Image: Albert Boadella

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Cine

Albert Boadella

“Mi película está cerca de El gran dictador

2 enero, 2003 01:00

Albert Boadella. Foto: Mercedes Rodríguez

Albert Boadella acaba de terminar en Madrid el rodaje de Buen Viaje, excelencia, la película con la que debuta en el cine. A sus retratos teatrales de Dalí, Pla y Pujol se une ahora Franco, "un muermo de personaje" que interpreta Ramón Fontserè. No ha pretendido ajustar cuentas con el régimen que lo encarceló por dirigir La Torna, sino ofrecer un relato "humorístico, distante y crítico". El Cultural ha hablado con el director catalán sobre su particular idea del personaje y sobre la iniciativa de llevarlo a la gran pantalla. Además, Carlos F. Heredero analiza cómo ha tratado el cine la figura del dictador, desde las películas hagiográficas hasta las más esperpénticas.

Asistimos al último día de rodaje en un estudio de la Ciudad de la Imagen de Madrid. Es el entierro de Franco. Al ver a Boadella rodeado como tantas otras veces de personajes con sotana y espadón, y sabiendo de sus recelos hacia la producción cinematográfica, le preguntamos por qué no hace este relato sobre Franco en su medio habitual, el teatro: "El público de teatro es casi de coleccionista, es muy especializado, y un tema sobre Franco en teatro hubiera resultado casi endogámico. En el cine hay más de todo, se llega a casi toda la ciudadanía, es un público más tibio. Si lo hubiera hecho en teatro se lo hubiera contado a los antifranquistas, y a esos ya los tengo ganados de antemano".

-Sin embargo, parece que la película puede incomodar también a los sectores progresistas...
-Más que dirigirme a mi generación, a la de los progres, lo que les planteo es una responsabilidad importante al hacer aparecer a un Franco en los dos últimos años de su vida, un Franco decrépito, senil, dictando las normas a un país de 37 millones de habitantes cuando nuestra generación era ya adulta, y lo que planteo es: ¿cómo es posible que mantuviéramos esta situación, esta agonía que no se acababa nunca? Si Franco hubiera vivido cinco años más, hubiera seguido en el poder. Aquí sí que hay una acusación, en la presentación realista del personaje. Uno puede explicarse al Franco de los años 50, un dictador enérgico, pero no el de los años 70.

-¿Cómo explica entonces que el régimen se extinguiera por sí solo?
-Existía un síndrome de Estocolmo, del que la izquierda fue también víctima. La gente empezó a vivir más o menos bien, sin llegar a extremos, sin represión excesiva, y prescindió de Franco. Da la sensación de que se acabó con Franco, pero esto es una mentira que se ha extendido. De eso nada: Aguantamos a un hombre que era un mediocre, un ignorante, un malísimo militar -yo que tengo a los militares en mucho mejor concepto-.

-¿La distancia en el tiempo le ha permitido abordar el tema con menor vehemencia y más humor?
-Creo que los años pasan y ayudan a aclarar las cosas. Ahora, han pasado 27 años y prácticamente no se ha tocado el tema. Me parece muy bien que durante la Transición se hiciera un pacto tácito de no entrar en ninguna depuración. Pero ya hay que hablar de quién era ese señor, es importante mirar hacia la historia porque arroja lucidez al presente y a lo mejor vemos cosas que tienen que ver con el hoy. Ahora, si yo hubiera hecho esta película antes, quizá me hubiera despachado con toda mi ferocidad y 27 años después me permito hacer una película en sentido irónico.

-Sentido irónico ¿y quizá sentido didáctico?
-Dentro del juego tragicómico de la película existe la voluntad didáctica de acabar de una vez por todas con la Transición. Ya dura demasiado.

Una mentira colectiva
-¿Se ha documentado a fondo sobre la figura de Franco?
-Hay un libro de un ex profesor de la Academia Militar de Zaragoza, La incompetencia militar de Franco, que creo que es realmente lo mejor que se ha escrito sobre él. Y he leído, si no la totalidad de libros, casi todos: a favor y en contra. En él se hace una demostración palpable del mito en el que incluso la izquierda ha caído de que Franco podía ser muy mal político, pero en el fondo era un buen militar. Es un error inmenso: Franco era de una mediocridad absoluta. Desde el punto de vista técnico, es un hombre que en la Academia de Toledo sobre 300 alumnos, fue el 280 de su promoción, un auténtico inútil. Pero se ha ido fraguando una mentira colectiva y yo me encuentro cuando empiezo a trabajar en el guión que, en la segunda página, no sabía qué escribir, no había personaje, era un muermo, y tenía que escribir 120 folios más. Y claro, a ver cómo cuentas una historia para demostrar que el tipo era un muermo y que al mismo tiempo distraiga al público.

-¿La solución ha sido la caricatura del personaje?
-No. He hecho un retrato con materiales reales, como los lugares que aparecen, -El Pardo, Belchite- pero también materiales que no son auténticos pero que podrían haberlo sido. Provoco ciertas situaciones que no ocurrieron para que aparezcan otras facetas del personaje. Sería un retrato en el procedimiento pictórico de los impresionistas más que en el de los hiperrealistas.

-Aunque usted ya había hecho varias series de televisión con Els Joglars y una película documental que dirigió Jean Louis Comolli, Vidas y muertes de Buenaventura Durrutti ¿No ha tenido reparos para enfrentarse a la dirección cinematográfica?
-En cine tienes unos apoyos importantes, puedes delegar las responsabilidades. Por ejemplo, el director de fotografía es José Luis López Linares, en quien delego la responsabilidad absoluta. En cine es importante la producción, el sonido, el montaje... En cierta medida, creo que cualquiera puede ser director de cine, otra cosa es que la película esté bien. Así como ser director de fotografía es complicado porque hay que saber iluminar con precisión, conocer un código, ser director de cine es relativamente fácil. Y más en España, en el que todo el mundo se atreve con todo, parece incluso que lo de ser director sea un derecho constitucional..., pues no, no he temido hacerlo.

-¿Qué precedente cinematográfico podríamos tener en cuenta para hablar del tono y el género de Buen viaje, excelencia?
-Aquí en España no he visto nada parecido. Quizá alguna película americana sobre el antiguo presidente Nixon, pero no es el caso. Está más cerca de El gran dictador, aunque sin buscar esa eficacia cómica. Pero sí en el retrato que hace, con sentido del humor, con crueldad en algunos momentos, con ternura en otros.

El cine como liberación
-¿No se confundirá con teatro filmado?
-No, no. Hay muchísimas secuencias y todas tienen un elemento visual que incluso tienen mis obras de teatro. El paso de un medio a otro no ha sido complicado, incluso me he liberado de algunas cosas. En el teatro me reprimo para no dar tanto relieve a la imagen y tratar de compensarlo con el texto, en cambio en cine, la imagen es vital, es el 80 por ciento.

-La ventaja de hacerla con su compañía es que ha ensayado mucho tiempo con sus actores ¿En qué han consistido estos ensayos?
-Los actores han cambiado su registro teatral. Hemos hecho muchas pruebas ante la cámara, para dar con el registro de actuación exacto que correspondía a esta película. No es igual una película que se hace en este tono que si se estuviera haciendo una comedia. Por otro lado, en el cine los menos artistas son los actores. El teatro es el arte del actor, pero el cine es el arte del productor, del director de fotografía, del montador. Sin embargo, si no hubiera sido con mi compañía, no hubiera hecho la película porque no me hubiera divertido. Es como Verdi, que escribía sus óperas para sus cantantes. Antes del rodaje, con la compañía hicimos la película en video y la montamos con música. Hicimos un guión auténtico. No es el story-board o el guión literario al uso, sino la maqueta entera. A veces, en el rodaje la utilizamos para ver alguna secuencia.

-¿Seguirá en el cine?
-Si consigo comunicarme con eso que se llama ciudadanía, por qué no. Pero el cine me parece demasiado troceable. Si lo puedo hacer en las condiciones que lo hacía Kubrick, bien.
-¿Y es tan maniático como él?
-Bueno, me refiero sobre todo a disponer de tiempo y preparación, a trabajar en un procedimiento. Pero me apetece más el teatro porque es más directo.

Conformismo total
-¿Va a seguir con sus retratos?
-El retrato es algo que me gusta mucho. Si hubiera sido pintor hubiera sido retratista, pues a través del retrato consigo extenderme a otras cuestiones y por otra parte tiene una gran ventaja, que es la identificación o el rechazo del personaje por parte del público.

-¿Y cree que el gran público entenderá ese papel de ángel desmitificador de su generación que parece haber adoptado?
-En estos momentos mi generación solo piensa en la nouvelle cuisine, en restaurantes sofisticados, y en tener una casita en el campo para ir los fines de semana. Y pocas cosas más. Una vida que nada tiene que ver con lo que trató de conquistar. Hay un conformismo total. ¿Quién hace cosas comprometidas sobre la realidad social y ética de este país? Nadie, sino que se hacen comedietas o historias endogámicas de amor. En Buen viaje, excelencia no hay ni una sola escena de sexo ni de amor ni salen tías buenas.