Darwin vuelve a Cambridge
Tras su devolución, el académico e historiador de la Ciencia analiza la importancia de los cuadernos donde el científico británico dibujó su 'árbol de la vida'
Son muchas las propiedades biológicas que caracterizan a nuestra especie, Homo sapiens, pero en mi opinión el fundamento de lo que más nos distingue de otros animales es la facultad de pensamiento simbólico que, unido a nuestra capacidad de articular sonidos diferenciados, hizo posible el desarrollo del lenguaje.
Ahora bien, y aunque apenas se conoce en qué medida otras especies animales son capaces de pensamiento simbólico, de lo que no hay duda es de que ninguna ha dado el paso de inventar la escritura, el gran elemento diferenciador de la especie humana (ayuda a esto la anatomía de su mano, la disposición y los movimientos posibles de sus dedos y el que el pulgar sea oponible a los otros cuatro dedos).
La escritura es lo que ha permitido a los humanos construir sobre el pasado, beneficiarse del conocimiento y de las experiencias de nuestros antecesores. Como dice el viejo proverbio, “a las palabras se las lleva el viento”, y con ellas, tarde o temprano, mucho del conocimiento adquirido. Por eso, entre los tesoros de la humanidad se encuentran algunas inscripciones, manuscritos y libros, tanto más valiosos cuanto más escasos sean y más lejana la fecha en que fueron escritos; también, por supuesto, depende de quiénes fueron los autores.
Atracción emocional
No es sorprendente, por consiguiente, la atracción emocional y el valor monetario que pueden adquirir algunas obras. Un buen ejemplo en este sentido se encuentra en el gran libro de Charles Darwin, El origen de las especies (1859): a finales de marzo del presente año, un anticuario de Nueva York ofrecía un ejemplar de la primera edición–se editaron 1.250 copias– por 335.000 dólares.
Entre lo que Darwin observó en su viaje, llamó su atención las diferencias que existían en algunas islas en los picos de una variedad de pájaros: los pinzones
Esto me trae a la memoria el que cuando en 2018 organicé, como comisario, una exposición, Cosmos, en la Biblioteca Nacional, yo quería, por encima de todo, exponer tres cosas: los tratados de estática y mechanica de Leonardo da Vinci que conserva la Biblioteca (se expusieron), y las primeras ediciones de The Origin of Species y de Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (1687) de Isaac Newton. Del libro de Newton, en las bibliotecas públicas de España sólo existe un ejemplar, en la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense, y lo exhibimos, pero no disponen de ejemplar alguno de la primera edición del libro de Darwin.
Robos y falsificaciones
Y si no es sorprendente la atracción que ejercen manuscritos y libros valiosos, tampoco lo es el que hayan sido objeto de robos y falsificaciones. Uno de los ladrones más “distinguidos” fue el bibliófilo –más bien “bibliomaniaco” –italiano, nacionalizado más tarde francés– Guglielmo Libri (1802-1869), un matemático e historiador de la ciencia capaz. (El apellido Libri no es postizo, se llamaba realmente así, como si su destino estuviera inevitablemente asociado a los libros).
La lista de libros y manuscritos –que conservó o vendió– que robó o falsificó es escalofriante y da fe también del poco cuidado que en el siglo XIX tenían las bibliotecas con sus posesiones. (En un manuscrito del siglo XIV, por ejemplo, Libri había inscrito, “Di Dante Alighieri”, como si hubiera sido escrito por el autor de La divina comedia). El 22 de junio de 1850 un jurado francés encontró a Libri culpable de robar libros y manuscritos de instituciones públicas, sentenciándolo a diez años de prisión, pero por entonces residía en Inglaterra y nunca fue encarcelado.
Si abordo ahora estas cuestiones es porque se acaba de producir un hecho bastante insólito: la devolución a la biblioteca de la Universidad de Cambridge de dos cuadernos de notas de Charles Darwin. La última vez que estos cuadernos se vieron fue durante una inspección rutinaria hace 22 años.
Al principio se pensó que se habrían colocado erróneamente en un lugar equivocado, entre los más de diez millones de libros y documentos de todo tipo, pero la búsqueda resultó infructuosa. Para entender la importancia de estos cuadernos es preciso recordar algunos hechos, relacionados con el viaje que Darwin realizó entre diciembre de 1831 y octubre de 1836 a bordo del ahora mítico Beagle.
De regreso a Inglaterra
A mediados de septiembre de 1835, camino de regreso a Inglaterra, el Beagle se detuvo en el archipiélago de las Galápagos. Entre lo que Darwin observó allí, llamó su atención las diferencias que existían en algunas islas en los picos de una variedad de pájaros, los pinzones.
De regreso a Inglaterra, en marzo de 1837, y con la ayuda del ornitólogo John Gould, Darwin pensó si, no obstante las diferencias en sus picos, todos los pinzones no serían descendientes de antepasados comunes, habiendo surgido las diferencias en sus picos para “aclimatarse” a las distintas condiciones de los alimentos a los que podían acceder en las islas en las que se habían instalado. Con esta idea en mente, llenó algunos cuadernos con notas y observaciones.
En uno de ellos, en la página 36 del conocido como “Cuaderno B”, que comenzó a escribir en junio o julio de ese mismo año, aparece un esquema que rara vez deja de ser reproducido en los estudios dedicados a Darwin: unos trazos asemejando un árbol con ramas de las que brotan otras ramas; el árbol de la evolución o de la vida. I think (“Yo pienso”) escribió por encima de este árbol ahora tan icónico. Es la primera manifestación de la idea de que las especies evolucionan, se transforman, con el paso del tiempo y de las circunstancias.
La caja azul
Este "Cuaderno B" es uno de los dos (el otro es el C) que fueron sustraídos de la biblioteca de la Universidad de Cambridge, alma mater de Darwin, hace 22 años. Probablemente estimulado por el llamamiento público que lanzó en 2020 la bibliotecaria Jessica Gardner, la persona que tenía los cuadernos decidió devolverlos. Los dejó en una zona de la biblioteca carente de circuito cerrado de televisión, en un sobre que contenía la caja azul en la que habían estado, todo dentro de una bolsa rosa de regalo, bien envueltos. El sobre estaba dirigido al Librarian (“Bibliotecario/a”), con el mensaje: Happy Easter (“Felices Pascuas”), y firmado por X.
Al menos en este caso, el final ha sido feliz, pero cuántas obras del pasado, joyas insustituibles de la creatividad humana, no se habrán perdido después de haber sido robadas.