Para que Europa mantenga su estado de bienestar, es imperativo competir en tecnología y comercialización.

Para que Europa mantenga su estado de bienestar, es imperativo "competir" en tecnología y comercialización.

Entre dos aguas Entre dos aguas

Por una nueva vieja Europa

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"Europa se ha estado preocupando del lento decrecimiento desde el comienzo de este siglo. Para incrementar las tasas de crecimiento se han implementado y han desaparecido varias estrategias, pero la tendencia continúa sin cambiar. Según diferentes métricas, se ha abierto una amplia brecha en el PIB entre la Unión Europea y los Estados Unidos, debida principalmente a una desaceleración más pronunciada desde el comienzo de este siglo".

"Durante la mayor parte de este período, la desaceleración del crecimiento se ha considerado un inconveniente, pero no una calamidad. Los exportadores europeos lograron capturar cuotas de mercado en partes del mundo de más rápido crecimiento, especialmente Asia. Muchas más mujeres ingresaron en la fuerza laboral, lo que aumentó la contribución laboral al crecimiento. Y, después de las crisis de 2008 a 2012, el desempleo cayó constantemente en toda Europa, lo que ayudó a reducir la desigualdad y mantener el bienestar social".

Así comienza el informe El futuro de la competitividad europea (septiembre, 2024), que Mario Draghi ha elaborado a instancias de la Unión Europea, y que le lleva inmediatamente a manifestar: "Pero los cimientos sobre los que construimos ahora están tambaleándose. El anterior paradigma global se está desvaneciendo. La era de rápido crecimiento del comercio mundial parece haber pasado, con las empresas de la UE enfrentándose tanto a una mayor competencia del exterior como a un menor acceso a los mercados extranjeros".

Los problemas se multiplican: dificultad para acceder a fuentes de energía (por ejemplo, las rusas), inestabilidad geopolítica mundial, disminución de la población/natalidad, y a la cabeza un tan imparable como rápido cambio tecnológico. "Europa -dice Draghi- se perdió en gran medida la revolución digital liderada por internet y los aumentos de productividad que trajo consigo".

Sólo cuatro de las 50 principales empresas tecnológicas mundiales son europeas. "Si Europa no puede volverse más productiva, nos veremos obligados a elegir. No podremos convertirnos, de repente, en un líder en nuevas tecnologías, un modelo de responsabilidad climática y un actor independiente en el escenario mundial. No seremos capaces de financiar nuestro modelo social. Tendremos que reducir algunas, si no todas, nuestras ambiciones".

Ambiciones como las de una Nueva Ilustración: "prosperidad, equidad, libertad, paz y democracia en un entorno sostenible". Y la única manera de volverse más productiva es que Europa cambie radicalmente, no centrándose en tecnologías ya "maduras", con escasa capacidad de innovación, y con pequeñas inversiones en Investigación y Desarrollo (I+D), el mantra del universo de la competitividad internacional, sino en otro tipo, en las tecnologías que están cambiando, o cambiarán, el mundo: las de la Inteligencia Artificial y las vinculadas a la descarbonización.

El problema de Europa, dice Draghi, no es de falta de ideas y ambición: "Tenemos muchos investigadores de talento y emprendedores que presentan patentes. Pero la innovación se bloquea en el siguiente nivel: fracasamos trasladando la innovación a la comercialización".

Para que Europa sobreviva en este innovador siglo XXI es necesario "competir" en tecnología y comercialización

Para resolver estos problemas, para aspirar a que el "Otoño" de la vieja Europa no se convierta en "Invierno", para que Europa sea algo más que un museo que visitan millones de turistas de otras tierras, inundando y desplazando a muchos de los habitantes autóctonos, indefensos o incapaces de competir económica o socialmente contra las hordas que llegan en incontables aviones, cuando no en auténticas "ciudades flotantes", Draghi propone una solución. Que Unión Europea e inversión privada realicen gigantescas megainversiones, del orden de entre 750.000 y 800.000 millones de euros anuales, a sumar a las ya en curso.

No voy a entrar en el análisis que hace Draghi de la procedencia, repercusiones y dinámica de tales inversiones, únicamente quiero realizar algunos comentarios. El primero que, seguramente, Draghi tiene razón, que para que Europa sobreviva con dignidad en este innovador siglo XXI -y en los que seguirán- es necesario "competir" en tecnología y comercialización.

La tecnología, las nuevas tecnologías siempre ganan, nos gusten, o no, nos quiten, o no, trabajo. Parece que no hay otra solución. Ahora bien, no nos confundamos, pues al implementar -si se hace- medidas como las que se proponen, es grande el riesgo de perder algunos de los valores que más apreciamos los hijos de la Ilustración, eso que llamamos "Estado del bienestar", ideal nacido precisamente en Europa en la década de 1940.

Queremos competir, principalmente, con Estados Unidos, China e India, pero en estos países bien el acceso a la "seguridad social" universal para la ciudadanía y/o la práctica de la democracia dejan mucho que desear. No es necesariamente cierta la máxima de Lampedusa: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie".

La relación entre lo privado y lo público, otro de los asuntos que Draghi considera, será complicada. Por ejemplo, ¿estamos los europeos dispuestos, o, si lo estamos, seremos capaces de subsidiar a empresas privadas en la proporción en la que lo hace China, lo que explica, al menos, parte del éxito de un gigante mundial de esas nuevas tecnologías, las digitales, como es Huawei, cuyo presupuesto anual en I+D es de, aproximadamente, 15.000 millones de dólares, pero que cuenta con el apoyo del gobierno chino?

En 2019 los subsidios que el gobierno chino estaba proporcionando a Huawei, en forma de terrenos, créditos bancarios y deducciones de impuestos, eran de, aproximadamente, 75 mil millones de dólares.

Y también está la ciencia. Otro de los mantras comúnmente aceptados -este histórico- es que primero está la ciencia pura, que cuando se aplica se convierte en tecnología. Pero esto no es siempre así.

Ni lo ha sido ni lo es: hace tiempo que se acuñó el término "tecnociencia", para expresar un tipo de investigación, diferente a la que practicaron, por ejemplo, los Newton, Darwin, Cantor, Cajal, Einstein o Bohr, la ciencia motivada sobre todo por la búsqueda de conocimiento, de entendernos a nosotros mismos. Está surgiendo así -de hecho, ha surgido ya- una cultura que da primacía a "lo tecnológico", una cultura donde lo importante no es "conocer" sino la posibilidad de "aplicar".

Es evidente que digo lo anterior con un sentimiento de añoranza por un mundo que si no está desapareciendo, sí está debilitándose, pero soy consciente de que las sociedades cambian, impulsadas principalmente por las tecnologías -siempre ha sido así-, y que las culturas también lo hacen, alentadas, condicionadas, por ellas. Inevitablemente, aunque no sepamos a dónde nos conducirán.