Image: Los cien años de la Dietrich

Image: Los cien años de la Dietrich

Cine

Los cien años de la Dietrich

Por la sombra de Marlene por Jorge Berlanga

26 diciembre, 2001 01:00

Marlene Dietrich en 1935, fotografiada por Eugene Robert Richee

Angel y demonio , dandy y cabaretera, cínica y dulce, todo en Marlene Dietrich (1901-1992) era pura ambigöedad. Su inquietante presencia recorrió todo el siglo XX bajo las órdenes de los más grandes, desde Josef von Sternberg a Orson Welles. El escritor Jorge Berlanga recuerda para El Cultural a la actriz alemana, "el ser sublime y canalla más allá de la simple razón carnal" que mañana cumpliría cien años.

El público se enamora del resplandor de las estrellas de cine, pero sólo una ha logrado enamorar con su sombra, y ésa es Marlene. La suya es una figura intangible, lejana y sin embargo próxima, una aparición que magnetiza y se escapa entre el humo de un cigarrillo. Es la revelación súbita del mal y del bien en la fantasmagoría del deseo, el ser sublime y canalla más allá de la simple razón carnal, la inteligencia última del escepticismo cuando se apaga la medianoche. La sombra de nuestros mejores sueños. Por buscarle algún tipo de simbología sexual para acercarla a la tierra, hemos llegado a mitificar sus piernas, que llegó a asegurar por un millón de dólares, sólo por dignarse a parecer humana en un momento de displicencia. Pero sus piernas, capaces de ser mitificadas sólo por magia y voluntad de su dueña, la verdad es que no eran infinitas como han podido quedar en la leyenda, sino más bien recortadas y tirando a flacas, pero capaces de alargarse como crecen las incógnitas.

Todo en Marlene es hechizo intangible más allá de su físico. Una frente abombada, unos ojos abultados, nariz aguileña y labios estrechos, pueden darle la vuelta a todas las leyes de la fisonomía y de la belleza en el desarreglo excepcional de un extraordinario sortilegio, por arte y parte de un brujo iluminado e iluminador, Josef von Sternberg.

La adolescente alemana afrancesada, con mente inquieta pero presencia vulgar, algo regordeta, que comienza a interpretar pequeños papeles en el cine distendido de la república de Weimar, sin más futuro que ser una de tantas, encuentra providencialmente en el año 30 al genio que se fascina con el diamante en bruto, retándose a hacer una talla que consiga reflejar los espejismos más insondables y fascinantes del misterio femenino.
Cuando en El ángel azul, Lola-Lola sube la rodilla para apoyar su mano, cantando el Falling in love again en un escenario de claroscuros, no sólo trastorna el pensamiento cuadriculado de una época, sino que desdobla las reglas de la realidad visible con el poder convulso de un símbolo.

Marlene está aún sin pulir, pero el artista ha encontrado la veta ideal con la que moldear sus más brillantes pesadillas. Como buen genio, se enamora de ella en lo que se enamora del reflejo de sí mismo, dándole luz, y sobre todo sombra, a la figura capaz de encarnar las formas de su pasión atormentada.

Hitler y su uniformidad estética consigue hacerle un favor a la Historia del cine obligando prácticamente a la pareja a irse a Hollywood. En la Paramount, Sternberg encuentra los medios y la libertad para fabricar definitivamente a su musa. Marruecos, Fatalidad, El expreso de Shangai, La venus rubia, Capricho imperial y El diablo es una mujer. Marlene ya es algo más que la perfecta mujer fatal, más que la ironía y el misterio, criatura indefinible hecha con el material con el que se construyen los sueños.

Su mirada llena la pantalla de promesas y traiciones. Su voz estremece los rincones más ocultos del corazón. En la versión de La mujer y el pelele de Pierre Luys, Sternberg descubre que la obra maestra se desentiende y escapa del Pigmalión. Sus caminos se separan. El director desciende hasta las cenizas del fracaso, mientras Marlene se instala en la comodidad del estrellato, ganando todo lo que al mismo tiempo pierde.

La ambigöedad sexual que supo fomentar su inventor lleva a la Dietrich a mantener descaradamente relaciones lésbicas para escándalo de la puritana sociedad americana de la época, lo que no le impide contraer matrimonio y ser madre, a la vez que enamorarse perdidamente de Jean Gabin. Es ése otro de sus misterios, sabiendo combinar de manera inaudita el secreto con la impudicia. Puede presumir de haber hecho el strip-tease más perturbador de la Historia del cine, simplemente despojándose de un disfraz de gorila. Maneja a su antojo la fascinación elevando hasta los últimos extremos el capricho imprevisible. Lo mismo se viste de sedas seduciendo a caballeros, que se viste de caballero seduciendo a las señoras. Es la personificación del dandysmo absoluto con el que hubiera soñado desde Brummel a Oscar Wilde, un dandy con coño, que luce el frac y la chistera como si se hubieran inventado para ella. Exquisita y canalla, puede fumar como un carretero y beber como una puta, y en el juego mágico de los espejos ser la más ordinaria a la vez que la más fina. Su mirada es cínica, pero también dulce, húmeda y cómplice, convidando a compartir la copa llena de peligros, gozos y fatigas. Su voz es tan cazallera como cristalina, te hace pensar que has encontrado la amiga perfecta y la enemiga infame que puede dejarte calcinado despachurrándote como una colilla en el cenicero. Es simplemente única, y en su carácter singular se destila un extraño vértigo en el alambique de las sensaciones prohibidas.

Es ya una mujer que disfruta de la esencia de su personaje. Participa todavía en grandes películas, Angel, Berlín occidente, Pánico en la escena, Encubridora, Testigo de cargo o Sed de mal, trabajando con directores de categoría como Lubitsch, Hitchcock, Lang, Wilder y Orson Welles, madurando con una especie de distanciada autometamorfosis. Es la alemana que lucha contra los nazis, poniéndose el delantal para servir copas a los soldados en el "Hollywood café", bailando con el primer recluta que se lo pida, o que se va a entretener a las tropas en el frente, o la alemana que personifica a las mujeres hambrientas y sin ideales en la ciudad destrozada tras la guerra. Es la dama con pasado que aguanta las durezas de un juicio, o que observa como si no fuera con ella la cosa las interioridades de un crimen. Forma parte ya de la maquinaria de la industria del cine americano, sin acabar de mancharse del todo, manteniendo su personalidad, pero quemando con el sol californiano y la fotografía de color su antiguo embrujo lleno de los contrastes del blanco y negro. Vestida de vaquera en Arizona, aun manteniendo su fascinación, la vemos traicionándose con un dolor de mortificación pastelera. Es la Marlene que se acerca al medio siglo, hasta llegar a imitarse a sí misma con irónica distinción, dejándose llevar por la música de los años y acabar apartándose poco a poco del cine para pasearse por los escenarios y afrontar una sibarita decadencia, a medida que envejece, cantando con su voz inconfundible, esa que llena de terciopelo y brumas la última copa de la madrugada, haciéndonos pensar en sentimientos tan huidizos como las volutas del tabaco, porque Marlene, más que algo visible, ha sido siempre una sombra donde refugiarnos en el desierto de las emociones. El veneno que alimenta sonriente en la penumbra de la razón nuestros más deliciosos desconciertos.

La filmografía del ángel

En ángel azul (1930), de Josef von Sternberg. Una desconocida Dietrich de 28 años irrumpe en el panorama hollywoodense y le roba el protagonismo a Emil Jannings con su intensa Lola-Lola.

La venus rubia (1932), de Josef von Sternberg. Con su caracterización de una madre al tiempo protectora y radiantemente sexual, la Dietrich logró una de sus mejores interpretaciones en la que pudo ofrecer sus mejores registros.

Deseo (1936), de Frank Borzage. Comedia a caballo entre Lubitsch y Sternberg en la que la actriz alemana pudo dar muestra de sus dotes cómicas formando una explosiva pareja con Gary Cooper.

Angel (1937), de Ernst Lubitsch. Ninguna actriz podía dar el tipo como ella para encarnar a la mujer infiel, capaz de abandonarlo todo por encontrar el verdadero amor.

Berlín Occidente (1948), de Billy Wilder. La rivalidad entre Marlene Dietrich y Jean Arthur (quien pensaba que la actriz tenía un romance con el director) marcó el desarrollo del rodaje de un filme lleno de cruel ironía, encanto y sofisticación.

Pánico en la escena (1950), de Alfred Hitchcock. Dietrich encarna a la supuesta asesina en este policíaco del maestro, que muchos críticos juzgaron ilícito por incluir un determinante flash-back falso.

Rancho Notorius (1952), de Fritz Lang. Un perverso y estilizado western rodado en technicolor en el que Arthur Kennedy busca al asesino de su novia en una casa gobernada por Marlene Dietrich que sirve de cobijo para los bandidos.

Sed de mal (1958), de Orson Welles. Para muchos el mejor filme de Welles, aunque no pudo encargarse del montaje. La Dietrich interpreta a Tanya, una mística vidente y viejo amor del corrupto capitán Quinlan, interpretado por Welles.

Vencedores o vencidos (1961), de Stanley Kramer. Basada en el tercer juicio de Nuremberg, la actriz interpreta con lucidez a una nazi acusada por crímenes de guerra.