor meramente teórico reclamando experimentación urgente al respecto. ¡Pues eso!
Finalmente, otra especulación, al menos a día de hoy. Según he podido leer –y ver– en algunos medios, la Academia Española de Dermatología y Venereología muestra varios estudios llevados a cabo en China e Italia con supuestas manifestaciones epidérmicas del SARS-CoV-2. Algunos dermatólogos hablan de problemas cutáneos en niños pequeños tales como erupciones, eczemas, ampollas –con términos como “algo parecido a los sabañones”–. Desde luego, de confirmarse experimentalmente, sería algo sorprendente y anecdótico con este tipo de virus –aunque sí se ha descrito con otros patógenos– y podría, en todo caso, atribuirse a una acción indirecta de la infección debido al efecto del coronavirus sobre la coagulación sanguínea, tal y como he sugerido en un párrafo anterior. Por otra parte, a falta de más datos, puestos a especular y teniendo en cuenta que estamos viviendo una experiencia traumática de confinamiento excepcional y sin precedentes en la historia mundial moderna, yo apostaría por una manifestación más casual que causal, es decir, un efecto sin la intervención molecular directa del virus; por la privación que estamos teniendo de luz solar –con lo que ello significa para la asimilación de algunas vitaminas–, de aire fresco, el estrés traumático al que está sometido todo un planeta y la convivencia, interminable, de familias enteras en hogares “no siempre con jardines y piscinas” como nos muestran muchos famosos cuando hablan de su “vida normal dentro de la cuarentena”. Lo dicho, meramente especulativo.