Tortuga en el fondo marino. Foto: Pexels/Daniel Torobekov

Tortuga en el fondo marino. Foto: Pexels/Daniel Torobekov

ENTRE DOS AGUAS

Regreso al mar, una mirada (perdida) a los orígenes de la vida

El cambio climático provocado por la intervención del ser humano pone en riesgo el equilibrio en los fondos oceánicos, de los que provenimos. 

2 agosto, 2024 01:42

Delos, la pequeña isla griega del mar Egeo, habitada al menos desde el tercer milenio antes de Cristo, pero ahora ya sólo destino turístico, ese lugar donde, según la mitología, nacieron Apolo y su hermana gemela, Artemisa, se está hundiendo, víctima del aumento del nivel de las aguas marinas debido al cambio climático y de los movimientos de las placas tectónicas de la región.

Según la Escuela Arqueológica Francesa de Atenas, que ha estado estudiando Delos durante los últimos 150 años, ayudado por el hundimiento del suelo, en algunas partes de la isla el nivel del mar ha subido durante la última década la increíble cifra de casi 20 metros. El pronóstico es que en cincuenta años la isla habrá desaparecido.

Metafóricamente se podría decir que esta “toma de Delos” representa el regreso al mar, el medio en que surgió la vida terrestre de la que los humanos somos parte. Es estremecedora la riqueza que albergan mares y océanos, que cubren más del setenta por ciento de la superficie terrestre y que esconden profundidades que superan la altura del monte Everest (8.848 metros).

Que la vida surgiera en las aguas marinas no es sorprendente, aunque en la atmósfera se produjo la química básica

Por ejemplo, en el océano Pacífico, entre Japón y Nueva Guinea, existe una depresión, llamada Fosa de las Marianas, de dos mil quinientos kilómetros de longitud, en cuyo extremo suroeste se encuentra el “Abismo de Challenger” –denominado así en honor del buque británico HMS Challenger, que la localizó entre 1872 y 1876– de casi once mil metros de profundidad.

En uno de sus libros, El mar que nos rodea (Destino, 2007; primera edición en inglés de 1950), anterior a su inolvidable Primavera silenciosa (1962), e imaginando a una persona que al caer el día contempla el horizonte desde el borde del mar, Rachel Carson puso prosa poética a la dimensión marina de la Tierra: “Y entonces, cuando solo frente al mundo de agua y de cielo que ante él se extiende, siente la soledad de la Tierra en el espacio. Y entonces, más que nunca sobre tierra firme, conoce la verdad de que su mundo es un mundo subacuático, un astro dominado por el océano inmenso que lo cubre, en el cual los continentes no son más que porciones emergidas transitoriamente de la corteza terrestre que sobresalen por encima de la superficie del agua que todo lo envuelve”.

Pero ¿de dónde procede toda esa agua? Actualmente la posibilidad más aceptada es que una parte llegó en asteroides de unos cuantos cientos de kilómetros de tamaño, similares a los que se encuentran en el cinturón de asteroides que existe entre Marte y Júpiter formando una especie de frontera entre los planetas rocosos (Mercurio, Venus, la Tierra y Marte) y los gaseosos (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno), y que cuando se formaron contenían agua en forma de hielo, así como otros elementos, entre ellos hidrógeno, carbono y nitrógeno.

Pero esto suscita a su vez, la cuestión del origen de tales asteroides, pregunta a la que se responde suponiendo que estos procedían de nubes de planetesimales (agregados de materia de los que surgieron luego los planetas) formados en las regiones más frías de la nube cósmica, de donde surgió el Sistema Solar, en concreto de los planetesimales que se encontraban más allá de la órbita de Júpiter, donde el polvo de agua helada era abundante.

Que la vida surgiera en las aguas marinas, ricas en nutrientes y protectoras de los fenómenos telúricos que durante largo tiempo convulsionaron la Tierra joven, no es sorprendente, aunque es cierto que es en la atmósfera de la Tierra donde se produjeron algunos elementos de la química básica de la vida, como aminoácidos, los “ladrillos” de las proteínas.

“Pasados unos cuantos miles de millones de años de evolución – escribe Patrik Svensson en un hermoso y entretenido libro, Un inmenso azul (Libros del Asteroide, 2024) –, el mar se había convertido en un hervidero de amebas, algas y diferentes especies de protozoos, y, más adelante, de esponjas, gusanos, medusas, corales y artrópodos”.

Y allí se quedaron todas esas manifestaciones de vida hasta hace unos quinientos millones de años, cuando algunos organismos se atrevieron a salir del agua: plantas que colonizaron la Tierra y sirvieron de alimento a seres inicialmente anfibios. ¡Que maravilloso espectáculo sería poder observar a cámara rápida cómo las aletas que se transformaron en patas y las branquias en pulmones!

La historia de la humanidad contiene todo tipo de episodios en cantidades inconmensurables, por eso siempre habrá hueco para nuevas investigaciones y narraciones. Y entre esos episodios no faltan los que tienen los mares como escenario central. Svensson recorre algunos de ellos, enriqueciéndolos con detalles que con frecuencia han sido ignorados.

Historias como la del humilde panadero escocés, Robert Dick (19811-1866), botánico y geólogo aficionado, que encontró el primer fósil – de hace alrededor de 385 millones de años– de un organismo, el placodermo (clase extinta de peces primitivos) Microbrachius dicki, que se reproducía sexualmente, un método de reproducción completamente nuevo (hasta entonces las nuevas vidas se creaban por división de células, no por unión).

Desgraciadamente, el depredador afán de nuestra especie no ha dejado de lado a los mares. Acompasado con el desastroso –para la salud del planeta– crecimiento exponencial de la población mundial, se encuentra la irresponsable pesca industrial, beneficiaria de tecnologías que localizan con precisión bancos de peces, que está vaciando los océanos de mucha de su rica población marina: así, por ejemplo, a comienzos de la década de 1990 se descubrió que había desaparecido uno de los mejores caladeros de bacalao de la costa canadiense de Terranova.

Y exterminamos especies no sólo pescándolas, sino también alterando el medio en el que subsisten: un ejemplo es el del dióxido de carbono, la fuente principal por el momento del cambio climático, que incrementa la temperatura y la acidez de los mares.

Seguramente muchos de ustedes, apreciados lectores, pasarán sus bien ganadas vacaciones en alguna playa. Disfruten, sí, pero cuídenlas también, tanto la playa como el agua en la que se bañen. Cuando en 2019 Victor Vescovo, un militar jubilado que se había enriquecido como inversor, alcanzó con un sumergible dotado de las tecnologías más avanzadas el fondo del “Abismo de Challenger”, ¿saben lo que vio, a más de diez mil metros de profundidad? Una bolsa de plástico.

Que pasen un buen verano. Hasta septiembre.

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