Jorge Juan, el marino que llevó a España a la Royal Society
El Museo Naval de Madrid acoge una exposición en la que se abordan todas las facetas de su personalidad, también las de científico y espía
La historia de la humanidad está ligada a la navegación, ya fuera utilizando embarcaciones extremadamente primitivas que servirían para pescar, mejoradas para llegar a islas a las que era imposible acceder por otros medios, hasta llegar a los gigantescos portaviones, auténticas ciudades marinas.
Existe un museo en Madrid, el Naval, que explica profusamente y honra la historia de la Marina, centrándose principalmente en la española a partir del siglo XIII. Es uno de los museos más atractivos y diferentes que tiene la capital de España.
Un atractivo añadido al interés permanente del Museo Naval es la exposición temporal que, comisariada por José María Moreno Martín y Blanca Sazatornil Pinedo, se puede visitar hasta el 31 de marzo. Está dedicada al marino Jorge Juan y Santacilia (1713-1773), un nombre que figura en la nómina más selecta de quienes protagonizaron la historia de España.
Jorge Juan fue nombrado miembro de la Royal Society inglesa y de las academias de Ciencias francesa y de berlín
Fue marino militar, sí, pero también científico, director de instituciones como la Compañía de Guardiamarinas o el Real Seminario de Nobles de Madrid, innovador en la construcción naval, fundador o renovador de instituciones, e incluso espía: en 1749 el marqués de la Ensenada lo envió a Londres para que averiguara – utilizó un nombre falso – los métodos ingleses de construcción naval y, a ser posible, para que reclutara allí técnicos dispuestos a trasladarse a España.
La información que consiguió permitió mejorar el diseño de diques, la fabricación de velas y el uso de las bombas de calor, que sirvieron bien a los arsenales de El Ferrol, Cartagena y La Carraca (bahía de Cádiz).
Suya fue también la iniciativa de la creación del Observatorio de Cádiz: el 26 de septiembre de 1749 escribía al marqués de la Ensenada proponiéndole que se estableciera un observatorio astronómico para la formación de los cadetes de la Real Academia de Guardias Marinas de Cádiz.
La propuesta fue aceptada y Jorge Juan fue nombrado director del observatorio en 1752 por Fernando VI. Pero la sede de la capital gaditana no era la mejor ubicación y en 1798 el Observatorio se trasladó a la Isla de León, municipio actualmente conocido como San Fernando, donde aún se encuentra.
El Observatorio Astronómico de Madrid también le debe algo: su origen se debió a una sugerencia de Jorge Juan a Carlos III, recomendándole que fundase en la capital un observatorio como los que ya existían en las principales cortes europeas.
El rey dio órdenes a Juan de Villanueva para que presentase los planos del observatorio, pero la obra no comenzó hasta 1790, durante el reinado de Carlos IV. Para ubicar el edificio astronómico, su arquitecto, Juan de Villanueva, eligió el cerrillo de San Blas, un pequeño promontorio en el extremo meridional del Parque del Retiro, donde continúa.
De la relevancia internacional de Jorge Juan en el ámbito de la ciencia da fe el que fuese nombrado miembro de la Royal Society inglesa, de la Académie des Sciences francesa y de la Academia de Ciencias de Berlín.
Pero a la actividad a la que más se suele vincular el nombre de Jorge Juan es a la expedición hispano-francesa a Quito, en la que le acompañó otro gran nombre de la historia de España, como él un joven guardiamarina, Antonio de Ulloa (1716-1795).
Aquella expedición tenía como objetivo medir la longitud de un grado de meridiano en el ecuador para compararla con la que había realizado (1735-1737) una expedición francesa en Laponia, esto es, en una latitud cercana al Polo Norte. Se trataba de determinar si la Tierra estaba achatada o no, y de estarlo, si era por el ecuador o por los polos.
El problema enfrentaba a ingleses y franceses, los primeros, partidarios de la física de Newton, que predecía que la Tierra debía estar aplastada por los polos, mientras que los franceses, defensores de la física de Descartes, argumentaban que debía estar achatada por el ecuador.
Para dilucidar la cuestión, la Academia de Ciencias francesa decidió organizar las mencionadas expediciones, pero para la ecuatoriana, que transcurrió entre 1735 y 1748, necesitaban la autorización de España, y esta impuso que participasen dos españoles, Juan y Ulloa.
El resultado final reivindicó a la física newtoniana. Las dificultades que la expedición tuvo que superar, y los métodos necesarios para realizar las medidas, se explican con bastante claridad en la exposición del Museo Naval.
De regreso a España, Juan y Ulloa prepararon una obra, en varios volúmenes, Relacion historica del viage a la America meridional hecho de orden de S. Mag. para medir algunos grados de meridiano terrestre, y venir por ellos en conocimiento de la verdadera Figura, y Magnitud de la Tierra, con otras Observaciones Astronomicas y Phisicas (1748), obra que debe ocupar un lugar de honor en la bibliografía histórica española, por lo que contiene no solo de ciencia, astronomía y matemáticas, sino también de la geografía, minerales y etnografía americana.
Un detalle significativo de la situación de España en la época se encuentra en el volumen quinto de esa obra, que escribió Jorge Juan. Como la expedición había validado la física newtoniana, era necesario tratar de la física establecida por Newton en 1687.
Y en este punto entró en escena la Iglesia Católica. Recurrir a esa física significaba optar por el sistema heliocéntrico, pero más de un siglo después de que en 1633 la Inquisición romana hubiera condenado a Galileo, la Inquisición española no toleraba apartarse del geocentrismo.
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Y el inquisidor general exigió a Juan que, al aludir a la teoría de Newton basada en el movimiento de la Tierra, añadiese “sistema dignamente condenado por la Iglesia”. Tras diversas gestiones, en las que Juan no participó, se incluyó en el libro lo siguiente: “Así discurrían estos grandes ingenios en la Hipótesis del movimiento diurno de la Tierra; pero aunque esta Hipótesis sea falsa, la razón del equilibrio siempre probaba contra la perfecta esfericidad de la Tierra”.
En 1773, el mismo año en que murió Jorge Juan, se publicó una segunda edición; la situación política había cambiado entonces lo suficiente como para que el marino alicantino pudiera incluir un “Prólogo de esta nueva edición” y un ensayo sobre el “Estado de la Astronomía en Europa”, donde reivindicaba la física newtoniana y el heliocentrismo.
Así era la España de la Ilustración.