Image: Recuerde lo que le sucedió al dinosaurio

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Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

Recuerde lo que le sucedió al dinosaurio

28 julio, 2017 02:00

Foto: JMSR

Hacía alrededor de 20 años, si no más, que no viajaba a Oxford, ciudad en la que viví -hace mucho más tiempo- cerca de dos años y medio. Al igual que nunca pasa la misma agua por un río, que sin embargo continúa siendo el mismo, Oxford ha cambiado mucho, aunque sigue siendo la magnífica ciudad universitaria que era. Uno de los grandes cambios se debe a esa plaga de la que muchos formamos parte: el turismo. No es sólo el número de personas que abarrotan las principales calles oxonienses, también el de restaurantes y cafeterías-pubs, que compiten en cantidad con los que se encuentran en las zonas más comerciales o "de movida" de ciudades como puede ser Madrid. Abundan, asimismo, las tiendas de recuerdos, junto a las consabidas marcas populares, que ya no faltan en ningún lugar. El nuestro no sólo es un mundo globalizado, sino también crecientemente uniformizado.

Pero, como decía, Oxford continúa siendo una magnífica ciudad universitaria, que apuesta con fuerza por la investigación científica y el desarrollo tecnológico. Así, junto a los viejos e históricos edificios de los Colleges o el soberbio conjunto que incluye la Biblioteca Bodleiana, la Cámara Radcliffe y el Museo de Historia de la Ciencia, han surgido, o están construyéndose, no pocos edificios destinados a centros de investigación. Un buen ejemplo de cómo Oxford se va adecuando a los tiempos, tratando al mismo tiempo de mantener su excelencia académica y de preservar su patrimonio arquitectónico, es el del Laboratorio Clarendon, situado en Parks Road, en torno al cual se está finalizando la construcción de una serie de nuevas edificaciones que lo ampliarán sustancialmente. La historia de la física, no sólo inglesa sino mundial, algo debe al Clarendon, donde trabajaron científicos de la talla de Frederick Lindemann, Fritz London, Franz Simon o Henry Moseley (1887-1915), cuyas investigaciones sobre las frecuencias de rayos X emitidas por los átomos resultaron fundamentales para establecer el concepto de número atómico (una placa situada en la entrada de uno de los laboratorios, el Townsend, recuerda a este físico trágica y tempranamente desaparecido durante la batalla de Gallípoli en la Primera Guerra Mundial).

Perpendicular a Parks Road está South Parks Road, una calle atestada de viejos y, sobre todo, nuevos centros de investigación. Recomiendo echar un vistazo a Rhodes House, donde Albert Einstein pronunció en 1931 tres memorables conferencias (se conserva la pizarra que utilizó en aquella ocasión, con las expresiones matemáticas que escribió, en el Museo de Historia de la Ciencia), y detenerse ante una de las tres placas que adornan la entrada del Laboratorio de Química Inorgánica, que recuerda a Dorothy Crowfoot Hodgkin (1910-1994), pionera en desentrañar, utilizando la técnica de difracción de rayos X, las estructuras de diversos antibióticos, vitaminas y proteínas, incluyendo la penicilina, la vitamina B12 y la insulina, trabajos por los que recibió el Premio Nobel de Química en 1964.

En una de las esquinas de Parks Road con South Parks Road, se encuentra el Museo de Historia Natural, que no se debe dejar de visitar. Inaugurado en 1860, su contenido constituye un canto a la vida que ha existido o existe en la Tierra. Se debe tener el alma muy dura, si se abandona el museo sin sentir un profundo dolor al pensar cuánta biodiversidad está destruyendo la humanidad. En las provisiones que se establecieron el 1 de junio de 1855 se determinaba que, en torno a lo que bien podría considerarse el patio -no es tal- central del Museo, deberían erigirse estatuas de Euclides, Arquímedes, Hiparco, Aristóteles, Plinio, Bacon, Galileo, Newton, Leibniz, Oersted, Lavoisier, Linneo, Cuvier, Harvey, Hunter y Sydenham. Cualquiera puede pensar hoy que faltaba Charles Darwin, pero la fama universal e imperecedera de éste comenzó en 1859, con la publicación de El origen de la especies (de todas maneras, finalmente se añadió la estatua de Darwin).

Se da la circunstancia que uno de los grandes momentos de la historia de la recepción de la teoría darwiniana de la evolución de la especies tuvo lugar precisamente en este Museo, el mismo año de su inauguración, en 1860. Se celebró entonces allí la multitudinaria reunión anual de la British Association for the Advancement of Science. En una de las sesiones del 30 de junio tuvo lugar un debate entre el obispo de Oxford, Samuel Wilberforce y Thomas Henry Huxley, especialista en anatomía comparada y paleontología. El reverendo W. H. Freemantle, que asistió a la sesión, lo describió de la manera siguiente: "El obispo de Oxford atacó a Darwin, al principio de manera divertida, pero después con inexorable formalidad ‘¿Qué ha aportado la teoría darwiniana?', exclamó. Y entonces comenzó a burlarse: ‘Querría preguntar al profesor Huxley acerca de su creencia de que desciende de un mono. ¿Procede esta ascendencia del lado de su abuelo o del de su abuela?' Y entonces, adoptando un tono más grave, afirmó, en una solemne perorata, que las ideas de Darwin eran contrarias a lo revelado por Dios en las Escrituras. El profesor Huxley no tenía ganas de responder; pero fue solicitado, y habló con su habitual penetración y con algo de desdén: ‘Estoy aquí solamente en interés de la ciencia', dijo, ‘y no he oído nada que pueda perjudicar los intereses de mi augusto defendido'. Por último, con relación a descender de un mono, dijo: ‘No sentiría ninguna vergüenza de haber surgido de semejante origen; pero sí que me avergonzaría proceder de alguien que prostituye los dones de cultura y elocuencia al servicio de los prejuicios y la falsedad". ¡Magnífica respuesta!

Al igual que las de todos los años, las actas de la reunión de Oxford se publicaron (en 1861). Mientras escribo estas líneas tengo delante de mí el correspondiente volumen. Pues bien, en sus 573 páginas no existe ninguna mención a aquel, hoy mítico, debate. Y la teoría de Darwin únicamente se mencionó en dos intervenciones. Moraleja: a veces (¿con frecuencia?) es difícil predecir qué será importante en el futuro de lo que hacemos o decimos hoy. Dejo para el final el detalle que más me conmovió de mi visita a Oxford, uno que tiene que ver con el "juego" entre pasado, presente y futuro. Cuando vivía en Oxford me gustaba pasar por Blackhall Road. Allí, en una de las paredes que rodean a Keble College, alguien -creo que hacia finales de 1975- había pintado un grafiti en el que aparecía un enorme dinosaurio, con la leyenda: "Remember what happened to the dinosaur!" ("¡Recuerde lo que le sucedió al dinosaurio!"). No esperaba que, entre tantos cambios, hubiese sobrevivido, más de cuarenta años después. Pero me acerqué a comprobarlo. ¡Y allí estaba todavía! Algo desdibujado, sí, pero lo habían respetado. Oxford mira al futuro, pero no olvida lo más significativo de su pasado. En otras palabras, sabe, como deberíamos saber todos, que mantener la identidad no es incompatible con amoldarse a nuevos escenarios. Los dinosaurios no supieron, o pudieron, hacerlo, y desaparecieron. En el umbral de la era de la robotización, la nanotecnociencia, la inteligencia artificial y una nueva biomedicina, no conviene olvidar semejante lección. l