Desde que Al Gore desató la tormenta perfecta (fama y divulgación científica) con Una verdad incómoda (dirigida por Davis Guggenheim en 2006), la lucha contra el cambio climático ha sido un buen abrevadero (si no trinchera) para famosos aspirantes a activistas. No es el caso de Leonardo DiCaprio, cuya acreditada conciencia climática le viene de cuna.
En su documental Before the Flood (Antes que sea tarde) toma partido hasta mancharse ante el escenario generado por el cambio climático, partiendo de El jardín de las delicias, de El Bosco. El gran trabajo de Fisher Stevens queda eclipsado, claro, por la omnipresente figura del actor estadounidense, que recorre el mundo (con parada en la Casa Blanca de Obama, Canadá, el Ártico y las selvas de Indonesia) para dar testimonio de las heridas abiertas por la contaminación, la escasez del agua, la deforestación, el tratamiento de plásticos y desechos, la extracción de combustibles fósiles, los excesos de la pesca o los efectos provocados por una movilidad poco o nada sostenible.
Un ciclo de vida
Parecida ruta es la que realiza el prestigioso naturalista británico David Attenborough en Una vida en nuestro planeta. Arranca el documental desvelando su edad, 93 años (en el momento del rodaje), y lo hace para significar que solo en su ciclo de vida, en su largo y apasionante trabajo alrededor de la Tierra, ha visto cómo han desaparecido especies animales y grandes masas forestales.
A su facilidad para comunicar aspectos concretos de la biodiversidad se añaden unas imágenes de tal belleza que conectan (y contrastan) con la información que va desgranando sobre su precaria situación actual. Attenborough deja claro que la naturaleza (fondos marinos, bosques... nada le es ajeno), es una pieza de relojería que, de fallar un solo mecanismo, se derrumbaría como un castillo de naipes. “Todavía hay una oportunidad para reparar el daño”, sentencia con la vista puesta en el futuro... y en el paisaje dejado por el desastre de la central nuclear de Chernóbil.
Soluciones tecnológicas
Pero si los trabajos anteriores avisaban sobre la situación que vive nuestro entorno, la tercera entrega que proponemos, ¿Podemos enfriar el planeta?, basa su metraje en lo que se puede hacer para revertir la situación desde la rigurosa praxis científica. Vemos cómo la geoingeniería busca (y encuentra) soluciones tecnológicas, desde plantar árboles y crear bosques “para que hagan el trabajo por nosotros” hasta extraer dióxido de carbono directamente del aire, intervenir en la atmósfera para reflejar la luz del Sol o el tratamiento del suelo para acabar con el metano (un gas de efecto invernadero 34 veces más potente que el temido CO2) a través del compostaje. El trabajo nos enseña que hay herramientas para “enfriar” el planeta. El reto está en aceptar estas verdades, ya demasiado incómodas.