Image: Los Premios  Nobel

Image: Los Premios Nobel

Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Los Premios Nobel

30 octubre, 2015 01:00

No existe mayor reconocimiento que recibir un Premio Nobel. Ahora bien, cualquier premio refleja los valores de quienes los otorgan, y éstos a su vez se ven influidos por los criterios y expectativas de la época. Los ejemplos en este sentido son numerosos. No es ocioso recordar algunos, pertenecientes a las ciencias.

En el año en que se celebra el centenario de la formulación de la teoría de la relatividad general, merece la pena recordar que cuando Albert Einstein recibió el Premio Nobel de Física correspondiente a 1921, fue por un resultado menor, comparado con las teorías especial y general de la relatividad: la explicación que dio al efecto fotoeléctrico. Si finalmente recibió el Nobel fue porque la presión era demasiado grande y porque aquel año se incorporó a la comisión que lo decidía Carl Oseen, un defensor suyo. Aun así, el diploma que recibió Einstein incluye un texto insólito en la historia de los premios, al señalar explícitamente que no estaban nada seguros de que la teoría de la relatividad general fuese correcta, pese a que en su haber ya contaba con la explicación del desplazamiento anómalo del perihelio de Mercurio y de la curvatura de los rayos de la luz en presencia de un campo gravitacional.

Es posible que la comisión sueca aún no valorase demasiado la física teórica (de los premios anteriores, 15 fueron por contribuciones experimentales, mientras que 4 lo fueron por teóricas), aunque tampoco fueron muy consistentes en este sentido: por ejemplo, tardaron en valorar la astrofísica observacional; no fue hasta 1974 cuando esta disciplina fue tenida en cuenta, al ser galardonados Martin Ryle y Antony Hewish "por sus investigaciones pioneras en astrofísica", relacionadas con el descubrimiento de los púlsares. No creo que fuese la mejor decisión: debieron dárselo a Jocelyn Bell, quien descubrió en 1968 los púlsares, compartido, tal vez, con Thomas Gold, quien propuso enseguida que en lugar de ser, como todos pensaban, estrellas normales que pulsaban, se trataba de estrellas de neutrones que rotaban con enorme rapidez. Bell, por entonces estudiante de doctorado, dejó el lugar que le correspondía a sus jefes, a quienes, sin duda, el descubrimiento debió mucho, pero que no tuvieron la fortuna de "estar allí" en el momento decisivo. Claro que esto no es nada comparado con la apropiación que Selman Waskman, Premio Nobel de Medicina en 1952, hizo del descubrimiento de la estreptomicina, el primer antibiótico efectivo contra la tuberculosis, debido a un subordinado suyo, Albert Schatz.

La verdad tarda a veces tiempo en abrirse camino, pero la historia es un juez paciente, aunque esto pueda ser un pobre consuelo para los personajes implicados. Edwin Hubble, el responsable del descubrimiento observacional (1929-1930) más importante de toda la historia de la astrofísica y cosmología, la expansión del Universo, no sólo no recibió el Premio Nobel, que sin duda merecía, sino que nunca fue propuesto para él. Otra manifestación de "tardanza" es el retraso con que frecuentemente se otorgan los Premios. El de Medicina de este año se ha adjudicado a descubrimientos realizados hace más de 30 años (la avermectina, contra las infecciones parasitarias, y la artemisinina, componente natural de una planta, la artemisa, que combate la malaria). Algo menos, 17-13 años, es el tiempo que ha transcurrido entre las investigaciones galardonadas ahora con el Premio Nobel de Física, que confirman que los elusivos neutrinos tienen masa. Por cierto, este es el tercer Premio que se da a trabajos sobre los neutrinos: en 1995 lo recibió Frederick Reines, por detectarlos en reacciones de fisión nuclear, y en 2002 se otorgó la mitad del premio a Raymond Davies y Masatoshi Koshiba por la detección de neutrinos cósmicos. Y es que la ciencia es, por encima de todo, una empresa comunal.