Image: Carta de una desconocida

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Cine

Carta de una desconocida

El rostro trágico del destino, por Rosa Regás

30 octubre, 2003 01:00

Louis Jourdan en Carta de una desconocida, de Max Ophöls

Carta de una desconocida -próxima entrega de la Filmoteca de El Cultural del jueves 6 de noviembre- es, para la escritora Rosa Regás, "una pequeña obra maestra, una triste y dramática historia de amor". Dirigida por Max Ophöls, este gran clásico del cine romántico está basado en un texto de Stefan Zweig. En el cuaderno de 16 páginas que acompaña al DVD, este artículo irá acompañado de la crítica de Carlos F. Heredero y la escena preferida de Montxo Armendáriz.

Carta de una desconocida está basada en una novela de Stefan Zweig, uno de los más populares autores de la primera mitad del siglo XX. Zweig se hizo famoso por sus magníficas biografías, pero también por una extensa obra de ficción que alcanzó el interés de todos los públicos, debido sobre todo a su extraordinaria capacidad de describir personajes llenos de humanidad y ternura, a la sabiduría con que dramatiza de forma espectacular un argumento que tal vez en manos de otro escritor menos dotado se habría quedado en una historia más anodina y en la maestría con que en todo momento mantiene en vilo la emoción del lector.

El guión de Howard Koch fiel a la a novela incluso en los detalles en apariencia más nimios, en los diálogos y en el desarrollo de la acción, introduce sin embargo ciertos cambios en el argumento que no afectan el resultado final pero que son testimonio de lo poco que estaba dispuesta a aceptar la pazguata sociedad norteamericana de los años cuarenta incapaz de entender y soportar que la heroína de un amor tan tierno, tan apasionado, tan entregado y tan fiel pudiera emanar del corazón manchado de pecado de una cortesana como Lisa acaba siendo en el libro de Zweig. También el protagonista que el autor había descrito como un escritor de éxito pasa a ser en la película un pianista, tal vez para dar un tono más romántico aún a la historia, tal vez como sugieren los críticos por la irrenunciable devoción del director de la película, Max Ophöls, a la música que, es cierto, constituye un elemento esencial en todas sus películas.

La acción transcurre en la Viena de 1900, un hecho que permite al director recrearse en los interiores, sobre todo en el estudio de Stefan, el pianista, en el que se han cuidado e introducido todos los detalles y un mobiliario y ornamentación exquisitos, iluminados con profunda maestría por Franz Planer que nos asombra con un juego de luces y sombras en ese bellísimo interior que acoge la silenciosa figura del mayordomo mudo, el hombre bueno, misterioso y sabio que ve lo que no ve su amo, que comprende y mira con benevolencia a Lisa, la pequeña vecina, como si adivinara el porvenir y el desarrollo de unos acontecimientos que de todos modos no podrá evitar y cuando llegue el momento supremo no tendrá otra función que asentir con un gesto de fatalismo a la pregunta de Stefan: ¿la reconociste?. El director de Fotografía, además, juega del principio al final con una serie de claroscuros en los exteriores, paisajes indispensables para una historia de amor dramática, secreta, irreversible. Charles Baker había reedificado a pequeña escala el puente de piedra del Danubio, la estatua del emperador Francisco José, la catedral, los pavimentos, los árboles y las farolas de la ciudad.

En su estilo Carta de una desconocida es una pequeña obra maestra. Una obra en la que ni falta ni echamos de menos ninguno de los elementos que caracterizan un relato romántico. El director ha tenido buen cuidado en que se correspondiera la época con un sentir que le es profundamente característico, de tal modo que consigue una coherencia y una credibilidad que como bien sabemos son las condiciones imprescindibles para una obra de ficción. Carta de una desconocida es una triste y dramática historia de amor cuya intriga en absoluto se sostiene en la búsqueda y el descubrimiento posterior de un final sorprendente, sino en el desmenuzamiento de una serie de elementos que ahondan en el drama provocado por un sentimiento poderoso que llamamos amor, como siempre ocurre en el romanticismo, un sentimiento que adquiere categoría de sacramento por el carácter que imprime a Lisa, la protagonista, que ni puede ni quiere controlar, ni alejarlo de su mente y de su corazón aun a sabiendas de que indefectiblemente la llevará a la perdición. ¿Hay una forma más romántica de formular un relato? Sí, la hay. Y es precisamente cuando además de la pasión de Lisa que inunda la pantalla y la historia entera del mismo modo que cambió su vida y su pensamiento desde la adolescencia a la edad adulta, logran unirse en un equilibrio lleno de fantasía la pasión constante de la amante y la premonitoria del amado, que aún manifestándose en tiempos e intensidades distintos, están ambos convencidos, como se nos dice y se nos repite varias veces, de que sólo en el otro podrán encontrar la plenitud de sus facultades, el sentido de una vida que será vacía de otro modo, y en último término la salvación personal y la tranquilidad del corazón y del alma.

Del panorama amable y alegre con que comienza la historia, bellas casas, rostros hermosos, vida fácil, futuro prometedor, vamos avanzando hacia situaciones más difíciles que exigen una fortaleza que sólo puede proceder del profundo e inagotable amor que irradia la bella Lisa y que le dicta lo que ha de hacer en cada caso. Lisa sabe que ese comportamiento poco o muy poco tiene que ver con lo que la vida le hubiera deparado si en cada encrucijada la razón y el buen sentido hubieran prevalecido sobre la intemperante pasión que domina su cuerpo y su alma y que, como si fuera inyectado por una fuerza superior, nada ni nadie logrará vencer.

Joan Fontaine encarna el papel de maravilla, porque ella como ninguna otra actriz tiene ese rostro de belleza y bondad que concentran una cantidad inagotable de sumisión y devoción que en esta película exagera hasta extremos inimaginables desde que es la niña que husmea la presencia de su amado por las escaleras y los patios de la casa vienesa, que continúa con ella a medida que crece, que conserva cuando ya ha logrado huir de su casa y de su familia y abrirse camino en Viena como modelo y empleada en una famosa casa de costura e incluso cuando madre ya y esposa de un hombre bueno y adinerado tropieza con la sombra del que fue el amor de toda su vida. Pasmo y dolor refleja su rostro en ocasiones pero es sorprendente que no cambie esa beatífica expresión ni en los peores momentos de la tragedia que le ha tocado vivir, es decir, de la tragedia que se ha visto obligada a sufrir. Como si fuera el amor el que la mantiene como es sin que el dolor deje huellas en su rostro. Por el contrario Stefan, un Louis Jourdan magnífico en su papel de seductor a pesar de sí mismo, va cambiando incluso el color de la cara de una forma visible aún a través del blanco y negro de la fotografía y lo vemos al final de la película deshecho el rostro no sólo por el tiempo sino también por una vida que ha perdido su sentido.

Con los elementos de su carácter y de su vida Lisa y Stefan se necesitan y habrían podido ayudarse y completarse. Pero no hay posibilidad para ellos ni redención y el destino que actúa por su cuenta, pone todo su empeño en que Stefan no acabe de tener conocimiento de que vuela a su alrededor lo que su corazón y su mente buscan para poder encontrar su propio camino. Y cuando le permite una visión fugaz de la mujer que responde a otras preguntas, distinta de todas las que él ha conocido y que encuentra en varias ocasiones en su camino hacia la nada profesional, emocional y vital, es el destino el que borra de su entendimiento el recuerdo de su nombre y de su rostro dejándole prisionero de una sombra que sólo será capaz de llenar de contenido cuando su tiempo haya perdido para siempre el tiempo de la mujer que lo amó.

Bien mirado no se comprende cómo un amor surgido en la adolescencia y basado en la mitificación de un hombre guapo, pianista, rico y frívolo, puede condicionar de tal modo la vida entera de una mujer que apenas lo conoce y que dispone de una serie de elementos muy positivos para defenderse de una pasión tan ciega y tan destructora. Pero así son las cosas del amor en el romanticismo, así es la pasión que todo lo envuelve y aprisiona sin dejar un resquicio a la razón y tal vez ni siquiera a la dignidad y a la responsabilidad. Esa fuerza poderosa a la que se le atribuyen tragedias y desastres históricos y cotidianos y que sin embargo, en mayor o menor medida, forma parte del más prosaico enamoramiento, una especie de pulsión en tono menor que sí admite cambios de dirección, negativas y frenos a los que la mayoría de los humanos sucumbimos. Sin embargo es la pasión lo que nos emociona, lo que tal vez envidiamos.

Cuando se estrenó en 1948 con poco éxito en los Estados Unidos y muy buena acogida en Europa, algunos críticos como el misógino Bosley Crowther en "The New York Times", dijeron, por supuesto en un tono despreciativo, que Carta de una desconocida era una película para mujeres. Esas afirmaciones casi nunca son ciertas, como no lo es en este caso, a no ser que se demuestre que la condición masculina es ajena a la pasión y al movimiento romántico del que por otra parte ha tenido y tiene tan espléndidos representantes como Stefan Zweig y Max Ophöls, autores ambos de esta bellísima historia.






El rostro trágico del destino, por Rosa Regás
Ficha y datos de la película
Reflexiones en torno al cine, por Max Ophöls
Elegía ensoñadora del tiempo..., por Carlos F. Heredero
Un encuentro fugaz, por Montxo Armendáriz
Cronología de Max Ophöls