De los múltiples aspectos que preocupan en el Día Mundial del Agua, este miércoles, 22, quizá el más acuciante es el de la situación de los ríos. A su escaso caudal, provocado por la falta de lluvias, se añade ahora la contaminación, la desaparición de las aguas subterráneas (“un río no es solo el agua que corre visible”), su uso agrícola y la plaga de las especies invasoras. Y sobrevolando todo ello, el lento desgaste que provoca el cambio climático.

Lo muestra muy bien el antropólogo Ramón J. Soria Breña en su reciente libro España no es país para ríos (Alianza). En este trabajo, "un viaje por las aguas que una vez amamos” y por los ríos, cuarenta, que marcan todos nuestros puntos cardinales y cuyo peor enemigo es el olvido. “Sin ríos limpios, corrientes y libres, gran parte de España se convertirá en muy pocos años en un triste desierto. Ante el cambio climático y la escasez de agua futuro o presente, las soluciones propuestas siguen siendo las mismas que hace un siglo: embalsar y exprimir un poco más los ríos”.

Consciente, como Heráclito, de que no se puede entrar dos veces en un mismo río, Soria no se da por vencido y vuelve una y otra vez a las aguas que han marcado su vida y realiza una radiografía personal, casi en forma de bitácora, de su estado actual. Estos son los diez que hemos seleccionado. Nos adentramos en algunos cauces capaces de llevarnos, como señala Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas, “a los confines de la Tierra”.

Guadiana, la invasión

Según Soria, está lleno de yerbajos. El camalote, el nenúfar mexicano y el helecho de agua cubren como una alfombra verdosa las superficies de algunos embalses y los tramos del río en los que las aguas están paradas y saturadas de nitrógenos en determinados momentos del año. “Si el agua de este río estuviera limpia y no saturada de nutrientes agrícolas, si corriera como solían correr los ríos españoles, no tendrían mucho éxito invasor ni mucho futuro. Sin embargo, estas plantas se encuentran con el caldo de cultivo perfecto para invadir, prosperar y quedarse”.

Saona, el desaparecido

“Me consta que hasta los años 80 del siglo XX el Saona existía", afirma Soria. En primavera y verano iba la gente de Santa María de los Llanos y de Mota del Cuervo a bañarse en “la gran piscina de agua helada que atesoraba”. Hasta siete molinos, señala el autor, movía el agua del pequeño río hasta que acaba en el Záncara. “Hoy, donde nacía el Saona ya no hay río. Ha bajado docenas de metros el nivel freático de las aguas por los miles de pozos que pinchan el acuífero 23, una enorme masa de agua que duerme a setenta metros de profundidad y que ocupa casi seis mil kilómetros cuadrados de La Mancha”.

Molino de Molemocho

Azuer, tocado... y ¿hundido?

Casi nadie conoce al “pequeño” río Azuer. Soria señala que muchos años ni corre. “Está seco, ya no alimenta a Daimiel. Nos asombra”, y añade: “Es posible que Cervantes no reconociese hoy estas tierras. El autor recorre los paisajes por donde transcurría su cauce: “Busqué el molino de Molemocho, que tenía, cuando estaba en funcionamiento, nada menos que cinco piedras de moler, así que el agua que entraba en esta fábrica no era poca. Pero ahora solo me encuentro con un hilito de agua verdosa, lavadoras abandonadas, reguerillos de vertidos con un olor sospechocso, el arado de la ribera hasta el mismo cauce, escombreras de obras y el triste abandono que he visto en otros cientos de ríos españoles”.

Tinto, minerales marcianos

Las bacterias, algas y hongos que prosperan en estas aguas acidísimas podrían vivir en el planeta Marte si hubiera allí ríos o agua líquida”, sentencia el autor de España no es país para ríos, que asegura que nos encontramos ente el mítico río Tartessos que describió Estesícoro, cerca de Eritía, donde se guardaban las manzanas de oro que regaló Zeus a Hera: “Hoy, las preciosas manzanas tienen sabor a petróleo y también a cobre, cinc, plomo, mercurio, uranio, litio, neodimio y todo tipo de minerales”. Considera Soria que el agua del río Tinto, su veneno, su color es muy visible “pero otros muchos ríos junto a antiguas minas tienen hoy el agua transparente. Parece limpia y llena de vida, pero en ellos apenas queda nada”.

Pelayos, el silencio vacío

La aleccionadora ruta de Soria recala en la sierra de Gredos, en la comarca de Guisando: “Río abajo nos encontramos un embalse, da igual el nombre. No está lleno, así que se ven las orillas peladas, marrones, lodo séco o húmedo. Cuando veo los restos del naufragio de uno de estos lugares, la arqueología de la destrucción, los árboles muertos, los ríos borrados, la desaparición de la sombra y la vida anterior, me puede la tristeza, la sensación de que nos robaron el lugar o lo malbaratamos y no nos importó. El silencio aquí estaba vacío”.

Arauz, libertad y pureza

El viajero se deja seducir por parajes que aún mantienen su libertad y su pureza por tierras palentinas: “Es difícil caminar por sus riberas y no desear seguir subiendo, no parar, llegar al nacimiento de estos ríos, dejar la huella de la bota junto a las huellas del oso, el lobo o el venado. Acariciar el liquen de la roca. Recordar otras montañas, todas las que subimos y tenemos en la memoria. Entender el privilegio de vivir en el segundo país más montañoso de Europa y el que tiene más ríos distintos”.

Tormes, nubes atlánticas

Llega Soria al río que amó Unamuno. “Dejo el Tormes agrario y me subo al salvaje que aún corre por encima del embalse de Santa Teresa. Contemplo el gran macizo de granito que detiene las nubes atlánticas y convierte la vertiente sur de estas montañas en un pequeño y discreto paraíso en el que se dan muy bien los cerezos, los naranjos y los árboles casi tropicales.

[A ponerse las pilas con energía solar]

Ablanquejo, intacto y salvaje

Estamos ante un “pequeño río intacto y salvaje, donde solo se atreven a venir unos pocos pescadores intrépidos”. De pronto, explica Soria, “tras atravesar con dificultad un cañaveral muy espeso con el agua por la cintura, parece que nos hemos metido por el túnel del tiempo de Irwin Allen, un agujero de gusano o puente de Einstein-Rosen, porque hemos salido de verdad a otro mundo, otro siglo o quizá otro milenio”.

Nacimiento del río Mundo

Mundo, ¿transparencia?

“No sé por cuanto tiempo quedarán ríos como el Mundo en nuestro mundo -explica el autor-. Lo que sí sabemos con certeza, podemos calcularlo, está en las cuentas de resultados, en la numerería económica y en la palabrería legal de los ministerios. Cuánto costó o cuánto ganaron por la destrucción de un tramo de río, que nunca fue un tramo sin la destrucción del río entero, al cortar su conectividad, su corriente brava y su transparencia”.

Rudrón, truchas y soledad

No se entendería esta ruta, a punto de concluir, sin las referencias de Soria a sus evocaciones literarias. “Miguel Delibes se compró una casa en un pequeño pueblo burgalés llamado Sedano, en el que había nacido Ángeles, su mujer. Hoy tiene poco más de cien habitantes y a su alrededor el campo sigue siendo más o menos salvaje o más o menos humanizado, pero no destruido. Cerca del pueblo sigue habiendo ríos limpios, como el Rudrón, llenos de truchas y soledad”. Soría recuerda sus paseos por el Rudrón hasta el Ebro y también el río Nela en las Merindades, “dos ríos delibesianos que salen en su libro Mis amigas las truchas y aún conservan su gracia”.