El joven Darwin visto por Elisabeth Daynès (París, 2008). Del catálogo de la exposición La evolución de Darwin

Juventud y ciencia siguen siendo las preocupaciones del académico Sánchez Ron, que en esta ocasión repasa los casos de Évariste Galois, Leonard Euler, Carl Friedrich Gauss, Albert Einstein y Charles Darwin, que publicó El origen de las especies en 1859, con 50 años .

La semana pasada cité una frase de Enrico Fermi que encierra una creencia muy extendida en lo que se refiere a la ciencia: "Nada esencialmente nuevo le puede suceder a un hombre que haya pasado los cincuenta". Al hilo de esta manifestación del físico italiano, realizada -es importante recalcar esto- cuando sabía que le quedaban pocos días de vida -se puede entender, por consiguiente como una forma de consolarse a sí mismo-, saqué a colación los nombres de algunos matemáticos que, aunque murieron muy jóvenes, dejaron huella indeleble en la historia de la ciencia. El ejemplo más conocido, por el halo romántico que lo rodea, es el de Évariste Galois (1811-1832). Su historia, la de un joven vehemente y revolucionario, que murió -tenía solo 20 años, un mundo, por consiguiente, por delante- a consecuencias de las heridas que recibió en un duelo a pistola para lavar el honor de una mujer supuestamente ofendida, ha sido contada mil veces, pero aún continúa atrayendo la atención, revivida una y otra vez; por ejemplo, hace unos meses, la editorial Cabaret Voltaire publicó un librito, tan apasionado y poético como su protagonista, que había aparecido en francés en 2015: Évariste, de François-Henri Désérable. Y el matemático y prolífico divulgador científico inglés Ian Stewart no olvidó incluir a Galois entre los 25 matemáticos que seleccionó en su último (?) libro, Significant Figures. Lives and Works of Trailblazing Mathematicians (Profiles Books 2017).



La historia de Galois ciertamente atrae como el perfume más exquisito. Presintiendo su final, la noche anterior al duelo la pasó escribiendo una carta a su mejor amigo, Auguste Chevalier. En ella resumía algunos de sus trabajos, que había intentado publicar, pero que ni Poisson ni Cauchy consideraron lo suficientemente interesantes, o bien no quisieron dedicarles el tiempo necesario para juzgarlos. Explicada brevemente, la aportación de Galois fue darse cuenta de que el problema de desarrollar una teoría general de las ecuaciones algebraicas (o polinómicas) está regido, en cada caso particular, por un cierto conjunto de permutaciones, al que denominó "grupo", un concepto relacionado estrechamente con el de simetría, que se convertiría en uno de los instrumentos centrales en el desarrollo de la matemática y de la física teórica.



En la carta que escribió a Chevalier, fechada el 29 de mayo de 1832, antes de darle instrucciones sobre lo que debía hacer con ella, como si fuera -que lo fue- su testamento, Galois le decía: "Sabes, mi querido Auguste, que estos temas no son los únicos que he explorado". Emociona leer estas palabras, y no podemos evitar preguntarnos qué maravillas matemáticas habría podido producir si hubiese vivido más. Acaso ninguna, pues ¿no se supone que la gran creatividad matemática es patrimonio de la juventud? Que la comunidad matemática haya impuesto como condición para recibir su ‘Premio Nobel', las medallas Fields, el no haber sobrepasado los 40 años de edad, abona semejante idea, que apoyan ejemplos como los de Niels Henrik Abel, que murió con 26 años de tuberculosis, el mismo mal que se llevó a Bernhard Riemann, cuando tenía 39. Sus nombres difícilmente serán olvidados, a pesar de los pocos años que transitaron por este mundo. Y no sería justo olvidar, cuando menos, a Kurt Gödel, que publicó su demoledor artículo de 1931 con 25 años (nunca brillaría con parecida luz como entonces).



Todo esto no significa que sea imposible desarrollar una carrera matemática más que notable a edades avanzadas. Ahí están los casos de Leonhard Euler, que falleció, activo como siempre, con 76 años, y de Carl Friedrich Gauss, justamente denominado "el príncipe de las matemáticas", que alcanzó los 78, aunque, cierto es, su obra más importante, Disquisitiones arithmeticae la publicó en 1798, cuando tenía 21 años.



En la física teórica también se dan casos de gran creatividad a edades tempranas, lo que no es extraño ya que, al fin y al cabo, esa disciplina tiene muchos puntos en común con la matemática; no sólo por utilizarla como herramienta, sino porque también introduce estructuras lógicas antes no imaginadas. Albert Einstein creó la teoría de la relatividad especial con 26 años. Werner Heisenberg tenía 24 años cuando produjo la denominada "mecánica cuántica de matrices", y el principio de incertidumbre solo dos años más tarde. Y más joven era aún Paul Dirac, que tenía 23 años cuando presentó su versión de la mecánica cuántica, a la que siguió tres años después su sorprendente ecuación relativista del electrón, de la que se siguió como consecuencia la existencia de la antimateria. Claro que la mecánica cuántica ondulatoria, la versión finalmente más utilizada, se debe a Erwin Schrödinger, que la creó cuando tenía 39 años.



Pero la ciencia no se limita a la matemática o a la física teórica, por muy atractivos que puedan resultar sus resultados y teorías. Pensemos, por ejemplo, en las ciencias naturales, y en particular en Charles Darwin, que publicó su obra magna, El origen de las especies, en 1859, cuando tenía 50 años. Para llegar a escribir este imperecedero libro hicieron falta muchos años de acumulación de datos y de establecer relaciones entre especies diferentes, existentes o extinguidas, teniendo en cuenta el medio físico y geológico en que vivieron. Y El origen del hombre, otro de sus libros fundamentales, llegó cuando ya había cumplido 62 años. Obras como estas, que sin duda de ninguna clase pertenecen al parnaso de la gran creatividad, necesitaron de una larga maduración, fruto que solo produce los años. De todas maneras, y aunque se refiera a cómo se reciben las nuevas ideas, no a la creación de éstas (cuestiones en cualquier caso relacionadas), seguramente tenía razón Max Planck, a quien se debe la introducción de la unidad elemental de energía, el cuanto -cuyo profundo significado él no comprendió; tenía 42 años- del que surgió la física cuántica, cuando dijo: "Una nueva teoría no es aceptada porque convenza a los científicos ya establecidos, sino porque éstos se mueren antes".