ilustración del libro 'L’antimagnétisme', de Jean-Jacques Paulet, incluida en 'Magnetismo animal' (Cactus)

ilustración del libro 'L’antimagnétisme', de Jean-Jacques Paulet, incluida en 'Magnetismo animal' (Cactus)

ENTRE DOS AGUAS

Franz Anton Mesmer y el magnetismo científico

Un libro aborda los métodos del médico, producto de una época, los siglos XVIII y XIX, en la que se intentaron formas alternativas de tratar las enfermedades.

8 diciembre, 2023 01:43

La naturaleza humana alberga múltiples características, algunas contradictorias entre sí, como la generosidad y el altruismo frente al egoísmo, imprescindibles todas para la supervivencia, individual y de la especie, si se combinan en justa medida. Otras características “duales” son la racionalidad y la irracionalidad, este último un atributo que puede tomar diferentes denominaciones: absurdo, inverosímil, ilógico, disparatado, y la lista podría seguir.

Nuestros juicios están sujetos a pasiones, inclinaciones y sentimientos de diferente índole, también a reflejos innatos, herencias del pasado que hemos transitado a lo largo de la evolución que nos hizo lo que somos, y a reflejos condicionados, según demostró con sus famosos experimentos con perros, Iván Pávlov a comienzos del siglo XX.

En principio cabría pensar que el lugar más seguro para librarnos de estos a veces “demonios” a veces “ángeles del alma” es el de la ciencia, el hogar donde la racionalidad, la experimentación y la prueba son jueces supremos. Y así sucede al final del proceso que sigue la investigación científica, pero en el camino pueden aparecer, y de hecho así ha ocurrido, fenómenos dominados “fantasmas de la apariencia”.

Cabe preguntarse si la “ciencia alternativa” ha desaparecido en una era dominada por el rápido desarrollo de la tecnología

Tal fue el caso del mesmerismo, la idea de que existe un “magnetismo animal”, un fluido –invisible como lo es el magnetismo, que identificamos por sus efectos– que si se desequilibra afecta al funcionamiento del cuerpo humano. Su gran promotor fue el médico vienés Franz Anton Mesmer (1734-1815). Que fuese médico se ajusta bien al hecho de que históricamente ha sido en la medicina donde más casos se han dado de lo que acaso se puede denominar “ciencia alternativa”.

Que ocurra esto no debe, por supuesto, achacarse a algún defecto o limitación intrínseca de la ciencia de Hipócrates, sino a la gran dificultad de comprender la medicina en términos científicos, dominados por la relación “causa-efecto”; basta con recordar lo mucho que todavía ignoramos de los “productos” del cerebro.

Me ha recordado el caso de Mesmer, bien estudiado por historiadores de la ciencia, la publicación de un libro por la editorial argentina Cactus Perenne, titulado Franz Anton Mesmer, Magnetismo animal (2023), precedido por un estudio, “El filósofo y el charlatán”, de la filósofa e historiadora de la ciencia belga Isabelle Stengers.

Reproduce este libro dos escritos de Mesmer, en uno de los cuales, el titulado “Informe sobre el descubrimiento del magnetismo animal”, comentaba una carta que había enviado el 5 de enero de 1775 “a un médico extranjero”, en la que le indicaba la naturaleza y acción del “magnetismo animal” y la analogía de sus propiedades con las del imán y la electricidad, añadiendo que “todos los cuerpos eran, tanto como el imán, capaces de la comunicación de ese principio magnético, que ese fluido penetraba todo; que podía ser acumulado y concentrarse, como el fluido eléctrico; que actuaba a distancia; que los cuerpos animados estaban divididos en dos clases, una de las cuales era capaz de ese magnetismo, y la otra de una virtud opuesta que suprime su acción”.

Mesmer argumentaba que desequilibrios en ese magnetismo animal provocaban serias disfunciones físicas, y para restablecerlo sometió a sus pacientes a tratamientos con imanes. El éxito que tuvo durante 1773 y 1774 con una mujer de 29 años que padecía una enfermedad convulsiva le animaron a tratar a grupos, que reunía en torno a un tubo circular del que emergían piezas metálicas por las que supuestamente emanaba fluido magnético.

Viena, sin embargo, no acogió bien sus ideas y Mesmer se instaló en París, donde tuvo una magnífica recepción, con una numerosa clientela, especialmente de aristócratas. Se extendió el “mesmerismo” y surgieron clínicas “magnéticas” por toda Francia, a las que siguieron otras en diversos países, primero en Alemania y Suiza, y más tarde, décadas de 1840 y 1850, en el Reino Unido. Pero el éxito del movimiento atrajo la atención de instituciones científicas como la Facultad de Medicina de París y la Académie des Sciences, que sometieron al mesmerismo al clásico método de persuadir a un cierto número de pacientes de que estaban siendo magnetizados, cuando no lo estaban, y viceversa.

El resultado fue que algunos no magnetizados mejoraban de sus dolencias, mientras que otros, que sí lo habían sido, no mejoraban. Se trataba del conocido “efecto placebo”. Aun así, el mesmerismo sólo comenzó a declinar en la segunda mitad del siglo XIX, con la proliferación de nuevas ciencias de la mente, como el hipnotismo, que, al igual que el “espiritismo” –la creencia en la posibilidad de comunicarse con los muertos, que floreció a partir de finales de la década de 1850– contenía elementos cercanos al mesmerismo. De forma, en ciertos aspectos, parecida al “magnetismo animal”, a finales del siglo XVIII había surgido la idea de la existencia de una “electricidad animal” que, basándose en los experimentos que realizó con ranas muertas, defendió el médico Luigi Galvani (1737-1798), profesor de Anatomía en Bolonia.

La refutación de esa idea llegó mediante un procedimiento diferente al que rebatió el mesmerismo: fue otro italiano, el físico Alessandro Volta (1745-1827), quien en 1800 demostró que las convulsiones que Galvani observaba en las extremidades de las ranas se debían no a una electricidad interna, sino a la unión de las dos piezas de metales diferentes que utilizaba para unir el tronco y las ancas del animal, que generaban una diferencia de potencial que pasaba a la rana.

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Y de ahí nació la idea de la pila eléctrica, una fuente continua de electricidad que abrió la puerta al estudio de la relación entre la electricidad y el magnetismo. No obstante lo erróneo de las ideas de Galvani, es justo que su nombre haya sobrevivido, aunque su utilización ya sea infrecuente, bajo el término de “galvanismo”. Y otro tanto sucede con “voltio” o “voltaje”. Testimonios de la presencia del pasado científico en el lenguaje.

En cualquier caso cabe preguntarse si la “ciencia alternativa” ha desaparecido en una era como la nuestra, dominada por el rápido y extendido desarrollo de la ciencia y la tecnología, que tanto condicionan nuestras vidas. Mi respuesta es que no, y no solo por movimientos rechazados por la mayor parte de la comunidad científica, como los “antivacunas”, sino por otros, cuya presencia es mucho mayor, más publicitada y aprobada por algunos –cuántos, lo ignoro– profesionales de la medicina: la homeopatía.

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