Image: Correspondencias (y 2)

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Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Correspondencias (y 2)

3 junio, 2016 02:00

Imagen del cometa Halley. De Cielo y tierra (Phaidon).

José Manuel Sánchez Ron termina su recorrido por los grandes hitos de las correspondencias científicas de la mano de Galois, Halley, Newton, la familia Curie y Darwin. "De vez en cuando -explica- se descubren cartas que permanecían sepultadas en el más profundo cajón del olvido".

La carta que Lavoisier escribió a su primo Augez de Villers poco antes de ser ajusticiado en la guillotina en 1794, y que cité la semana pasada, es ciertamente un caso singular, difícilmente repetible en su dramatismo. Sólo se me ocurre pensar, como situación parecida, en Évariste Galois quien previendo que lo más probable era que no sobreviviese -así sucedió- en el duelo a espada que le esperaba el día siguiente, contra un militar experimentado en ese arte, pasó la noche del 29 de mayo de 1832 escribiendo un esbozo de sus revolucionarias ideas matemáticas -más revolucionarias y, a la postre, más permanentes que las que defendía en política-, en forma de carta a su mejor amigo, Auguste Chevalier.

"Mi querido amigo", comenzaba, y podemos imaginar fácilmente la emoción, dolor y angustia que debía de embargar a aquel joven de 21 años, con toda una vida, en principio, por delante, "en análisis he hecho muchas cosas. Unas conciernen a la teoría de ecuaciones; otras, a las funciones integrales", tras lo cual, en unas pocas páginas, exponía conceptos y métodos pioneros que después permitirían a matemáticos, en especial al noruego Sophus Lie (1842-1899), descubrir relaciones estrechas entre teorías consideradas hasta entonces como distintas, el caso -de enorme valor para la física teórica- de la búsqueda de soluciones de ecuaciones algebraicas y su conexión con la teoría de grupos, estructura matemática cuyo origen se debe al propio Galois. Al final de su carta a Chevalier, Galois escribía: "Tú sabes, mi querido Augusto, que estos temas no son los únicos que he explorado". Y después de mencionar algunos en muy pocas líneas, añadía: "Pero no tengo tiempo y mis ideas en este campo, que es inmenso, no están suficientemente desarrolladas". De esta manera nos dejó con la duda, que nunca podremos resolver de qué hubiera sido capaz de hacer si hubiese vivido más, una duda que no ha hecho sino hacer crecer su leyenda.

Un aspecto apasionante de las correspondencias es que se descubren cartas que permanecían sepultadas en el más profundo cajón del olvido."

Las ideas matemáticas de Galois sobrevivieron, por tanto y sobre todo (había publicado algún trabajo con anterioridad) gracias a una carta. Y es que el universo de las correspondencias es como un espacio multidimensional en el que es posible encontrar todo tipo de situaciones y protagonistas. Junto a cartas con contenidos importantes para el avance de la ciencia, se encuentran otras que muestran aspectos de la personalidad de su autor. Un ejemplo de este último tipo son las cartas que se intercambiaron, entre mayo de 1686 y julio de 1687, Isaac Newton y el filósofo natural y astrónomo Edmund Halley, de fama imperecedera por el cometa que lleva su nombre (reconocimiento debido a que fue el primero que calculó su órbita).

El asunto era nada más y nada menos que la edición (preparación del manuscrito, composición del texto y corrección de pruebas) de esa obra monumental que al mismo tiempo que presentaba un sistema cerrado de leyes del movimiento (utilizadas todavía, aunque con matices), incluido el planetario, establecía definitivamente el moderno método científico: Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (Principios matemáticos de la filosofía natural, 1687). En esas cartas, se aprecia cómo Halley tuvo que soportar y vencer las objeciones del siempre susceptible e iracundo Newton, quien llegó a amenazar con no incluir la tercera parte del libro, "El sistema del mundo", joya inmensa en la que presentaba la ley de la fuerza gravitacional, que permitía explicar cualquier movimiento afectado por la gravitación, incluido, por supuesto, el de los cuerpos del Sistema Solar.

A modo de ejemplo, citaré lo que un angustiado Halley -quien finalmente tuvo que pagar los gastos de la edición el libro- escribía a Newton el 29 de junio de 1686, cuando éste se había indignado por unos comentarios de Robert Hooke: "Estoy profundamente apenado de que en este asunto, en el que toda la humanidad debería manifestar su deuda con usted, encuentre algo que le perturbe, o que cualquier disgusto le haga pensar en desistir de sus pretensiones. No vea en esto sino la envidia de sus rivales por su felicidad, que pretenden perturbar su pacífico disfrute; cuando considere todo esto, espero que encuentre motivos para alterar su anterior resolución de suprimir la tercera parte del libro". Como vemos, en esta carta (incluida en el tomo segundo de los siete que componen la Correspondence de Newton, publicada por Cambridge University Press entre 1959 y 1977) Halley utilizaba bien el astuto, cuando no servil, arte del halago para intentar calmar al fácilmente excitable Isaac.

También se pueden encontrar en las cartas detalles que habitualmente desaparecen ante las vibrantes marejadas de celebraciones públicas. Un ejemplo, divertido al igual que significativo, se halla en un libro publicado en castellano el año pasado, Marie Curie y sus hijas. Cartas (Clave Intelectual). En él se puede leer una carta que Marie Curie escribió el 22 de abril de 1931, desde Madrid, a donde llegó acompañada por su hija Ève, a su otra hija Irène, futura Premio Nobel de Física como su madre y su padre: "Llegadas a Madrid y recibidas en la estación por un amable grupo de personas y un magnífico ramo de claveles rojos, caemos en nuestro alojamiento de la residencia de señoritas en donde estamos heladas porque la calefacción se ha apagado. Ève te contará la batalla por recuperar la susodicha calefacción. Te escribo al lado de un radiador tibio, sin tiritar, y espero que esta noche el frío no me impida dormir y no me produzca pesadillas como la noche pasada".

Marie había ido a Madrid invitada por la nueva República española, que la descubridora del polonio y el radio admiraba mucho, por como escribió Irène, "simpatía hacia el progreso social, pero también porque aquella revolución se hizo sin violencia". Hoy la visita de Curie es recordada, tanto en el contexto de la historia general de la recepción internacional de la Segunda República, como en el de la historia de la Residencia de Señoritas, establecida, con María de Maeztu como directora, en 1915 por la benemérita Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, institución fundada en 1907 y disuelta por el régimen que surgió en 1939. Es justo este recuerdo, pero ¡que frío debía hacer allí!

Otro aspecto apasionante de las correspondencias es que, de vez en cuando, se descubren cartas que permanecían sepultadas en el más profundo cajón del olvido, prestas a desaparecer para siempre. Y cuando se trata de personajes famosos, no pocas veces esas apariciones súbitas afloran en el mundo de las subastas. El 21 de septiembre de 2015, la casa Bonhams, de Nueva York, subastó una carta que Charles Darwin escribió el 24 de noviembre de 1880 -veintiún años después de la publicación de El Origen de las especies y sólo dos antes de que el gran naturalista falleciera- a un joven abogado de nombre Frederick McDermott, quien se había dirigido a él un día antes pidiéndole que le diera "un Sí o un No a la pregunta ¿Cree usted en el Nuevo Testamento?".

Y Darwin, habitualmente reacio a tratar de estas cuestiones, contestó, aunque no conocía al peticionario. Su respuesta fue muy breve, pero también muy esclarecedora: "Querido señor, siento informarle que no creo en la Biblia como una revelación divina y, por consiguiente, tampoco en Jesucristo como el hijo de Dios. Suyo atentamente, Ch. Darwin". El precio de salida estimado por Bonhams fue de entre 70.000 y 90.000 dólares. Se vendió, ¡una sola página!, por 197.000 dólares, triplicando el record anterior de una carta suya, de cuatro páginas, que había enviado a una sobrina. Es fácil comprender el interés.