Manuel Martín-Loeches
Del Centro UCM-ISCIII de Evolución y Comportamiento Humanos. Coautor de El sello indeleble
¿Ir tirando? Hay que ser el mejor
Los humanos tenemos tendencia a buscar respuestas simples a problemas complejos, algo que muchas veces se demuestra inapropiado. El problema de la ciencia en España entraña probablemente cierta complejidad; no digo que sea grande, pero sí en unas ciertas dosis. Creo que varios factores, interactuando entre ellos, explicarían la mala situación en la que nos encontramos. Pero siendo humano y, por tanto, intentando simplificar (aún a riesgo de equivocarme), pienso que el problema le debe mucho a la existencia de una pobre cultura científica en nuestro país.
La inversión pública en ciencia es de las más bajas de la Unión Europea, siendo de un 1,24 % del PIB, frente al 2,06 % de media europea. Esta es la media, ya que algunos países la superan con creces; ya saben, los de siempre, los que muestran mejores índices de desarrollo y bienestar. No es casualidad. Sin embargo, estamos entre los primeros en producción científica básica. Esto quiere decir dos cosas. Una, que los científicos españoles valen mucho: con poco, sacan mucho. Otra, que, de cara al público, parece que lo estamos haciendo bien y que, por tanto, no necesitamos invertir más. Y con este “vamos tirando” –tan español–llevamos muchos años, a pesar delas quejas reiteradas del personal científico, por la escasez de medios y por la excesiva burocratización del sistema. Y aunque los porcentajes de productividad, en general, no sean malos, la producción de trabajos de excepcional calidad no parece estar a nuestro alcance. Basta con contar cuántos premios Nobel ha habido en España desde Ramón y Cajal. Y es que no basta con “ir tirando”, hay que marcarse el reto de “ser el mejor”. O, al menos, de estar entre los mejores.
Si aumentar el gasto de poco más de un 1 % del PIB a un 2 % no se ve necesario, la ceguera es total para hacer una inversión extraordinaria. Me temo que seguiremos como estamos durante muchos años
Mucha gente no entiende lo que es el trabajo científico, ni lo que es realmente la ciencia. Les resulta algo
lejano. Esta es una cuestión de cultura científica, de respeto y entendimiento. Creo que esto falla especialmente en España, probablemente fruto de su intrincada historia. La mayoría delos políticos, que son quienes en última instancia deciden cuánto y cómo se invierte en ciencia, están en la misma tesitura. Por eso no ven la importancia de invertir en ciencia. Y si las cifras dicen que, en general, tenemos bastante producción científica, pues ni se ve ni se entiende el problema. Si no hay problema, no hay nada que solucionar. Fin de la historia.
Además, ocurre que para poder alcanzar a los que están en cabeza no bastaría con invertir lo mismo. Haría falta un sobreesfuerzo de unos años para poder dotar al sistema científico español de infraestructuras (humanas, tecnológicas, organizativas, etc.) de última generación, pues gran parte del mismo vive en la obsolescencia. Si aumentar el gasto de poco más de un 1 % del PIB a un 2 % no se ve necesario (y no digamos ya al 3 % que plantea la Unión Europea como objetivo), la ceguera es total para hacer una inversión extraordinaria, aunque sea puntual. Me temo que seguiremos como estamos durante muchos años.
Manuel Lozano Leyva
Catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla. Autor de El sueño de sancho
El sabio energúmeno
¿Es un hecho histórico que España ha aportado poco a la ciencia y a la técnica? ¿Los intelectuales españoles han sido más proclives a las letras y a las artes que a las ciencias? Ambas respuestas pueden ser afirmativas, por lo que hay que indagar en las causas. Las cotas alcanzadas por infinidad de científicos e ingenieros españoles han sido de máximo nivel: Jorge Juan fue el primero que midió el meridiano, Domingo de Soto llegó a conclusiones galileanas décadas antes que el toscano (como reconoció el propio Galileo); Newton elogió al matemático gaditano Hugo de Omarique y Darwin citó infinidad de veces las 450 especies de pájaros catalogadas por Félix de Azara; el platino, el wolframio y el vanadio fueron descubiertos por españoles; la calculadora más avanzada de su tiempo, obra de Ramón Silvestre Varea, aún se expone en el museo de IBM; los descubrimientos médicos de Servet, Ferrán i Clua, Pagés Miravé llegan hasta Ramón y Cajal y Severo Ochoa. El dirigible y demás inventos de Torres Quevedo, el submarino de Peral, el autogiro de La Cierva, el traje espacial de Emilio Herrera…
Queda clara la causa. Desde la crisis de 2008 los políticos siguen considerando la investigación científica como un gasto, no como una inversión. Se recortan los presupuestos y ya está
Jamás ha faltado talento de primer orden en España para la ciencia y la técnica. Sin embargo, no hemos aportado tanta cantidad como Francia, Reino Unido, Alemania o incluso Italia… hasta que hubo voluntad política. Con el embrión en la UCD y el impulso del primer PSOE, la democracia española puso en pie el sistema actual de ciencia y tecnología. En diez años, España pasó del lugar 22 en la clasificación mundial de producción científica al 11, posición acorde con su nivel económico e industrial. Queda clara la causa del supuesto o real retraso, y el peligro es que desde la crisis de 2008 los políticos actuales han demostrado que siguen considerando la investigación científica como un gasto y no como una inversión. Se recortan los presupuestos y ya está. Justo lo opuesto que hicieron otros países, como Alemania.
¿De dónde surge pues lo que no es más que un tópico? Fundamentalmente de Unamuno, ese “energúmeno español” en apreciación de Ortega y Gasset. Su estúpido grito “¡Que inventen ellos!” no fue una desafortunada ocurrencia, porque es una entre muchas que siguieron a su disputa con el filósofo que quería europeizar España en contra del cenutrio que quería españolizar Europa. O ser “mejor africanos, como San Agustín”. Y cosas peores como que “la ciencia quita sabiduría a los hombres y la fe agoniza bajo la pesadumbre de la ciencia” o “¡Copérnico, Copérnico, robaste a la fe humana su más alto oficio y diste así con su esperanza al traste!”. La influencia de este supuesto sabio, sin duda energúmeno, engarza con una guerra civil y cuarenta años de dictadura y ya tenemos asentado el tópico de nuestra incapacidad para la ciencia y la técnica.
Hoy ya está felizmente desarraigado, pero debemos cuidar con firmeza que no retorne, porque no faltan indicios inquietantes. Afortunadamente tenemos el diagnóstico preciso de esa enfermedad: la falta de voluntad política.