Image: Riesgos naturales: erupciones solares

Image: Riesgos naturales: erupciones solares

Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Riesgos naturales: erupciones solares

4 noviembre, 2016 01:00

Tormenta solar. Fuente: Soho, ESA, NASA

Hace unos días Obama recordó la fragilidad humana al dictar una orden ejecutiva para que se estudien las medidas que se deberían tomar ante una posible gigantesca erupción solar. Jose Manuel Sánchez Ron analiza las posibilidades de que este fenómeno provoque una castástrofe en la Tierra.

La mayoría de las personas organizamos nuestras vidas tomando todas las precauciones que podemos permitirnos: destinando parte de nuestros sueldos para alimentar planes de pensiones, suscribiendo seguros de vida, al igual que para nuestros hogares, mientras que, a la vez, exigimos a nuestros gobiernos servicios médicos amplios y eficaces (lo que no es óbice para que, al mismo tiempo, aquellos que se lo pueden permitir contraten también servicios privados). Tenemos miedo al futuro porque sabemos que no todo es previsible, que existen circunstancias que pueden poner en riesgo nuestras existencias y aquello que nos es más querido, las de nuestras familias. Desgraciadamente, sin embargo, existen riesgos mucho más difíciles de combatir. Somos como muñecos de trapo ante el inmenso y ubicuo poder de la Naturaleza, que no tiene más límites que los que imponen las leyes que gobiernan los fenómenos naturales. Nuestra propia existencia como especie no es sino un producto del azar y de la necesidad; el azar de, como explicó Darwin, "la lucha por la supervivencia" en escenarios naturales cambiantes cuyos recursos eran solicitados por otros, y la necesidad impuesta por las leyes a las que me acabo de referir. Hace unos días, con su inmensa capacidad de atraer la atención mundial, el presidente Obama recordó la, en última instancia, fragilidad humana al dictar una orden ejecutiva para que se estudien las medidas que se deberían tomar ante una posible gigantesca erupción solar.

El Sol, un astro de alrededor de 4.500 millones de años de edad, es nuestro protector, la fuente que nos suministra la energía indispensable para vivir, pero será también nuestro asesino, en el supuesto de que nuestra especie exista cuando dentro de algo menos de 2.000 millones de años, cuando se agote el hidrógeno de su núcleo, éste comience a contraerse y a calentarse hasta el punto que se produzcan reacciones químicas de fusión con helio (después del hidrógeno, el elemento más ligero) que harán que la esfera solar aumente su tamaño, convirtiéndose en lo que se denomina una "gigante roja". Esta fase de crecimiento durará poco en términos cósmicos: unos 10 millones de años. A su término, el radio del Sol será tan grande que habrá absorbido a Mercurio y Venus y, tal vez, también a la Tierra. Pero aunque no lo haga, el calor en la superficie terrestre será tan elevado que no podrá existir en ella ningún tipo de vida. Nuestro destino terrestre está sellado y no hay, ni habrá, nada que podamos hacer al respecto. La supervivencia de nuestra especie será, si acaso es posible, viajar a destinos planetarios muy alejados. Claro que, ¿a quién le preocupa hoy lo que pueda suceder dentro no ya de 2.000 millones de años, sino simplemente de 1.000 años? La preocupación de Obama, muy razonable y justificada, está relacionada con otro fenómeno solar, el de las explosiones que se producen en la atmósfera del Sol y que conducen a la emisión de radiación electromagnética, más electrones, protones y núcleos atómicos de gran energía. La radiación electromagnética emitida cubre todo el espectro, desde las ondas radio, las de mayor longitud de onda, hasta los rayos X y gamma, la de longitud de onda más pequeña, pasando por la radiación de la "luz visible". La frecuencia de aparición de estas erupciones varía desde unas cuantas al día, cuando el Sol está particularmente activo, a menos de una semanal, cuando está "tranquilo".

Afortunadamente, la Tierra está rodeada por un escudo magnético protector, originado por su núcleo, compuesto principalmente de hierro y níquel. Esa magnetosfera (descubierta en 1958 gracias a las medidas realizadas por el satélite Explorer 1) desvía radiaciones o partículas que se dirigen hacia la superficie terrestre, como las emitidas en las erupciones solares o las provenientes del denominado "viento solar", formado por electrones, protones y, en menor medida, núcleos de algunos elementos, que escapan de la atmósfera solar. Las espectaculares auroras boreales y australes son producto de esta dinámica espacial. Pero, aunque el total de la energía emitida en una erupción solar es mucho menor que la que emite el Sol en un segundo, pueden tener efectos muy perjudiciales. En la bibliografía astronómica, la erupción solar más potente que se ha registrado es la observada, con un telescopio óptico (aún estaba lejos la llegada de la radioastronomía) por el astrónomo Richard Carrington el 1 de septiembre de 1859. En nuestro mundo actual, altamente tecnificado, las consecuencias pueden ser muy importantes: podrían afectar, por ejemplo, a los satélites artificiales que orbitan alrededor de la Tierra, puesto que una parte de los rayos X emitidos en la erupción aumenta la ionización en las capas superiores de la atmósfera terrestre, produciendo interferencias en las comunicaciones de radio de onda corta, así como pérdidas de altura en satélites situados en órbitas bajas (entre ellos, los satélites que mantienen el Sistema de Posicionamiento Global, GPS). Ni que decir tiene que los astronautas son sujetos especialmente vulnerables, circunstancia que no debe olvidarse cuando se planteen seriamente misiones tripuladas a Marte. Y qué decir del establecimiento allí, o en la Luna, de bases: la magnetosfera marciana, que existe, es demasiado débil, y la lunar prácticamente inexistente, con lo cual los colonos terrestres necesitarían escudos artificiales, que, entre otros inconvenientes, limitarían sus movimientos.

En su reciente comunicación, el presidente Obama ha señalado otros posibles efectos que se manifestarían en erupciones solares particularmente intensas; efectos como la desactivación de parte de la red de energía eléctrica, lo que conllevaría una larga serie de consecuencias en todo tipo de servicios, públicos y privados. Son innumerables los beneficios que ofrece a la humanidad la hipertecnologizada civilización actual, pero acaso nuestro gran talón de Aquiles, escondido pero real, sea precisamente que dependemos de la tecnología en grado extremo, y sobre todo de la que tiene uno de sus pilares en la electricidad, fuerza que a su vez es susceptible de verse muy afectada por las emisiones solares. Entra dentro de lo posible que la ciencia del futuro sea capaz de afinar mucho en la predicción de las erupciones solares, que pueden tardar varias horas o incluso días en generarse, aunque una vez producidas descargan su energía en pocos minutos, pero esto no será suficiente, porque la energía llegará. Y puede que muy rápidamente: la erupción que tuvo lugar el 20 de enero de 2005 tardó sólo 15 minutos en llegar a la Tierra. El gran problema es desarrollar protecciones para los sistemas vulnerables, que son muchos, como, por cierto, también lo son otras posibles catástrofes de origen cósmico. Pero de ellas trataré en otra ocasión.