Image: Washington DC, el reto del conocimiento científico

Image: Washington DC, el reto del conocimiento científico

Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Washington DC, el reto del conocimiento científico

20 enero, 2017 01:00

Escultura de Albert Einstein en la Academia Nacional de Ciencias (Washington) realizada por Robert Berks

El Museo de Historia Natural, la Smithsonian Institution o la Academia Nacional de Ciencias son algunos de los atractivos científicos que José Manuel Sánchez Ron destaca de Washington DC, una ciudad en la que se puede ver también la famosa estatua de Einstein realizada por Robert Berks.

El mismo día en que se publique este artículo, viernes 20 de enero, un nuevo presidente de Estados Unidos -el número 45- tomará posesión de su cargo. Lo hará en un escenario magnífico, delante de la fachada oeste del edificio del Capitolio, la sede del Congreso estadounidense, en Washington D. C. (Distrito de Columbia), la capital de la nación. Para algunos, entre los que me cuento, no será un día alegre, porque el hombre que a partir de ese día ocupará la Casa Blanca, Donald Trump, no sólo ha dado muestras de faltar al respeto a no pocos, sino que ha anunciado una serie de intenciones que, de cumplirlas, no harán ningún bien ni a millones de sus compatriotas (pienso en sus declaraciones en contra de los planes de salud, el Obamacare, aprobados gracias al empuje de su predecesor), ni al planeta (parece que se opone a tomar medidas que frenen el cambio climático). Recuerdo ahora, con dolor, esas frases de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos que dicen: "Tenemos las siguientes verdades por evidentes en sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que su creador les ha otorgado derechos inherentes e inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". Y dejo aparte lo que el señor Trump opina sobre el régimen al que todavía están sometidos los presos que quedan en Guantánamo, o su intención de levantar un muro que separe Estados Unidos de México.

Precisamente por todo esto, y como una especie de contrapunto, quiero ocuparme de la ciudad donde hoy se celebra esa impresionante ceremonia, una ciudad a la que he viajado bastantes veces y que admiro. Concretamente, deseo recordar algunos de los muchos centros dedicados a la ciencia y la tecnología ubicados allí, centros que el gobierno federal lleva muchos años cuidando, hasta el punto de que Washington D. C. tiene mucho de ciudad de la ciencia. De hecho, cuando Donald Trump esté jurando su cargo, tendrá a la vista, justo delante de él, el National Mall, el bello bulevar que va desde el Capitolio hasta el Lincoln Memorial. Sus 3,5 kilómetros de longitud están flanqueados por un conjunto de espléndidos museos nacionales, en los que también se realizan tareas de investigación. A su derecha podrá ver los Museos de Arte, de Historia Natural -el más visitado de todos- y de Historia Americana y, a su izquierda, el de los Indios Americanos, el del Aire y el Espacio y el de Arte Africano.

Con la excepción de la Galería Nacional de Arte, fundada en 1937, todos los museos anteriormente citados pertenecen a una institución ejemplar, la Smithsonian Institution, creada gracias a la donación testamentaria de medio millón de dólares que hizo un químico inglés, James Smithson, quien nunca había pisado Norteamérica, "para fundar una organización dedicada al incremento y difusión del conocimiento entre los hombres". Aunque Smithson falleció en 1829, no fue hasta 1846 cuando el gobierno federal decidió fundar la Institución, pero desde entonces ha contado con su apoyo decidido; en la actualidad mantiene 19 museos, 9 centros de investigación y un zoo (no todos en Washington D. C.). La sede de la Institución, un edificio que imita los clásicos colleges de Oxford y Cambridge, también se encuentra en The Mall y es conocida como "The Castle". Delante de este "Castillo" se halla desde 1883 la estatua de Joseph Henry, el primer secretario de la Institution y un físico distinguido: aunque la inducción electromagnética, base de los motores eléctricos, se suele adjudicar en solitario a Faraday, Henry llegó al mismo resultado casi simultáneamente (1831); más conocido es otro de sus logros, el establecimiento del primer sistema de transmisión telegráfica de datos meteorológicos para ayudar en la predicción del tiempo.

Para los amantes de la ciencia, el Museo de Historia Natural, el espectacular Museo del Aire y el Espacio y el Museo de Historia Americana, que desde su apertura en 1964 hasta 1980 se denominó Museo de Historia y Tecnología, constituyen visitas obligadas. En el del Aire y el Espacio se puede contemplar el primer avión que utilizaron los hermanos Wright en 1903, o el Spirit of St. Louis, con el que Charles Lindbergh realizó en mayo de 1927 el primer vuelo transatlántico sin paradas, también el módulo de mando con el que en 1969 orbitaron la Luna, y regresaron a la Tierra, Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins, que esperó a los dos primeros mientras éstos alunizaron con un módulo lunar; o piezas no utilizadas del Telescopio Espacial Hubble y del Skylab, la primera estación espacial estadounidense. Delante de la entrada a este museo hay otra escultura interesante: encargada en 1976 al escultor Charles Perry, se titula Continuum y su estructura -parecida, aunque más compleja, a una cinta de Möbius- simboliza una región distorsionada del espacio-tiempo de la relatividad general de Einstein.

Mi última recomendación es visitar la Academia Nacional de Ciencias. Se fundó por un Acta del Congreso, que firmó Abraham Lincoln el 3 de marzo de 1863, cuando el país se encontraba inmerso en la Guerra Civil, un detalle que indica la importancia que ya se daba entonces al conocimiento científico. Ser miembro de esta Academia constituye un gran honor para cualquier científico (en la actualidad cuenta con aproximadamente 2.250 miembros y cerca de 440 asociados extranjeros). Ubicada a ocho manzanas del Museo de Historia Americana, delante de la Academia se encuentra una gran estatua (pesa cuatro toneladas) de Albert Einstein, obra del escultor Robert Berks. En la base de granito, aparecen 2.700 marcas metálicas que representan las posiciones de objetos celestes en el momento en que se inauguró el monumento (el 22 de abril de 1979, año en que se celebró el centenario del nacimiento de Einstein), según habían sido observados por astrónomos del Observatorio Naval de Estados Unidos, que, por cierto, también se encuentra en Washington D.C.

En la presente es oportuno recordar que uno de los primeros discursos que el hoy presidente saliente, Barack Obama, pronunció fue precisamente en la Academia Nacional de Ciencias, el 27 de abril de 2009. Que eligiera tal lugar, y poco tiempo después de su toma de poder, refleja con claridad el valor que Obama daba a la ciencia. "En este difícil momento", manifestó entonces, "hay quienes dicen que no podemos permitirnos invertir en ciencia, que apoyar la investigación es un lujo en momentos definidos por necesidades. Estoy totalmente en desacuerdo. La ciencia es esencial para nuestra prosperidad, nuestra seguridad, nuestra salud, nuestro medio ambiente y nuestra calidad de vida, más de lo que lo ha sido en cualquier tiempo pasado".

Ojalá el presidente Trump siga su ejemplo, no importa lo que haya dicho en su campaña.