El inmortal Leonardo
Autorretrato (h. 1513) recogido en la biografía de Leonardo da Vinci de Walter Isaacson (Debate)
Con motivo de la publicación de dos libros sobre Leonardo da Vinci, Sánchez Ron aborda la obra del artística y científico, una de las mentes más creativas de la historia. "Nadie superó su polivalencia combinada con imaginación y creatividad en grado superlativo", señala el académico.
Salvando todas las diferencias que haya que salvar, no conozco grandes músicos que sobresalieran como pintores, escultores o escritores. Y pocos de éstos últimos -Miguel Ángel, eximio escultor y pintor, además de brillante arquitecto, es una de las excepciones- se distinguieron en artes que no fueran aquella por la que les recordamos. Si añadimos la ciencia a este grupo de materias, una excepción que merece la pena recordar es el caso de William Herschel, quien comenzó en Alemania una carrera musical, brillante aunque no extraordinaria, que lo llevó a Inglaterra, donde se convirtió en el mejor constructor de telescopios del mundo (con uno de ellos, descubrió Urano en 1781, el primer planeta del Sistema Solar identificado desde la antigüedad).
Pero si pienso en polivalencia, una polivalencia combinada con imaginación y creatividad en grado superlativo, nadie supera a Leonardo da Vinci (1452-1519). Su virtuosismo como pintor lo iguala, si no supera, a los grandes de la pintura de todos los tiempos, los Velázquez, Vermeer, Rembrandt, Rafael, Goya... Pero fue mucho más que eso. Se adentró, bien con experimentos, reflexiones teóricas o elucubraciones, en prácticamente todos los campos de la ciencia y la tecnología de su época, y de las venideras. Dejó para la posteridad un variado, extenso y, con frecuencia desordenado, conjunto de anotaciones (en su escritura especular, más fácil tal vez para un zurdo) y maravillosos dibujos referentes a disciplinas como la mecánica, la anatomía, la botánica, la zoología, la arquitectura, la hidrodinámica, la aeronáutica y la tecnología.
Es oportuno recordarlo una vez más porque se acaban de publicar dos magníficos libros sobre él: la biografía Leonardo da Vinci (Debate), de Walter Isaacson, y Leonardo da Vinci. El libro del agua (Abada), compuesto (editado no me parece en este caso la palabra justa) por Patxi Lanceros y Juan Barja. Isaacson tiene detrás de sí un reducido, pero notable, bagaje de biografías; cercana en el tiempo es la muy celebrada que dedicó a Albert Einstein, recomendable pero inferior a la de Albrecht Fölsing, que desgraciadamente solo está disponible en alemán e inglés, y es también autor de otras de Steve Jobs, Benjamin Franklin y Henry Kissinger. Esta de Leonardo es, de las que conozco, la mejor que existe sobre él. Entre sus virtudes se encuentra que permite comprender bien la dimensión científica de Da Vinci, a quien en ocasiones se ha considerado como un diletante, como alguien que se dejaba dominar por su desbordante imaginación y que suplía -al menos para la posteridad- sus carencias científicas mediante el atractivo de sus dibujos. Es preciso, sin embargo, no caer en el mayor pecado en el que se puede incurrir cuando se estudia el pasado: el anacronismo, el juzgar basándonos en lo que sabemos ahora.
En este sentido, no es demasiado justa la aseveración de Isaacson cuando escribe: "La devoción de Leonardo hacia la experiencia iba más allá de la mera susceptibilidad ante su falta de cultura. También le llevó, al menos al principio, a minimizar el papel de la teoría. Como observador y experimentador por naturaleza, carecía de los conocimientos y de la preparación necesaria para enfrentarse a conceptos abstractos. Prefería la inducción a partir de los experimentos". Cierta esa preferencia, justificada por otra parte porque ¿qué conceptos abstractos podía tener en cuenta? ¿Los de la física de Aristóteles, con sus movimientos naturales y forzados? En tiempos de Leonardo la ciencia del movimiento simplemente no existía; básicamente, la estableció Galileo casi un siglo después de la muerte del autor de la Mona Lisa. Y si nos detenemos a considerar sus estudios anatómicos, comprobamos cuánto se adelantó a su tiempo: hizo lo que reclamó Andrés Vesalio en 1543 en un libro justamente considerado capital, estudiar directamente el cuerpo humano mediante disecciones, algo que ciertamente no había hecho el gran Galeno, quien adjudicaba a la anatomía humana huesos que únicamente aparecían en monos. Como reconoce Isaacson, Leonardo pudo haberse adelantado a Vesalio.
Aunque se preparó para componerlo, no existió nunca El libro del agua que Lanceros y Barja han (re)creado en base a las muchas anotaciones y dibujos que dejó Leonardo. Y es una lástima -una más- porque el asunto, el agua, todavía considerada entonces uno de los cuatro elementos primordiales, junto a aire, fuego y tierra, lo merecía. Leonardo realizó muchos experimentos en ese campo, que ahora denominamos hidrodinámica, y en otra disciplina relacionada, la física del aire. Asimismo, se planteó muchas preguntas netamente científicas (la ciencia, debería ser ocioso recordarlo, progresa también de esta manera). Así, en El libro del agua, Leonardo "describe cómo las nubes se condensan e, igualmente, cómo se dispersan, y por qué se alza el vapor de agua de la tierra al aire; y habla sobre las causas de las nieblas y sobre el porqué del aire denso; y de por qué el aire nos parece algunas veces más azul y otras menos". El porqué el aire es azul es algo que solo la física cuántica permitió entender realmente en el pasado siglo XX.