Image: Unos vienen y otros se van

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Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Unos vienen y otros se van

2 octubre, 2015 02:00

Nebulosa Helix. Foto: Nasa

José Manuel Sánchez Ron homenajea a Oliver Sacks, Stephen Jay Gould y Carl Sagan en el estreno de su nueva sección en El Cultural.

La vida es cambio permanente, un ahora evanescente, que inmediatamente se convierte en un antes que deja su lugar a un nuevo ahora. Y no sólo el cambio domina nuestras vidas, también lo hace con el Universo, al menos con el universo en expansión que nos acoge (podemos, es cierto, pensar en un universo inmutable, pero sería tan estéril que mejor no pensar en él; para nosotros no tiene sentido, más allá de una posible curiosidad matemática, de modelo cosmológico). Y acorde con ese ir y venir, hoy me presento ante ustedes, apreciados lectores, con esta nueva sección de El Cultural, dedicada a la ciencia. La he bautizado Entre dos aguas porque mi intención es moverme entre dos territorios que no pocos consideran separados, el de la ciencia y el del mundo de "lo social", el de la vida de todos y de todos los días. Mi propósito es ir desgranando historias que muestren de qué manera tan natural y necesaria se inserta la ciencia (y su hermana, la tecnología) en la sociedad, y el recíproco, la sociedad en la ciencia. No pretendo "divulgar" la ciencia a la manera más frecuente; esto es, explicando tal o cual hecho o desarrollo científico, aunque de paso, como bono añadido, no protagonista, también espero lograr esto.

Lo que busco es que se interesen por la ciencia, que sepan de ella sin que piensen: "Bueno, la ciencia es, ciertamente, importante. Me tengo que esforzar por aprender algo de ella". Aunque no está nada mal hacer esto, aprender ciencia (¿no nos esforzamos, por ejemplo, por aprender idiomas, o qué sé yo, por saber distinguir estilos arquitectónicos?), seguramente no es este el lugar para ello. Les hablaré del pasado -profesionalmente, soy un antiguo físico teórico reconvertido en historiador de la ciencia-, del presente y también, ¿por qué no?, de lo que yo supongo nos deparará el futuro. Al fin y al cabo mi idea de la historia coincide con la que expresó en 1938 (La storia come pensiero e come azione) el historiador, sociólogo y politólogo italiano Benedetto Croce: "La cultura histórica tiene por fin conservar viva la conciencia que la sociedad humana tiene del propio pasado, es decir, de su presente, es decir, de sí misma; de suministrarle lo que necesite para el camino que ha de escoger; de tener dispuesto cuanto, por esta parte, pueda servirle en lo porvenir".

Aprovecharé cualquier resquicio posible para tratar asuntos de ciencia; los hay por todas partes. De hecho, no se trata sólo de que sus conocimientos sobre la ciencia aumenten, y que al hacerlo sepan moverse mejor por la vida, sino que su cultura sea más profunda y cabal. Porque el concepto más habitual, o más frecuentado, de "cultura" está severamente disminuido -tal vez no para algunos de los que están leyendo ahora estas líneas, pero sí, ay, para la mayoría-; apenas entra en él el aire fresco, constantemente renovado, de la ciencia. La "Cultura", escrita con mayúsculas, sin la parcialidad de quienes parecen apropiarse de ella -o se les permite-, no se limita a la literatura, el cine, la música o las artes plásticas (benditas sean todas ellas). La ciencia y la tecnología forman parte, y muy importante, de ella. No es verdad aquello que escribió, con gran belleza desde luego, Aldous Huxley (Literatura y ciencia; 1963): "el químico, el físico, el fisiólogo son habitantes de un mundo radicalmente distinto" al de la literatura, su mundo no es el de "las propiedades múltiples, sino del mundo de las regularidades cuantificadas".

De hecho, él, nieto del gran zoólogo, evolucionista (en su tiempo se le llamó "el bulldog de Darwin"), fenomenal expositor y tremendo polemista, Thomas Henry Huxley, debía haber sabido mejor qué es la ciencia, saber que el universo del que trata la literatura - "el mundo en el que las personas aman y odian, en el que triunfan o se les humilla, en el que se desesperan o dan vuelos a sus esperanzas; el mundo de las penas y las alegrías, de la locura y el sentido común, de la estupidez, la hipocresía y la sabiduría, de la discordia entre la pasión y la razón, del instinto y de las convenciones, del lenguaje común y de los sentimientos y sensaciones para los que no tenemos palabras"-, es también el mundo de los científicos. ¿Tenemos palabras para reconstruir lo que debió sentir Galileo cuando fue obligado a abjurar por la Inquisición romana en 1633? ¿O para el dolor, para la humillación que sin duda aquejó a Jocelyn Bell cuando fue excluida del Premio Nobel de Física de 1974, en beneficio de su jefe, Martin Ryle, por el descubrimiento de los púlsares, en el que ella había desempeñado un papel central? Y otro tanto se puede decir del imaginativo y concienzudo físico Fred Hoyle, al que - sin duda porque entonces defendía un modelo cosmológico contrario al del Big Bang - la Academia Sueca de Ciencias no consideró digno de compartir con William Fowler el Premio Nobel de Física de 1983 por "sus estudios teóricos y experimentales de las reacciones nucleares de importancia en la formación de los elementos químicos del Universo", estudios que había realizado junto a Hoyle.

No hay "Ciencias" y "Letras" como mundos separados. Sólo personas culturalmente disminuidas que establecen fronteras inexistentes. El mundo al que yo trato de pertenecer, y al que desearía que me acompañasen, es el de la "República de las Letras" que soñaron los buenos, viejos ilustrados, como el filósofo Diderot y su compañero en aquella maravillosa empresa que fue la L'Encyclopédie o Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers, el matemático y físico D'Alembert.

Unos vienen, yo aquí, y otros se van. El caso reciente del neurólogo Oliver Sacks (1933-2015), cuya muerte anunció él mismo, conmoviéndonos e iluminando nuestros espíritus como antes lo habían hecho las historias que nos contó sobre personajes anónimos, pero reales, como el hombre que confundió a su mujer con un sombrero, o los gemelos John y Michael, que navegaban por sus vidas en silencios autocontenidos prácticamente sólo interrumpidos por "conversaciones" numerológicas. Sacks, junto al paleontólogo y biólogo evolutivo Stephen Jay Gould (1941-2002) y el astrofísico Carl Sagan (1934-1996), son los modelos que aspiraría poder seguir.

En uno de sus libros, El mundo y sus demonios (1995), Sagan escribió unas líneas que quiero recordar ahora: "Los que no pueden soportar la carga de la ciencia son libres de ignorar sus preceptos. Pero no puede servirse la ciencia en porciones aplicándola donde nos da seguridad e ignorándola donde nos amenaza... porque no somos bastante sabios para hacerlo. Excepto si se divide el cerebro en compartimentos estancos, ¿cómo es posible volar en aviones, escuchar la radio o tomar antibióticos sosteniendo al mismo tiempo que la Tierra tiene unos diez mil años de antigüedad y que todos los sagitario son gregarios y afables?".

No son muchos los que, científicos o no, son capaces de educar y conmover con sus escritos sobre ciencia. Es preciso ir más allá de la mera divulgación, penetrar en los ricos y alambicados dominios en los que se funden el ensayo, la divulgación y el arte narrativo. Hoy, al inaugurar esta sección, quiero rendir tributo de admiración y agradecimiento a esos tres grandes maestros en el difícil y humanitario arte que practicaron. ¡Ojalá pueda imitar algo de ellos!