Cine

Críticos y directores

La guerra de los Cien Años

27 febrero, 2000 01:00

Por un lado, los directores: Saura, Aranda, Suárez, Chávarri, Calparsoro y Bajo Ulloa. Por el otro, los críticos: Méndez-Leite, Here-dero, Riambau, Marías y Sánchez. Todos ellos, a raíz de las recientes guerras verbales entre cineastas y críticos europeos, opinan para EL CULTURAL sobre el papel de la crítica cinematográfica en España. Además, Carlos Losilla, el presidente de la ACCEC (la asociación más representativa de críticos y escritores cinematográficos), considera que la crítica está obligada a provocar el debate y la reflexión en el cine español.

Una simple ojeada a la historia advierte que en el cine no hay que subestimar el valor (y el poder) de la crítica. Fue un puñado de críticos cinematográficos quien sentó los principios de la "nueva ola" francesa en los incipientes años cincuenta, con la creación de la revista Cahiers du Cinéma. Formado por nombres como Erich Rohmer, Jean Luc Godard o Claude Chabrol, este grupo de críticos venidos a cineastas se convirtió años después en una de las más brillantes concentraciones de talento cinematográfico que ha dado el siglo XX. Si un país debe agradecer la labor de la crítica cinematográfica, ese país es Francia.

Sin embargo, ha sido en el país vecino donde ha estallado recientemente la guerra entre directores y críticos que estos meses recorre como un fantasma el viejo continente. Un fax de la Asociación de Autores, Realizadores y Productores franceses enviado por error a la prensa activó el resorte. En los nueve folios de quejas y pedidos -supuestamente redactados por el realizador Bertrand Tavernier que, dicho sea de paso, fue un reconocido crítico de cine en los años sesenta-, firmados por realizadores de prestigio como Téchiné, Goupil, Leconte, Mocky, Sautet y Molinaro, había una sugerencia que llamaba especialmente la atención: que la crítica dé un respiro de cuatro días (hasta el domingo que sigue al miércoles del estreno) a las películas francesas. Además (y aunque pueda parecer increíble), este respiro sólo debe darlo si en el texto se cargan demasiadas tintas contra el filme.

El matutino "Libération", no exento de razones, tomó la oferta como algo personal y publicó en un editorial: "Si es verdad que los filmes hoy salen en una o en cientos de copias pero tienen vida breve, a menos que la venta de entradas la consagre durante los primeros días, no es a la crítica, sino a los distribuidores y propietarios de salas, a quien los cineastas debieran dirigirse para solicitar un poco de paciencia".

El ejemplo galo cundió poco después en Italia, y el mes pasado el diario La Repubblica puso a disposición de los cineastas un espacio para que arremetieran libremente contra la crítica. Manifestando su malestar, el director de una de las versiones más aclamadas de Romeo y Julieta, Franco Zefirelli, aprovechó la coyuntura y se despachó de esta guisa: "Deberíamos eliminar a los críticos. Son superficiales, egoístas, atrasados e inútiles, y la mayor parte de las veces hablan de películas que ni siquiera han visto". Así están las cosas.

No se puede decir que en España las aguas cinematográficas estén tan revueltas como en Francia o Italia, y aunque la relación entre cineastas y críticos queda lejos de estallar en un "manifiesto", no escasean los casos de odio visceral o de mera antipatía entre uno y otro lado. Aunque los directores españoles no son especialmente partidarios de articular acciones contra los críticos, sí hay algunos que no escatiman en reproches. La percepción general del realizador Carlos Saura sobre los críticos, "aunque los hay de toda condición", es que "se toman un poder y una autoridad de la que en realidad carecen".

Homenaje negro

Vicente Aranda, al estilo de Miguel ángel en sus pinturas y de Woody Allen con sus filmes, ha ironizado en más de una de sus producciones sobre la crítica y sus firmantes. En su último trabajo, Celos, el cineasta puso el apellido de un crítico a una empresa de melones. "Lo hago como una especie de homenaje negro -explica el director de Amantes-. Ellos tienen una plataforma para actuar, y yo como tribuna sólo tengo mis películas". Pero lejos del capítulo anecdótico, Aranda se manifiesta con especial virulencia hacia la crítica especializada: "Tiene deseos de erigirse en un quinto poder, y además hay algunos críticos que ni siquiera ven la película que luego critican o que sin que se les caiga la cara de vergöenza se salen a fumar un cigarro durante la proyección". El principal reclamo de Aranda, sin embargo, es que la crítica se despoje de toda intención insultante y visceral. "Bastante es sufrir que un señor en un cuarto de hora te desmonte el trabajo de dos años para que encima te insulte", añade.

El director de Remando al viento, Gonzalo Suárez, se hace partícipe de esta reivindicación: "Me irrita cuando leo críticas que son ofensivas o que no están en función de lo que has hecho. En mi caso, las quejas podría destinarlas a determinados críticos, pero prefiero ni mencionarlos". Suárez reconoce que la crítica le ha tratado generalmente bien, excepto con su filme La reina anónima, "que simplemente no entendieron". Por este motivo, el cineasta ovetense exige al sector crítico mayor reflexión. "Lo primero que tiene que hacer el crítico es tratar de entender la película, y si es necesario que la vea dos veces, que lo haga. Cuando ven el filme, creo que están más preocupados de lo que van a escribir que en dejarse llevar por la historia. Lo que ocurre es que hay tanta inflación que rara vez dispone de tiempo suficiente para reflexionar".

Por este mismo motivo, Jaime Chávarri no confía en la crítica de prensa diaria. "No se puede juzgar un filme viéndolo una sola vez y mediante el trabajo rutinario de escribir una columna", afirma el director de Las bicicletas son para el verano. "En cualquier caso -añade Chávarri- no le presto mucha atención ni le doy gran importancia. Al principio de mi carrera sí se la daba, porque creía en ella, pero luego llegué a la conculsión de que no merece la pena. Considero que mi trabajo es demasiado importante como para hacer caso de lo que me diga un crítico".

Cada gallina en su corral

A tenor de sus manifestaciones, el director Daniel Calparsoro, con cuatro películas a sus espaldas -a diferencia de Salto al vacío, la última, Asfalto, ha sido muy bien recibida por la prensa especializada-, todavía se encuentra en esa primera etapa de la carrera cinematográfica que recuerda Chávarri. "Creo que el crítico es muy importante, porque es el espectador que más conecta con nuestro trabajo. Yo siempre he leído crítica cinematográfica, y no tendría sentido que no la siguiera leyendo ahora que hago cine", dice Calparsoro.

De un modo o de otro, el crítico Miguel Marías asegura "que todos los directores leen las críticas, aunque digan que no". Fue precisamente con Jaime Chávarri con quien protagonizó hace varios años uno de esos casos de irremediable afinidad profesional, que finalmente deviene en irrreconciliable amistad. Según cuenta el crítico y colaborador de Nickel Odeon, Chávarri se enemistó con él a partir de una mala crítica que escribió en Dirigido por del filme Dedicatoria (1980). "Yo tenía cierta amistad con Jaime Chávarri, vi dos veces la película y lo cierto es que no me gustó nada. Escribí la crítica y a los pocos días me encontré con él en una proyección. Ni siquiera me saludó, y desde entonces no hemos vuelto a hablar".

Tanto críticos como cineastas aseguran, sin embargo, que estas pequeñas desavenencias son excepcionales, ya que tanto unos como otros procuran mantenerse discretamente alejados. "Yo creo que cada gallina debe estar en su corral", determina Esteve Riambau, crítico de Fotogramas. "Trabajamos en ámbitos comunes -dice el crítico Carlos F. Heredero-, pero las relaciones que se establecen son delicadas y exigen una cierta distancia, aunque no siempre se puede evitar que surgan relaciones de amistad".

Fernando Méndez-Leite, crítico y director de la Escuela de Cine de Madrid, cree sin embargo que la dependencia entre ambas partes es inevitable. "Muchas veces estamos mediatizados por el conocimiento y a veces la amistad de las personas que hacen las películas", asegura. "En cualquier caso -añade-, yo no le doy demasiada importancia a la crítica, y creo que los directores tampoco deberían, porque su repercusión en taquilla es muy pequeña, y eso es lo que realmente preocupa a los cineastas".

El crítico Sergi Sánchez también se muestra "muy escéptico" sobre el poder real de las críticas. En cualquier caso, le parece "demencial" que los directores pretendan inmiscuirse en el papel de la prensa especializada. "Cada uno tiene su trabajo y lo hace lo mejor que puede -argumenta-. La crítica, influyente o no, forma parte de los gajes del oficio en el mundo del cine, y al igual que puede destrozar una película, también puede levantarla. Pero de eso, lógicamente, los cineastas no se quejan".

A diferencia de otros países como Francia, donde la prensa especializada en cine tiene mayor tradición y generalmente es más seguida por los espectadores, la influencia real de la crítica española actúa únicamente sobre las películas que nacen desnudas a los circuitos de distribución, es decir, desamparadas de una campaña de promoción. Sin embargo, sobre las películas fuertemente respaldadas su poder es prácticamente nulo.
Antonio Pérez, productor desde Maestranza Films de Solas y Nadie conoce a nadie pudo comprobar el año pasado la importancia de una campaña de promoción como elemento para anular el poder de la crítica especializada. "Solas se estrenó sin ningún tipo de promoción, y el papel de la crítica poniéndola por las nubes fue definitivo, además del boca a oído de los espectadores. Con Nadie conoce a nadie ocurrió lo contrario, a pesar de las críticas tan dispares que recibió, funcionó muy bien en taquilla. Sin duda, la fuerte campaña publicitaria logró eclipsar el papel de la crítica".

Otro ejemplo paradigmático es el protagonizado por el filme Airbag, de Juanma Bajo Ulloa. A pesar de que la "mala crítica" fue unánime, el trabajo del director vasco resultó ser la película española más taquillera de 1997. El realizador, que califica a los críticos de "parásitos", se muestra especialmente celoso de la integridad ética de los especialistas: "Es muy sospechoso que pusieran a parir Airbag antes del estreno. Pero en España he aprendido que la crítica destruye o enaltece en función del grupo mediático donde trabaja el crítico".

Las dos partes interesadas en el debate reconocen que las grandes corporaciones (con medios de comunicación, productoras y distribuidoras bajo su paraguas) juegan su papel en la crítica, secundario para algunos, y principal para otros, como en el caso del autor de Airbag. "Hay críticos de ciertos medios que tienen una libertad relativa -sostiene Méndez-Leite-, por- que las películas que pertenecen a su grupo hay que tratarlas bien. Y también existen algunas publicaciones que, dependiendo del tipo de película que sea, encargan el texto al crítico al que le suele gustar ese tipo de filme, para evitarse problemas".

"Es imposible pedir ecuanimidad a la crítica -afirma Chávarri-, porque la guerra de los medios y sus grupos es clara, y el engaño siempre puede estar presente". Según algunos directores, no sólo la guerra de medios puede afectar a la independencia del firmante. Vicente Aranda se pregunta "cómo es posible que un crítico acepte una invitación, por ejemplo, a Los ángeles para ver Titanic. La corrupción de la crítica también se disfraza con ofrecimientos, viajes de promoción y demás chantajes a la prensa".

Miguel Marías y Esteve Rimbau salen en defensa del sector crítico explicando que muchos cineastas confunden la crítica especializada con la crónica de estrenos. "De todos modos -sostiene Marías-, creo que los directores españoles tienen poco de qué quejarse, porque la crítica en general es blandengue y triunfalista con el cine español. Lo que sí debería preocupar, tanto a unos como a otros, es si la crítica puede ayudar al cineasta".
Sobre este punto todos los cineastas parecen ponerse de acuerdo: la crítica nunca construye ni abre los ojos al director, sólo tiene capacidad para destruir. "A mí me gustaría encontrar críticas que me muestren los defectos de mi trabajo con un discurso convincente -afirma Vicente Aranda-, entonces no me importaría que las pusieran mal. Pero no es así y por eso no las leo". Gonzalo Suárez, por su parte, pide a los especialistas algo más de sentido común en los textos que escriben, "porque la mayoría de las veces mi mujer es más dura con mis filmes que ellos".

El productor de Maestranza Films también vislumbra una especie de banalización en la crítica: "Ocurre que está cayendo en la tombolización, en querer sacar jugo de bromas pseudoliterarias, pero sin dar ningún criterio definido sobre la película". A este respecto, Carlos Heredero autodiagnostica su sector: "La crítica en España está necesitada de un debate, sobre todo en relación con la propia metodolgía de la crítica. Hay que analizar tendencias y formas de trabajo. En los años sesenta y setenta estos debates eran frecuentes, pero ahora todos los críticos estamos nadando como buenamente podemos". Gonzalo Suárez glosa al poeta de Moguer para concluir el estado de las cosas. "Así es la rosa -dice el director de El detective y la muerte-. Se trata de un ejercicio democrático y en consecuencia no queda más remedio que sufrir o disfrutar con la crítica".
Buenas o malas, constructivas o destructivas, contrastadas o estólidas, las críticas cinematográficas forman parte del juego, del que ningún cineasta puede escapar aunque lo pretenda. Sirva como consuelo la conclusión de Méndez- Leite: "Cualquier lector inteligente sabe que una crítica no es más que la opinión personal de alguien que tiene un gran conocimiento del cine, y los directores no pueden pretender que sus películas gusten a todo el mundo".

La cortina de humo

La polémica generada por ciertos cineastas galos que, a finales de 1999, suscribieron un manifiesto en contra de lo que ellos consideraban "desmanes" de cierta crítica de su país, no podía provocar otra cosa, más acá de los Pirineos, que la más altiva de las indiferencias. ¿Qué quieren ahora esos franceses? ¿Qué nos importan a nosotros esas disquisiciones bizantinas? ¿Qué más nos dan temas como la libertad de expresión, el papel de la crítica cultural en la nueva sociedad global o su influencia real a la hora de vender entradas? Allá en París todos tenían sus razones, como en una película de Jean Renoir, especialmente si consideramos con una cierta atención un par de datos tan opuestos como que: a) la proclama venía avalada en un principio por gente absolutamente respetable, como Bertrand Tavernier, pero también por personajillos más bien siniestros, como Patrice Leconte, y b) todo el mundo sabe que ciertos popes de determinados periódicos y revistas de la capital ostentan una actitud descaradamente desdeñosa y grosera respecto a lo que ellos consideran indigno de atención alguna. Es evidente que el crítico tiene todo el derecho del mundo a encabritarse con una película y a decirlo con toda la franqueza de que sea capaz. Pero también es cierto, como un buen amigo me hizo notar recién abierto el debate, que cosas como encabezar un comentario sobre cierta película de Francesco Rossi, basada en una novela de García Márquez, con el título Cronique d'une merde annoncée no son, sinceramente, de recibo.

Pero eso sucedía, como decíamos, allá en París. Aquí, por el contrario, el asunto se redujo a unas cuantas líneas en los papeles y a nebulosas, a veces crípticas reacciones a cargo de algunos elementos patrios supuestamente afectados por el tema. ¿Afectados? La verdad es que no mucho porque, de nuevo, la situación en la piel de toro es muy distinta a la que parecen vivir los hijos de la Nouvelle Vague. En lo que a la crítica más leída se refiere -la crítica periódica, la reseña diaria o semanal, las revistas ilustradas más comerciales-, el cine español hace tiempo que goza de una especie de consenso generalizado según el cual no parece conveniente airear demasiado sus miserias, sino todo lo contrario: pasamos como de soslayo junto a las atrocidades más flagrantes para ensalzar las virtudes más elementales, perdonamos un guión desastroso en aras de la meritoria interpretación de algún actor o actriz, olvidamos la inanidad del discurso por mor de un buen diseño de producción... Por fin el nuestro es un cine que puede parangonarse, sin complejo de inferioridad alguno, con el que se hace en el resto de Europa. Por fin, según muchos, podemos hablar de una industria en ciernes, de una gran variedad de estéticas y propuestas. El público acude en tropel a ver cine español y, por si fuera poco, eso da lugar a la construcción progresiva de un modelo homogéneo y compacto, sin fisuras, cuya primera piedra puso la ley Miró y que en los últimos tiempos está llegando a un nivel de sofisticación en verdad inaudito: ¿Alguien pensó que alguna vez llegaría un día en que incluso el díscolo Almodóvar pudiera ser aceptado sin reservas por la gran familia cinematográfica española?

Ante esto no hay, sin embargo, ningún modelo crítico que se proponga cuestionar de algún modo este singular panorama, que se pregunte los motivos de tanta unanimidad, de tan encarnizada defensa del celuloide casero: por qué, por ejemplo, algunos medios de comunicación parecen ponerse misteriosamente de acuerdo para ensalzar ciertas películas que luego son éxitos absolutos en determinadas salas, o por qué tanto la realidad del país como la experimentación lingöística -las honrosas excepciones: Aranda, Bollaín, Coixet, Erice, Guerín, Jordá...- aparecen casi totalmente marginadas de los parabienes oficiales... Dudar, poner en cuestión, es la principal misión del crítico. Y aquí no se duda de nada. Entronizamos, loamos sin orden ni concierto, pero no dudamos. Resulta lógico, entonces, que la polémica francesa no haya tenido ningún eco en nuestros lares. Por un lado, la mayor parte de los cineastas no tienen mucho de qué quejarse: jamás habían sido tan bien tratados. Por otro, los críticos tampoco tenemos nada que defender: reducidos a meros informadores, cuando no a patéticos voceros del vacío que nos envuelve, nuestra labor se ha convertido en una pieza más del macabro mecanismo de la oferta y la demanda, inesperados cómplices del ruín neoliberalismo dominante. ¿Recuperaremos algún día la dignidad? ¿Por fin caeremos en la cuenta de que nuestra misión no debe ser de promoción sino de agitación, de que la crítica como tal está obligada a provocar debate y reflexión, a conversar con el espectador, no a abrumarlo con un aluvión de superlativos o a anestesiarlo desde un supuesto púlpito redentor? Si así sucede, entonces sí tendríamos razón al ignorar la famosa polémica francesa, estaríamos en condiciones de observar a los implicados con toda la displicencia del mundo y preguntarles por qué han obviado el quid de la cuestión, el asunto principal: no si la crítica tiene derecho o no a despotricar contra determinada película y de qué modos puede hacerlo, sino desde qué posiciones intelectuales se realiza esa operación, cuáles son las bases que nos legitiman para emprenderla, qué sentido tiene con vistas a la creación de un verdadero debate cultural. Sólo así, en fin, podríamos empezar a dudar de la pertinencia de la polémica. Mientras tanto, lamentablemente, deberemos seguir observando a nuestros vecinos con mal disimulada envidia: por lo menos ellos tienen algo de qué hablar.

Carlos LOSILLA