Infiernos de América
Paul Bettany y Nicole Kidman en Dogville
Si no fuera por la audaz concepción escenográfica que preside la representación entera, podría pensarse que Dogville no es más que una segunda entrega del particular opus magnum de Lars Von Trier sobre la sociedad americana, prolongación acaso del camino emprendido con Bailar en la oscuridad. Pero sucede que el desenlace de esta segunda indagación suya en la trastienda más inquietante del "sueño americano" le da la vuelta al planteamiento inicial y acaba por instaurar un discurso tan radical como novedoso.Dolorosa historia de humillación y venganza, la historia de Grace (Nicole Kidman) en el interior de un pueblecito de las Montañas Rocosas, durante los tiempos de la Gran Depresión, transcurre -en realidad- sobre un inmenso plató de suelo negro, en el que están dibujados con tiza los perfiles de casas y calles. Los personajes viven en hogares de paredes imaginarias que sólo existen en su conciencia interior, abren puertas inmateriales y escuchan ladrar a un perro también dibujado en el suelo. Aislados elementos de atrezzo desvelados como tales (el campanario de la iglesia, una cama, un escaparate, las maderas de una mina...) acaban por despojar a la ficción de todo componente naturalista.
Una voz en off narra en tercera persona, y con hermosa retórica literaria de expresa voluntad distanciadora, algunos pasajes de la historia. El relato se divide en un prólogo y nueve capítulos precedidos por una enunciación irónica que comenta la acción desde fuera. Compases de música barroca salpican el relato. Todo transcurre, aparentemente, como si asistiéramos a una ortodoxa representación del Berliner Ensemble organizada desde parámetros estrictamente brechtianos, pero la cámara de Von Trier persigue afanosamente latido de unos personajes convertidos en protagonistas de un drama estrictamente fílmico.
La envenenada metáfora convierte a la sociedad americana en una "ciudad de perros" donde el precio a pagar por los extraños para su integración en ella es la explotación laboral y la renuncia moral. Una disyuntiva ante la que sólo cabe aceptar de manera dócil las reglas del juego o asumir las maneras del poder, encarnado aquí por una sangrienta banda de gángsters capaz de borrar del mapa a un pueblo entero.
Obra perturbadora donde las haya, Dogville es un verdadero mazazo para la conciencia del cine moderno. Una propuesta capaz de asumir las raíces más nobles (Steinbeck, Ford, O’Neill, Caldwell, Brecht) para articular un discurso de feroz virulencia moral sobre los infiernos que amenazan agazapados en el interior de América y para expresarse con una radicalidad formal que termina por convertirla en la película más innovadora que ha surgido en el cine mundial en lo que llevamos de siglo. Una pieza imprescindible para explorar heterodoxos caminos de renovación en el paisaje cinematográfico contemporáneo.