Image: El ejemplo de D'Arcy Thompson

Image: El ejemplo de D'Arcy Thompson

Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron

El ejemplo de D'Arcy Thompson

10 noviembre, 2017 01:00

Concha de nautilus seccionada

"Desde un tiempo inmemorial ha sido la regla, no la excepción, que la ciencia y las humanidades vayan de la mano". Sánchez Ron reivindica el Nobel de Literatura para algunos escritores de la ciencia, como Carl Sagan y D'Arcy Thompson, autor de Sobre el crecimiento y la forma.

En la introducción de su último libro, Science in the Soul (Bantam Press 2017), el biólogo evolutivo y etólogo Richard Dawkins escribe que cree que "ha llegado el momento de que el Premio Nobel de Literatura se adjudique a un científico. Lamento decir que el precedente más próximo es un muy mal ejemplo: Henri Bergson, más un místico que un verdadero científico, cuyo vitalista élam vital ("impulso vital") fue ridiculizado en el satírico tren propulsado por un élam locomotif de Julian Huxley. Pero, seriamente, ¿por qué no puede conseguir un verdadero científico el Premio de Literatura? Aunque, desgraciadamente, ya no está con nosotros para recibirlo, ¿quién podría negar que los escritos de Carl Sagan poseen calidad literaria de Nobel, comparable con la de los grandes novelistas, historiadores y poetas? ¿Y qué tal Loren Eiseley? ¿Lewis Thomas? ¿Peter Medewar? ¿Stephen Jay Gould? ¿Jacob Bronowski? ¿D'Arcy Thompson?".

No puedo estar más de acuerdo. La literatura no se limita a la novela, la poesía o el teatro, es el arte de componer frases que hilvanan historias y sentimientos, pero tanto unas como otros pueden muy bien referirse a los mundos propios de la ciencia, también, por supuesto, a los de otros dominios, como la filosofía o la historia, campo éste que cuenta con un premiado, Winston Churchill, quien recibió el galardón en 1953, "por su maestría en descripciones históricas y biográficas, al igual que por su brillante oratoria defendiendo los mejores valores humanos" (a Bertrand Russell, filósofo y matemático, también se le otorgó el Premio Nobel de Literatura, el de 1950, pero "en reconocimiento a sus variados y significativos escritos en los que defendía ideales humanitarios y la libertad de pensamiento").

Lo importante, lo que hace inolvidable un escrito, lo que nos impulsa a volver una y otra vez a él, es la habilidad, el arte narrativo, su capacidad de explicar, describir o conmover a los lectores. Los científicos que nombra Dawkins -a los que yo añadiría los nombres de Oliver Sacks y el propio Dawkins- ciertamente tenían tales atributos, especialmente, en mi opinión, Gould y Sagan. De hecho, uno de los libros de Sagan, Los dragones del Edén (1977; edición en español en Crítica), recibió en 1978 el Premio Pulitzer, en la categoría de "Literatura General de No Ficción", la primera vez que se concedió a un libro de ciencia. Que el Premio Nobel de Literatura no haya honrado a algún científico-escritor solo refleja la estrecha y patrimonial idea que tienen de la creación literaria quienes adjudican estos premios, aunque es triste reconocer que no están solos pensando así, más bien se trata de un fenómeno social y cultural.

Quiero, no obstante, aprovechar la cita de Dawkins para algo más, para recordar al último nombre de su lista: el escocés D'Arcy Thompson (1860-1948). Y hacerlo en este año, cuando se cumple un siglo de la publicación de la primera edición del libro que le hizo famoso, On Growth and Form (1917). Aquella primera edición tenía 793 páginas; en 1942 llegó una segunda aumentada, de 1.116 páginas, demasiadas para atraer, o al menos mantener, la atención de los lectores. Afortunadamente, Cambridge University Press publicó una edición abreviada en 1961, que la propia editorial inglesa tradujo al español en 2003. Esta edición, Sobre el crecimiento y la forma, está, desgraciadamente, hace tiempo agotada y es una rareza bibliográfica. Es una desgracia porque en pocos libros, si es que en alguno, se intentó lo que en este: buscar las causas físicas que explican la forma y el crecimiento de una gran variedad de organismos, una tarea que obligaba a combinar la biología con la física y la matemática. Y ello con una prosa exquisita.

Stephen Jay Gould escribió al respecto: "A D'Arcy Thompson, según una leyenda que pudo haber sido cierta, se le ofreció la posibilidad de elegir su plaza de catedrático en tres disciplinas en apariencia dispares: estudios clásicos, matemáticas y zoología. La grandeza de Sobre el crecimiento y la forma es la genuina integración de estos tres enfoques". Acertaba Gould, pues Thompson fue, efectivamente, un gran clasicista, que enriquecía constantemente su prosa con expresiones y referencias al mundo de la Antigüedad. Si como muestra sirve un botón, aquí está algo de lo que dijo en una conferencia que pronunció en abril de 1921 ante la Asociación Clásica de Cardiff: "Desde tiempo inmemorial ha sido la regla, no la excepción, que la ciencia y las humanidades vayan de la mano. Aristóteles, el naturalista, escribió poesía; Platón amaba la astronomía; Teofrasto, el botánico, fue un maestro de la retórica al que Cicerón admiraba". Y continuaba recordando en términos parecidos a otros, como Thomas Browne, Linneo o Cuvier. Me temo, sin embargo, que esa noble tradición se ha perdido.

Sobre el crecimiento y la forma constituye un manantial en el que fluye un amplísimo conjunto de conocimientos biológicos, matemáticos y físicos sobre la naturaleza. Particularmente atractivo es el estudio de formas espirales que se dan recurrentemente en organismos como la concha del nautilus, un molusco cefalópodo que ha estado presente en la Tierra durante los últimos 500 millones de años, el cuerno del carnero o la inflorescencia (disposición de las flores sobre las ramas o la extremidad de un tallo) del girasol. Más concretamente, éstos son ejemplos de la espiral equiangular o logarítmica, un tipo de espiral en la que la distancia entre sus vueltas aumenta en progresión geométrica.

Hay mucho en las explicaciones de Thompson que no ha sobrevivido al paso del tiempo, no olvidemos que el estado de la biología era entonces muy diferente al actual, en el que el genotipo (el estudio de la información contenida en los genes) toma preferencia sobre el fenotipo (cómo el genotipo se expresa en un determinado ambiente). Aun así, su legado proporciona aún muchas enseñanzas, como la del valor de un enfoque interdisciplinar entre ellas. Como se puede leer en su libro: "Y mientras pretendía mostrar al naturalista cómo algunos conceptos matemáticos y principios dinámicos le pueden ayudar y guiar, he intentado mostrar a los matemáticos un campo para su trabajo, un campo en el que pocos se han adentrado y ningún hombre ha explorado. Aquí pueden encontrarse problemas sencillos, tales como los que a menudo ponen a prueba la habilidad más alta del matemático, y recompensan su inventiva".