Nabokov, el hombre que susurraba a las mariposas
El autor de 'Lolita' demostró que puede conjugarse a la perfección el amor a la naturaleza y entregarse plenamente a la literatura
En recuerdo de Javier Marías,
que me enriqueció con su amistad
La vida nos sorprende constantemente. Tendemos a creer que la ciencia es una actividad tan exigente –lo es– que raramente puede ser practicada por quienes no se dedican exclusivamente a ella, que no es posible adquirir renombre más que dedicándose por completo a ella. Vladimir Nabokov (1899-1977), recordado especialmente por su obra como escritor –a la cabeza su famosa novela Lolita (1955), aunque no le van a la zaga otras como Ada o el ardor (1969)– demostró que es posible lograr una reconocida polivalencia que abarca algunas áreas científicas. De hecho, en cierta ocasión, Nabokov dijo: “Un escritor debería tener la precisión de un poeta y la imaginación de un científico”.
Nacido en San Petersburgo en abril de 1899 en el seno de una familia aristocrática con medios, abandonó Rusia en abril de 1919 para estudiar en la Universidad de Cambridge, cursando primero zoología y posteriormente lenguas romances y eslavas en el Trinity College, donde permaneció hasta 1922 –año en el que su padre fue asesinado– trasladándose entonces a Berlín, donde estuvo hasta 1937. De Berlín viajó a París, puente de paso hacia Estados Unidos, donde llegó en 1940, instalándose en Manhattan y empezando a colaborar como entomólogo voluntario en el Museo Americano de Historia Natural.
Posteriormente, y durante varios años, se ganó la vida profesionalmente como entomólogo, trabajando en el Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard. En una entrevista publicada años más tarde en el libro Opiniones contundentes (Anagrama, 2017), el propio Navokov resumió su carrera como entomólogo de la siguiente manera: “Mi trabajo real sobre lepidópteros abarca un lapso de siete u ocho años del decenio de 1940, principalmente en Harvard, donde era investigador de Entomología en el Museo de Zoología Comparada. [Mi trabajo] requería el uso constante del microscopio, y como dedicaba hasta seis horas diarias a ese tipo de investigación, se me dañó la vista para siempre; pero, por otra parte, los años del Museo de Harvard siguen siendo los más deliciosos y emocionantes de mi vida de adulto. Mi mujer y yo pasábamos los veranos cazando mariposas, sobre todo en las Montañas Rocosas”.
En cierta ocasión, Nabokov dijo: “Un escritor debería tener la precisión de un poeta y la imaginación de un científico”
Y recordaba con orgullo algunas de sus conquistas entomológicas: “Soy autor o revisor de cierto número de especies y subespecies, sobre todo del Nuevo Mundo. En tales situaciones, el nombre del autor se añade en tipo redondo al nombre en cursiva que él da a la criatura. Varias mariposas y una polilla llevan mi nombre, y en estos casos este se incorpora al del insecto descrito, convirtiéndose en ‘nabokovi’ seguido por el nombre de quien lo describe. También hay un género Nabokovia [nombre asignado por Arthur Fracis Hemming] en Sudamérica. Todas mis colecciones norteamericanas están en museos de Nueva York, Boston e Ithaca”.
En la correspondencia de Nabokov abundan menciones a su actividad, a su pasión por la lepidopterología. A su hermana, Elena Sikorski, le explicaba así el 26 de noviembre de 1945 su situación y placeres profesionales: “Soy el guardián de estas colecciones absolutamente fabulosas. Tenemos mariposas procedentes de todo el mundo. […] A lo largo de las ventanas se extienden mesas sobre las que se hallan mis microscopios, tubos de ensayo, ácidos, papeles, alfileres, etc. Mi trabajo me arrebata, pero me agota absolutamente. Saber que nadie antes que tú ha visto el órgano que estás examinando, establecer relaciones que no se le ocurrieron a nadie previamente, sumergirse en el maravilloso mundo cristalino del microscopio, en el que reina el silencio, circunscrito por su propio horizonte, una liza cegadoramente blanca, todo ello es tan seductor que no puedo describirlo”.
[Javier Marías, 'in excelsis']
Una buena pregunta es si los intereses y amores científicos de Nabokov encontraron hogar en alguna ocasión en su obra literaria. El gran ejemplo en este sentido es Ada o el ardor pero la ciencia que aparece allí no tiene relación con los lepidópteros sino con la física einsteiniana del espacio-tiempo. El protagonista, el filósofo y psicólogo Van Veen, desarrolla una teoría propia del tiempo en la que se rechaza el espacio-tiempo de la teoría de la relatividad de Einstein. Van Veen dice: “Ahora estamos preparados para enfrentarnos con el Espacio. Rechazamos sin remordimientos el concepto artificial de un tiempo viciado por el espacio, parasitado por el espacio, el espacio-tiempo de la literatura relativista”.
Las mariposas, sus queridas mariposas, aparecen en un poema que Javier Marías tradujo e incluyó (junto a la versión en inglés) en el entrañable libro –hoy imposible de adquirir, al menos para mí– en el que homenajeó a Nabokov: Desde que te vi morir. Vladimir Nabokov. Una superstición (Alfaguara, 1999). El poema se titula ‘Un descubrimiento’ y entresaco de él algunos versos: “La hallé en una tierra legendaria/ toda rocas y espliego y dispersa hierba,/ donde estaba posada sobre arena empapada/ vecina al torrente de un desfiladero.// Los rasgos que combina la señalan como nueva/ ante la ciencia: forma y tono –el tinte tan singular,/ consanguíneo de la luz de la luna, que atempera su azul,/ la parte inferior deslustrada, la franja taraceada.// Han aislado mis agujas su sexo esculpido;/ los tejidos corroídos no pudieron ya ocultar/ esa mota inapreciable que ahora riza la lágrima/ convexa y límpida sobre un portaobjetos iluminado.// Se gira un tornillo lentamente; y saliendo de la bruma/ dos ambarados garfios se inclinan simétricamente,/ o escamas cual raquetas de amatista/ atraviesan el círculo encantado del microscopio.// Yo la hallé y yo le di nombre, al ser versado/ en el latín taxonómico; me convertí de ese modo/ en padrino de un insecto y su primer/ definidor: otra fama ya no quiero”.
No puedo imaginar mejor manifestación de “entre dos aguas”, la científica y la literaria, por las que me he esforzado en transitar desde que comencé mi ya largo viaje en estas páginas. Es este un poema en el que se combinan una precisa descripción del proceder científico con la emoción del descubrimiento y el orgullo y honor que este representa. “Otra fama ya no quiero”, aunque la tuviera.