Image: Promesas traicionadas

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Cine

Promesas traicionadas

Un documental analiza la crisis palestino-israelí a través de siete niños

19 diciembre, 2002 01:00

Uno de los niños protagonistas de Promesas

La película Promesas, dirigida por Justine Shapiro y B. Z. Goldberg, desmenuza las causas y efectos del conflicto palestino-israelí a través del testimonio de siete niños. Un conmovedor y desesperanzado trabajo, realizado durante tres años, que podría ganar el Oscar al mejor documental.

El periodista israelí Amos Elon escribió que el conflicto palestino-israelí demanda un tipo de justicia que la voluntad humana es incapaz de administrar. Tras asistir a la transparente, neutral, desesperanzada y conmovedora cinta Promesas, candidata al Oscar al mejor documental del año, quizá no quede más remedio que darle la razón. Cuando en 1997 los norteamericanos Justine Shapiro y B. Z. Goldberg se plantearon diagnosticar la situación del contencioso geo-político-religioso más candente del planeta a través de los testimonios de niños de ambos lados (a su vez separados por creencias y sectores sociales diversos), no pudieron imaginar que a partir de una idea tan simple se pudiera ofrecer la clave de un tinglado tan complejo.

Los siete niños entrevistados, de entre 9 y 13 años, aportan, con la frescura y honestidad que da la infancia, su propia mirada a la crisis, opinan sobre "el enemigo" con argumentos deudores de las iras y odios de sus progenitores y antepasados, convicciones en las que también intervienen el peso macabro de sus propias y sanguinarias experiencas y de las educaciones radicalmente dogmáticas que algunos reciben. Así, Shlomo, judío ultra-ortodoxo de 12 años, reza ante el muro occidental y estudia el Torá doce horas al día. Sanabel es una refugiada palestina cuyo padre, periodista, lleva dos años encerrado en prisión israelí en espera de juicio. El niño rubio Mahmoud, partidario de Hamas, dice sin que le tiemble la voz que "cuantos más judíos matemos, menos quedarán", mientras que Moishe, un colono israelí de extrema derecha, bromea con la posibilidad de matar árabes por accidente desde el campo de tiro del asentamiento judío en el que vive y del que no puede salir. Del otro lado, aunque sólo a quince minutos de distancia (y esta es la gran ironía del conflicto, sobre la que pretende y consigue alzarse la película), el refugiado palestino Faraj clama venganza por la muerte de un amigo suyo a manos de un soldado israelí cuando tenía cinco años: "Ellos luchan con misiles. Nuestras armas son las piedras".

Estas crudas manifestaciones llegan una vez que se ha configurado el plano general de la situación en la que está inmerso cada uno, cuando el espectador es consciente de las circunstancias, recuerdos dolorosos y sueños frustrados de cada uno de los niños. Para entonces, hemos llegado a la conclusión de que todos son básicamente buenas personas (¡no son más que niños!) que no han tenido la posibilidad de conocerse y comprobar todas las cosas que les unen y las pocas, aunque graves y traumáticas, que les separan.

Un giro sorprendente
Es en este punto donde el relato da un giro que no sólo sorprende al espectador, sino a los propios directores (asistidos tras la cámara y en el montaje por el mexicano Carlos Bolado). B. Z. Goldberg, hilo conductor y eslabón entre la cámara y los niños, muestra una foto Polaroid de Faraj a Daniel y Yanko, mellizos israelíes de familia acomodada y laica. Sin obedecer a ningún plan, los mellizos proponen un encuentro, están dispuestos a visitar y conocer cara a cara, por primera vez en sus vidas, a "los otros", a niños palestinos. De esta natural disposición infantil a combatir con inocencia y asombroso sentido común la realidad, brota el milagro de la película, que en el camino amplía sus pretensiones y encuentra el aliento de verdad que es exclusivo de los narraciones no ficticias. Un milagro que aprovechan los cineastas -y esa es una de las grandes virtudes de la película-, facilitando ese intenso y conmovedor encuentro. En él, palestinos e israelíes que antes se amenazaban (sin conocerse) frente a la fría mirada de la cámara, vivirán todo un día unidos por el deporte, el juego, la comida, el baile, los placeres cotidianos y las bromas cómplices. Una promesa de reconciliación truncada por un futuro envenenado. "Hemos intimado y ha sido en vano", concluye en sollozos Faraj. Promesas rotas, traicionadas.