Image: Spielberg y el ojo sabio

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Cine

Spielberg y el ojo sabio

Tras AI estrena Minority Report, una recreación orwelliana en el año 2054

3 octubre, 2002 02:00

Samantha Morton y Tom Cruise en Minority Report

Se acabaron los extraterrestres bonachones, los melodramas, las infancias recuperadas. Spielberg ha entrado en la zona oscura y no quiere salir de ella. Adaptación de un relato de Philip K. Dick, Minority Report -que se estrena el 4 de octubre- es la odisea homérica de un tuerto en el país de los ciegos, un viaje hacia la luz en una sociedad donde ver, prever y ser visto son parte esencial de la ficción de vivir.

Según afirman Jordi Balló y Xavier Pérez en La semilla inmortal, la más significativa de las características del argumento odiseico es el conflicto entre memoria y olvido, manifestado a través de "la recuperación de la identidad fragmentada o, en otras palabras, la reconstrucción del ser a través de la memoria". No es difícil ver al Ulises de La odisea en el protagonista de Minority Report, al que Tom Cruise otorga la vulnerabilidad, superheroica y atormentada, de un Superman pegado a un trozo de kryptonita. Las peripecias por las que pasa este policía ejemplar, secretamente adicto a una droga que le pone en contacto con sus recuerdos de amor y felicidad pasadas, no son otras que las de un viaje de purificación, cuyo primer premio es la posibilidad de un futuro, compartido con una Penélope recobrada y un Telémaco virtual cuya imagen holográfica se reconciliará con el corazón de su padre. Es imposible no evocar a un Ulises andrajoso, recién llegado de su periplo desde Troya, al contemplar a un John Anderton con una venda en los ojos, perseguido por sus colegas por un crimen que aún no ha cometido. Ulises-Anderton no recupera la memoria sino la visión: sus ojos, durante mucho tiempo anestesiados por el dolor, no sólo serán capaces de ver la verdad sino de inventar y recomponer su futuro y el nuestro.

Viaje homérico
Las bondades de una película tan imprescindible como A.I, Inteligencia Artificial también tenían que ver con el viaje homérico y su consiguiente descubrimiento de verdades sobre la fe y el espíritu. El hermoso suicidio del robot David en una ciudad sumergida era una claudicación, la del individuo frente al sentimiento de finitud del mundo, y, también, un triunfo, el de la emoción sobre la razón. Minority Report es la continuación lógica de ese cuento siniestro que fue recibido con injustos abucheos y gestos de reprobación. Ulises-Spielberg también ha recorrido su propio viaje de madurez, y lo que ha encontrado al final del camino es oscuridad. A sus 56 años, el niño que llevaba dentro ha firmado la más desoladora de sus películas: azul como una lágrima, Minority Report recrea un futuro no tan lejano que, como el de Blade Runner o Doce monos, supura tristeza y sordidez.

Spielberg ha concebido nuestra visión del futuro a imagen y semejanza de una pesadilla soñada con los pies en la tierra. Reunió a un equipo de expertos en cultura y tecnología del futuro para confeccionar un mundo posible y no precisamente feliz que respondiera a la evolución lógica de la vida humana dentro de medio siglo. Gente como Jaron Lanier, uno de los inventores de la realidad virtual; Douglas Coupland, cronista de las paranoias post-nucleares de la generación X; y Peter Calthorpe, también conocido como el gurú del nuevo urbanismo, pusieron su granito de arena en la reconstrucción del futuro pensado y temido por el imaginario colectivo. La palabra "reconstrucción" no está elegida al azar: como el rompecabezas de nuestro negro porvenir, manipulado por Anderton en la prodigiosa secuencia de arranque, Minority Report recompone la fragmentada estética de la sociedad futura escogiendo las piezas de una leyenda escrita y visualizada por la historia de la ciencia-ficción. El resultado está muy lejos del pastiche o el catálogo de citas: por el contrario, el universo formal de la película, tan rico como el de Metrópolis (esos coches verticales) o el de Blade Runner (los sueños de la publicidad urbana producen monstruos), es coherente con la ética estética de una sociedad que vive vigilada bajo el rudimentario ojo de la fe, invertida en el control de una entidad presuntamente superior.

El ojo es nuestra brújula y nuestro salvoconducto. Es, también, nuestro documento nacional de identidad, chequeado por cientos de cámaras repartidos por calles, metros y pisos. Mirar es una necesidad, un placer y un pecado.

El pecado de mirar
El que mira -tanto el público como el autor miran y se miran- es culpable de saber demasiado. La única función vital del oráculo tripartito que sostiene la unidad de Pre-crímenes en el 2054 es leer el futuro que se proyecta sobre sus cabezas. El futuro es la muerte en formato doméstico. La operación ocular de Anderton, que culmina en un brillante plano-secuencia que hubiera hecho las delicias del Orson Welles de Sed de mal, estalla en una broma final propia de cómic. El futuro está escrito por el creador, que nos brinda la posibilidad de ponernos a la altura de sus ojos en el momento previo a cuando rodó y montó cada escena.

El autor es un vidente que sufre: Agatha, una Samantha Morton que parece una mezcla entre la Renée Falconetti de La pasión de Juana de Arco y la Maria de Metrópolis, guía los pasos de su héroe para que la película siga corriendo como un relámpago. Minority Report no es sólo una fábula didáctica para los que no saben ver sino también un cuento fascinante sobre el arte de la magia y la manipulación.

La complejidad de Minority Report no excluye un sentido del ritmo y el movimiento que Spielberg no lograba desde los tiempos de las aventuras de Indiana Jones. John Anderton huye, luego existe: como el Roger Thornhill de Con la muerte en los talones (obra maestra de la que Minority Report puede considerarse una relectura perversa), este falso culpable vive en un universo abstracto que le tiende una trampa en forma de tela de araña. La peripecia hitchcockiana, uniformemente acelerada, reflexiona constantemente sobre su alambicada estructura, resumida en unos ejemplares y previsores títulos de crédito. La peripecia spielbergiana coincide con la de Hitchcock en su diáfana autoconciencia: cada escena parece prefigurar la siguiente, sugiriendo que la mirada del espectador está tan atrapada como la de John Anderton en su odisea hacia la verdad. El determinismo fatalista de Minority Report, de ecos kubrickianos, podría hacernos pensar que estamos ante una película fría e implacable. Nada más lejos de la realidad: después de A.I, Spielberg parece haber encontrado la esencia de un lirismo exacerbado y crepuscular. El momento en que Anderton contempla los hologramas de su familia pretérita en la oscuridad de su piso o la hermosa evocación que Agatha hace de la vida posible del hijo desaparecido del policía en un universo paralelo de luz demuestran que el talón de Aquiles de Spielberg, el sentimentalismo, se ha transformado en una melancolía sabia, la emotiva nostalgia derramada a través de los ojos de un artista.


La otra mitad de Dick
A Philip K. Dick siempre le faltó una mitad: su hermana gemela murió a las pocas semanas de nacer, en el Chicago de 1928. Tal vez por eso escribió: para llenar la mitad vacía que le dejó esa muerte, para acortar el breve espacio que le separaba de descansar en esa tumba compartida. La paranoia, las anfetaminas, el activismo político, el LSD, la contracultura, la incomprensión del mundo femenino: ése fue el combustible que alimentó su imaginativo y radical acercamiento a la literatura de género.

En vida fue un escritor subterráneo y después de muerto escritor de culto. De su ingente producción (habría que ver quién se atreve a adaptar al cine la fundacional El hombre en el castillo), el cuento que ha inspirado la última obra maestra de Spielberg apenas ocupaba treinta páginas, y fue publicado en la revista "Fantastic Universe" en 1956. Sería difícil saber lo que diría Dick de esta fastuosa reinvención de su relato, sobre todo teniendo en cuenta que los primeros borradores del guión de Blade Runner, le parecían infames y que la muerte le impidió ser testigo del cinismo futurista del Desafío total de Verhoeven. El inconformismo creativo, junto a una mirada sobre un mundo absolutamente incomprensible, están en la génesis de este Minority Report que es, desde ahora mismo, un clásico moderno.