Bacteria E. Coli. De Cielo y tierra (Phaidon)

Sánchez Ron desvela los mundos ocultos en los que habitan virus y bacterias, analiza su capacidad de supervivencia y explica la relación con los seres humanos. Especialmente peligrosos para nuestra vida cotidiana son los primeros. La pandemia más famosa fue la "gripe española".

De entre todas las historias que conozco o puedo imaginar, ninguna es tan fascinante como la de la aparición y evolución de la vida en la Tierra. Se trata de una historia de la que aún nos falta mucho por descubrir, ni siquiera estamos seguros de que la vida surgiera aquí y no llegara de otros lugares del Universo, en sus formas elementales, aquellas que desencadenaron la cadena evolutiva que condujo a las diversas variedades en que la vida se manifiesta en la actualidad. Al decir esto, "la vida que se manifiesta en la actualidad", inadvertidamente tendemos a pensar en las formas, digamos, "superiores", pluricelulares, sistemas orgánicos cuya "invención" fue muy costosa, tanto en tiempo como en procesos de, podríamos decir, "prueba y error", no en el sentido de acomodarse a una dirección determinada (teleología), sino a las condiciones medioambientales existentes.



Pero nuestro planeta está repleto de otras formas de vida mucho más simples, organismos microscópicos que surgieron -estimulados por la atmósfera y los procesos geodinámicos existentes en la Tierra primitiva- de combinaciones entre elementos químicos. Organismos como las bacterias, sistemas unicelulares que carecen de núcleo -los denominados procariotas-, poco más que "sacos" rellenos de agua y ácidos grasos, que se fueron ensamblando espontáneamente para generar membranas. Aparecieron unos 1.000 millones de años después de la formación de la Tierra, ocupándola en exclusiva durante otros 2.000 millones más. Sólo existen dos tipos de procariotas: las bacterias y las arqueas, que habitan en lugares inhóspitos para otros organismos, como la salmuera, fuentes calientes y volcánicas o el interior del estómago del ganado, donde no hay oxígeno. Esto es, en condiciones parecidas a las que debieron de existir en los primeros tiempos de la Tierra, de ahí que se las considere como supervivientes de aquella época. De hecho, el que la atmósfera primitiva se modificase de manera que contuviese oxígeno libre se debió a la aparición, hace unos 2.000 millones de años, de uno o varios linajes de bacterias (cianobacterias) capaces de liberar el oxígeno y, del dióxido de carbono, carbono, que se convirtió en una de las fuentes de alimentación de las plantas.



Hace unos 1.500 millones de años, de las procariotas surgieron -probablemente mediante interacciones simbióticas- las eucariotas, células ya provistas de un núcleo en el que se encuentra el ADN, la molécula de la herencia. Y de la asociación de seres unicelulares aparecieron, mediante complejos procesos, organismos pluricelulares como somos los humanos. Surgieron, sí, sistemas pluricelulares, pero no al precio de que desaparecieran aquellos seres primigenios. A pesar de que no lo apreciemos (dado su tamaño son únicamente visibles mediante microscopios), humanos, animales y plantas vivimos abrumadoramente rodeados, en cantidad y variedad, por esas entidades orgánicas microscópicas.



Las bacterias abundan en el suelo, en el agua y en el interior del cuerpo humano, en una síntesis en general equilibrada; las que habitan en nuestro intestino, por ejemplo, desintegran los componentes de los alimentos, que pueden así ser asimilados por los órganos digestivos y producir vitaminas que no aparecen en los alimentos. Asimismo, sabemos lo importante que es que no desaparezca nuestra flora intestinal, para evitar que otros organismos colonicen el intestino. (Recomiendo en este punto el libro Los microbios que comemos, de Alfonso V. Carrascosa, publicado en 2011 por el CSIC y Libros de la Catarata. Y también, aunque su tema es diferente, pero relacionado, Parásitos, de Carl Zimmer, publicado por Capitán Swing).



Pero como tantas cosas, no todas las bacterias son beneficiosas, las hay muy peligrosas. Son bacterias patógenas que, en principio, no tienen nada positivo que ofrecer a un cuerpo humano (o al de otros tipos de huésped), como las que producen enfermedades del tipo de la tuberculosis, la difteria, el cólera, la escarlatina, la lepra, el tifus o la peste bubónica. Uno de los grandes descubrimientos científicos de la historia de la humanidad fue la elaboración, en el siglo XIX, de la teoría microbiana de las enfermedades infecciosas, que tuvo como grandes responsables a Louis Pasteur y Robert Koch. Completada con las técnicas de asepsia, anestesia y vacunación, la medicina entonces cambió de forma radical. Afortunadamente.



Dentro de ese mundo invisible a simple vista, existen otras "entidades" unas veinte veces más pequeñas que las bacterias, los virus, a las que no se puede calificar de seres vivos, ya que sólo se reproducen utilizando el entramado celular de los animales, plantas o bacterias que colonizan. Los virus son particularmente peligrosos, siendo responsables de algunos de los episodios más mortíferos de la historia de la humanidad. Uno de ellos, tal vez el más letal, es el virus responsable de la mal llamada (no se inició en España) "gripe española", que infectó a una de cada tres personas del planeta, a 500 millones de seres humanos, desde marzo de 1918 a marzo de 1920. Mató entre 50 y 100 millones de personas. Un libro de reciente publicación, El jinete pálido (Crítica), de Laura Spinney, estudia, como si fuera una novela pero analizando detalladamente de dónde pudo proceder el virus y el contexto en el que se produjo, junto con el agravante de que en 1918 no había manera de diagnosticar la enfermedad y, por tanto, de saber con certeza qué la producía. Hasta 1931 no se consiguió identificar el virus responsable, y hasta 1936 no se dispuso de la primera vacuna contra la gripe.



Como todos sabemos, en sus diferentes mutaciones, el virus de la gripe continúa acompañándonos, apareciendo puntualmente todos los inviernos. Por el momento, no ha sido tan mortífera como la de 1918-1920, pero anualmente fallecen por su causa del orden de un millón de personas. Merece la pena conocer su historia, su origen y consecuencias, pues sólo aquellos que conocen el pasado estarán bien preparados para afrontar el futuro.