Image: El veterano Raoul Ruiz presenta La comedia de la inocencia

Image: El veterano Raoul Ruiz presenta "La comedia de la inocencia"

Cine

El veterano Raoul Ruiz presenta "La comedia de la inocencia"

Fantasía sin fantasmas

18 julio, 2001 02:00

Raoul Ruiz, cineasta chileno de recorrido experimental perteneciente a la industria francesa desde los setenta, estrena el viernes su último trabajo: La comedia de la inocencia. A caballo entre el suspense mágico y un mordaz retrato de la burguesía, el filme, protagonizado por Isabelle Hupert, se basa en un texto de Massimo Bontempelli. Aclamado como uno de los cineastas más innovadores de la historia, Raoul Ruiz, para quien el desconcierto que provoca la imagen prima sobre el curso narrativo de la historia, alcanza en este filme su máxima madurez creativa.

Ser hijo de dos madres es un atractivo punto de partida sobre el que construir un sorprendente thriller con flecos surrealistas. Si además esta premisa, res- catada de la novela Il figlio di due madri de Massimo Bontempelli, es el planteamiento de una película de Raoul Ruiz, La comedia de la inocencia, la narración evolucionará por los senderos del misterio y la ambigöedad. Como uno de los pocos cineastas de ámbito universal que todavía conserva la capacidad de riesgo -no en vano ha filmado con todo tipo de formatos y además se ha atrevido recientemente con una adaptación de En busca del tiempo perdido, saliendo venturoso del fregado-, el director chileno afincado en la industria francesa ha entregado todas sus cartas -todos sus planos, todas las actitudes de los personajes- al peligroso juego del desconcierto.

Para ello coloca en el corazón de la historia a Camille (Nils Hugon), un inteligentísimo niño de nueve años y de familia burguesa -como en Luis Buñuel y Claude Chabrol, la sátira a expensas de la burguesía es una constante en Ruiz- con una particular obsesión: filmar con una pequeña cámara, casi sin descanso, retazos de la vida, imágenes de talante onírico sobre las que bailan los créditos de apertura y que más tarde adquirirán su sentido.
El día de su cumpleaños, Camille anuncia a su madre (una distante, hermética Isabelle Huppert) que a partir de ese momento la llamará por su nombre, Ariane, y que él ya no es Camille, sino Paul, que su verdadera madre se llama Isabella y que además quiere irse con ella. "Esta es una película sobre la infancia de Don Juan -apostrofa irónicamente el cineasta-, un niño capaz de decir que no tiene una madre, sino varias". Seducida por el juego, Ariane accede a llevar a su hijo a la dirección que éste, inesperadamente, le da. Las apariencias condradictorias de las que Ruiz hace gala -"Es una película sin explicación en la cual las explicaciones no hacen sino ahondar en el misterio", afirma- se suceden sin descanso cuando entra en juego Isabella (Jeanne Balibar), una violinista entre inocente y perversa que perdió a su hijo Pual hace dos años y que hoy cumpliría nueve. El puzzle empieza a tomar forma.

Entregando las llaves del enigma, Ruiz define su película como "una fantasía sin fantasmas; el fantasma es la fantasía en sí misma". Efectivamente, la explicación vaciaría de contenido el misterio, del mismo modo que la realidad -al menos en la que se desenvuelven los personajes- es presentada como el contexto de una dimensión casi onírica, muy alejada por extensión de cualquier convencionalismo narrativo y que hunde sus raíces, como explica el propio autor de Genealogías de un crimen, en la captura desesperada de imágenes: "Siempre tengo una fórmula: la imagen es anterior, prioritaria, respecto a la narración".

Poeta de imágenes

Si David Lynch (con el que Ruiz no niega evidentes conexiones) es esencialmente un pintor freudiano convertido en cineasta, Ruiz es fundamentalmente un poeta de imágenes capaz de danzar sin esfuerzo entre la imaginería literaria -ha adaptado obras de Kafka, Stevenson, Shakespeare, Proust, Racine o Calderón, entre otros- y la desconcertante realidad, lo que le coloca en el mismo campo de emociones que produce el difunto surrealismo, movimiento del que se ha ido alejando paulatinamente. "Mi problema con los surrealistas -anota Ruiz- fue que querían mantenerme ocupado hasta mientras dormía".

En el caso de La comedia de la inocencia, la imagen naciente -una escultura de dos cabezas, un grabado del juicio de Salomón actuando como implacable elemento simbolista o quizá Ariane ligeramente velada tras unas cortinas, filmada por el niño- es sólo una excusa para indagar en la atmosférica relación que el niño establece con las dos madres, producto de una falta de identidad que Ruiz ya ha explorado vivamente con anterioridad. "El desorden de la personalidad múltiple -explica el director- es una enfermedad del siglo XXI y una epidemia mental o, más bien, moral. Puedes llegar a ser diez personas que ni siquiera se conocen entre sí. Es una idea con pleno potencial narrativo. En el filme hay muchos temas pero en el fondo es sólo uno: la incertidumbre de la imagen y el juego entre la representación y lo que se esconde tras la representación. Una persona dice una cosa queriendo decir otra. En ese sentido es muy chileno: decir una cosa por otra". De este modo, Isabella, embaucada por completo en la comedia de la inocencia que parece estar interpretando, reclama la tutela de quien asegura ser su hijo, devuelto del océano en el que se ahogó dos años atrás. La reacción de Ariane, cuyas verdaderas intenciones quedan ocultas tras su remota mirada, pasa por albergar a la "nueva madre" en su casa.

El hilo narrativo entonces se tensa y vibra en cada escena, siempre a expensas de la fragilidad que otorga a las historias la mecánica de trabajo de Ruiz -quien arrastra la fama de escribir guiones en dos días y rodarlos en una semana, no en vano a lo largo de su carrera ha rodado casi cien filmes-, cuya motivacióne explica satisfecho: "Yo hago mis películas a partir de cero público. No parto de la base de que alguien va a ver la película. Siempre, a la vez que estoy terminando una, ya empiezo la otra y pienso en la que viene después".

Actores inteligentes

Para un autor que no empezó a rodar con estrellas hasta bien avanzado su periplo profesional (fórmula que inició en 1996 con Tres vidas y una sola muerte, última película de Mastroianni) resulta entendible que prefiera "trabajar con actores inteligentes que con buenos actores". No sólo Huppert y Balibar aportan al filme las dosis justas de delicadeza interpretativa que solicita el guión, también Charles Berling, en el papel de hermano de Ariane -dos personajes sobre los que sutilmente se adivina un pasado incestuoso- sostiene su rol como un pez más dentro de la pecera en la que Ruiz encierra a sus personajes. "Los actores son mágicos. Tienen la capacidad de contar una historia simple haciéndola ambigua. Cada uno está en el lugar correcto, aporta una emoción, una tensión que añadir al misterio. Cada personaje cuenta su propia historia, historias que confluyen en el niño". Retazos de la realidad imaginada que avanzan sigilosamente para revelarnos, como ya todos sabemos, que madre no hay más que una.

Raoul Ruiz (Puerto Montt, Chile, 1941) dirige su ópera prima en 1968, Tres tristes tigres. Cinco años después se ve obligado a abandonar Chile debido al levantamiento de Pinochet. Francia le recibe como exiliado político, y además de experimentar en diversos formatos, se convierte en uno de los directores más prolíficos de su tiempo -con casi cien películas realizadas, ciencuenta de ellas para televisión-, entre cuya obra se cuentan magníficos filmes como Hipótesis de una pintura robada (1975), El territorio (1981), La vida es sueño (1986), Allegoria (1988) o El viaje clandestino (1994).