Detalle de la cubierta de '¡Quiero volar!: El mundo de Ícaro' (Crítica), de José Manuel Sánchez Ron y Antonio Mingote.

Detalle de la cubierta de '¡Quiero volar!: El mundo de Ícaro' (Crítica), de José Manuel Sánchez Ron y Antonio Mingote.

Entre dos aguas

Los mundos de Ícaro

Los mitos son un reflejo de lo que hemos sido, de lo que somos y, sobre todo, de lo que anhelamos o tememos ser. 

13 septiembre, 2024 14:22

En recuerdo de Javier López Rejas, gran y sabio periodista, pero sobre todo un hombre bueno. Fue una alegría y un honor colaborar contigo.

En un artículo reciente en XL Semanal, Carmen Posadas comentaba lo que denomina "El síndrome de Ícaro", que afecta a "personas que tienden a ignorar las advertencias y a subestimar los riesgos en un afán de conseguir metas cada vez más ambiciosas". Allí esbozaba brevemente el mito de Ícaro, dando por sentado que sus lectores estarían familiarizados con él.

Mi experiencia, ¡ay!, es diferente. En 2010, junto a mi añorado Antonio Mingote, que realizó las ilustraciones, publicamos un libro que titulamos El mundo de Ícaro. Pero pronto la editorial nos dijo que pocos de los posibles compradores sabrían quién era Ícaro, y tomaron la decisión de cambiar la bellísima sobrecubierta por otra, más fea y con un título horrible: ¡Quiero volar!.

No sé si su percepción fue correcta o no, pero algo de cierto debía tener. Y ello me lleva a la siguiente reflexión. Aquellos que pertenecen a generaciones cada vez más alejadas de las recientes pueden creer que las bases culturales que fueron acumulando en sus años jóvenes y de madurez continúan vigentes, y que constituyen un sólido "pegamento" que les une con las nuevas generaciones.

Es cierto que fue así durante una parte considerable de la historia de la humanidad, en la que los cambios se producían con lentitud, pero el tecnologizado mundo actual no conoce pausas, y costumbres, conocimientos, valores culturales y sociopolíticos, difieren cada vez más de los de antaño, no importa cuán apreciados y sólidos estos pudieran haber sido.

Los profesores de cierta edad saben que si, por ejemplo, cuentan un cierto tipo de chiste, los alumnos no se dan cuenta de que es eso, un chiste. Y es que muchos chistes se insertan dentro de una cultura determinada, perdiendo su sentido fuera de ella.

"Los mitos muestran lo peor y lo mejor de la condición humana, lo que más tememos y lo que más deseamos conseguir"

Lo mismo sucede con los mitos, como el de Ícaro. Son historias que se construyen sobre profundos anhelos, temores, esperanzas o pasiones humanas. Aunque sus protagonistas sean seres imposibles, no pueden esconder que su naturaleza no es sino imagen de la de los seres que los inventaron. Muestran lo peor, al igual que lo mejor, de la condición humana, lo que más tememos de nosotros mismos y lo que más deseamos conseguir.

Queda bien lo anterior, ¿verdad? Pero esos "anhelos, temores, esperanzas o pasiones" que menciono, no voy a decir que hayan desaparecido de la existencia de los humanos; continúan y continuarán dándose el amor, el odio, la generosidad, el egoísmo, el deseo de "ir más allá" al que se refería Carmen Posadas, y tantos otros asociados a nuestra naturaleza, pero creo que estos se ven "enturbiados" por los cuasi todopoderosos, ubicuos, universos de las redes sociales, pódcast, memes y similares, en los que, parece, hemos delegado una parte de nuestras vidas y decisiones.

¿"Delegado"?, o quizá sería mejor decir que las han tomado, inadvertidamente, para algunos. Leslie Poles Hartley comenzaba su novela The Go-Between (1953; El mensajero, Pre-Textos, 2004) con una famosa frase: "El pasado es un país extranjero, allí las cosas se hacen de otra manera". Y si hay momentos de la historia en que esto es así, el presente, el de las generaciones "nativas digitales", es uno de ellos.

Pueden ustedes pensar, apreciados lectores, que quien escribe esto no es sino un viejo dinosaurio que añora tiempos pasados. Puede que añore algunos de los valores de antaño, pero soy consciente, testigo y admirador de lo mucho que ha mejorado en aspectos importantes la humanidad. En conocimientos, y en capacidad de acceder a ellos, desde luego.

Pero vuelvo a Ícaro, el hijo del inventor Dédalo, que obligado a abandonar Atenas se refugió en la corte de Minos, rey de Creta. Allí Dédalo construyó un laberinto para que el Minotauro, criatura con cuerpo de hombre y cabeza de toro, viviera oculto toda su vida. Teseo, príncipe ateniense, llegó a Creta como sacrificio humano para el Minotauro, pero Ariadna, hija de Minos se enamoró de él, pidiendo ayuda a Dédalo para salvarle.

Este terminó ayudando a Teseo, que había matado al Minotauro, suministrándole un ovillo de hilo gracias al cual pudo encontrar la salida del laberinto. Minos se enfureció tanto que encerró a Dédalo en el laberinto, junto a su hijo Ícaro. Para escapar, y hacerlo sin recurrir a algún barco, puesto que Minos vigilaba todos los que abandonaban la isla, Dédalo pensó en imitar a los pájaros.

Fabricó unas alas enlazando plumas, primero las pequeñas y luego las más grandes; unió estas entre sí con hilos, mientras que para las pequeñas utilizó cera. Comprobó que funcionaban, dotó a Ícaro con otro par y le enseñó a volar. Una vez conseguido esto, padre e hijo se dispusieron para emprender el vuelo y abandonar su cautiverio.

Dédalo advirtió previamente a Ícaro que tuviese cuidado, que no se elevase demasiado porque el calor del sol derretiría la cera, pero que tampoco volase demasiado bajo porque el mar mojaría las alas y no podría sustentarse en el aire. Pero Ícaro desoyó las advertencias de su padre, comenzó a ascender, la cera se derritió y las plumas se fueron cayendo, él fue perdiendo altura, cayó al mar y murió.

El Ícaro de mi libro con Mingote pretendía representar uno de los capítulos más notables de la historia natural y de los esfuerzos científicos y tecnológicos más complejos y exitosos de la historia.

De la historia natural porque entre los productos de la evolución figuran seres capaces de volar, como insectos o aves, estas descendientes de los dinosaurios con plumas, aviarios, los únicos que sobrevivieron al dantesco episodio del meteorito que chocó con la Tierra hace 66 millones de años.

De la ciencia porque esa historia es deudora de desarrollos como el "principio de Arquímedes"; o la ecuación de Daniel Bernoulli que relaciona la presión de un fluido, su densidad, la aceleración de la gravedad, la altura a la que se encuentra, y la velocidad con que se mueve; o de métodos matemáticos para resolver las ecuaciones no lineales de los fenómenos de la turbulencia. Y de logros tecnológicos como el diseño y construcción de poderosos motores, alas de aviones, túneles aerodinámicos, dirigibles, aviones, drones, satélites, cohetes o sondas espaciales. 

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