El Museo Nacional de Ciencias Naturales junto con la Residencia de Estudiantes (que ofrece también un ciclo de conferencias relacionadas) ha organizado una exposición con motivo del cincuentenario de la muerte de Antonio de Zulueta (1885-1971), a quien se debe la introducción en España de los estudios sobre genética.
Junto a su labor investigadora y docente, Zulueta contribuyó a la difusión de la genética y de la teoría de la evolución a través de numerosas traducciones
Me alegra esta iniciativa, pues no sucede con frecuencia que se rememore a científicos que pugnaron por que España fuese un país al que la ciencia no le fuera ajena. Que sean estas dos instituciones quienes hayan unido fuerzas está más que justificado, pues Zulueta dirigió el Laboratorio de Biología creado por el Museo en 1913 pero con sede en los jardines de la Residencia.
Al hilo de esta celebración, no está de más recordar que el Museo Nacional de Ciencias Naturales posee una larga historia: en 1771 Carlos III fundó un Real Gabinete de Historia Natural, que abrió sus puertas el 4 de noviembre de 1776, con gran éxito de público, algo que se correspondía con los propósitos de su creación, ya que entre sus fines se encontraba el de difundir el conocimiento de lo que alberga la naturaleza.
Inicialmente estuvo ubicado en el segundo piso y en los altillos del palacio Goyeneche, en la calle de Alcalá de Madrid, en el actual número 13, cuya planta baja ocupaba la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (establecida en 1752, y que desde hace muchos años posee todo el edificio); de ahí la inscripción que todavía hoy se puede leer en la fachada: “CAROLUS III REX. Naturam et Artem sub uno tecto in publicam utilitatem consoclavit. MDCCLXXIV” (“El Rey don Carlos Tercero unió bajo un mismo techo a las Ciencias Naturales y las Artes para utilidad pública. Año de 1774”). Fue en 1815 cuando el Gabinete pasó a denominarse Real Museo de Ciencias Naturales.
Natural de Barcelona, Zulueta estudió en Madrid, en la Facultad de Ciencias, Sección de Naturales, donde se licenció (1909) y doctoró (1910), con una tesis sobre los copépodos parásitos de celentéreos. Pero no se conformó con las enseñanzas que recibió durante la licenciatura y decidió estudiar también Zoología, Embriología general y Botánica en la Sorbona, en París.
Incluso antes de graduarse en 1906 se inició en la investigación en un centro pionero en España, la santanderina Estación Marítima de Zoología y Botánica Experimental, más conocida como Estación de Biología Marítima, fundada en 1886, y cuyo primer director también merece ser recordado, Augusto González de Linares (1845-1904), catedrático de Historia Natural y uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, organización a la que la ciencia española algo debe.
Recién licenciado, Zulueta recibió una pensión (beca) de la benemérita Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) –institución pública fundada en 1907, que fue abolida después de la Guerra Civil, por ser, básicamente, liberal, pasando sus instalaciones al nuevo Consejo Superior de Investigaciones Científicas–, para estudiar en el Laboratorio de Protozoología del Real Instituto de Enfermedades Nerviosas de Berlín, aunque pronto tuvo que regresar a España al ser nombrado conservador interino de la sección de Osteozoología del Museo de Ciencias Naturales.
A comienzos de la década de 1910, la JAE le encomendó que desarrollase un Curso Práctico de Biología en el Museo, con la intención de que sirviese como preparación a los futuros pensionados que marchasen al extranjero. De aquel curso, como complemento, surgió el citado Laboratorio de Biología.
Las investigaciones de Zulueta le llevaron a ser invitado en 1929 a participar en el grupo que dirigía en el California Institute of Technoloy quien era entonces el líder mundial en los estudios genéticos, Thomas H. Morgan. Aquella oportunidad ayudó a Zulueta a introducir la investigación genética en España, descubriendo la existencia de genes en el cromosoma Y, para lo cual se sirvió no de la mosca Drosophila melanogaster que utilizaba Morgan, sino del escarabajo Phytodecta variabilis, muy abundante en los alrededores de Madrid y en algunas otras regiones de la Península Ibérica.
Junto a su labor investigadora y docente, Zulueta también contribuyó a la difusión de la genética y de la teoría de la evolución a través de varias traducciones que llevó a cabo; las principales El origen de las especies de Charles Darwin y Evolución y Mendelismo (Crítica de la teoría de la evolución), de Thomas Morgan, ambas publicados por la editorial Calpe en 1921.
Desgraciadamente, al recordar a los científicos españoles que trabajaron en las primeras décadas del siglo XX no es posible limitarse al ámbito de la ciencia, siendo preciso introducir la Guerra Civil. Entre quienes sufrieron las consecuencias de aquella desgarradora lucha fratricida estuvo Zulueta, y con él la genética española. Al contrario que otros científicos, Zulueta permaneció en Madrid; de hecho, ante la ausencia del director del Museo de Ciencias Naturales –el entomólogo Ignacio Bolívar– desempeñó el cargo de director interino.
Su compromiso con la República se reveló con claridad al ser uno de los firmantes, junto con, entre otros, el filólogo Ramón Menéndez Pidal, el químico Enrique Moles, el histólogo Jorge Francisco Tello, el químico Antonio Madinaveitia, el lingüista Tomás Navarro Tomás y el astrónomo Pedro Carrasco, de un manifiesto que se publicó el 1 de noviembre de 1936 en diversos periódicos, entre ellos en El Socialista de Madrid, titulado “Los intelectuales españoles apelan a la conciencia internacional”.
No es sorprendente que al finalizar la guerra Zulueta fuese depurado, prohibiéndosele entrar en su laboratorio. Pudo recuperar su empleo años más tarde, pero con resultados de escaso interés en investigación. No le ayudó el que su hermano Luis fuese un destacado miembro del Gobierno republicano (ministro con Azaña y embajador en Berlín), ni el haberse distinguido en la difusión de las ideas de Charles Darwin ya que, tras la guerra, las manifestaciones antidarwinistas renacieron, especialmente en revistas religiosas como Razón y Fe, Pensamiento, La Ciencia Tomista o Verdad y Vida.
Aunque lo verdaderamente importante es servir al presente y ayudar a que el futuro sea mejor, es saludable recordar a científicos como Antonio de Zulueta. Al menos para no repetir errores pasados, cimentados en enfrentamientos ideológicos que no se esfuerzan en entenderse entre ellos. ¿Les suena?