Image: Cuatro directores en busca de un Goya

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Cine

Cuatro directores en busca de un Goya

El Cultural reúne a Icíar Bollaín, Cesc Gay, Isabel Coixet y David Trueba, nominados a la Mejor Dirección

29 enero, 2004 01:00

Icíar Bollaín, Isabel Coixet, Cesc Gay y David Trueba,

En vísperas de los XVIII Premios Goya, es hora de pasar revista a un año de cine español. Con motivo de los premios de la Academia de Cine, que se celebran el 31 de enero, El Cultural ha juntado a los cuatro directores más nominados. Isabel Coixet (Mi vida sin mí, 5 nominaciones), Cesc Gay (En la ciudad, 4 ), Icíar Bollaín (Te doy mis ojos, 9 ) y David Trueba (Soldados de Salamina, 8) hablan largo y tendido sobre las entrañas del cine español, de los spots de la FAPAE, de la excepción cultural, del papel del Estado... y de una gran generación.

El cine Doré, sede de la Filmoteca Española, ha abierto sus puertas al mediodía, antes del horario oficial. Queda tan sólo una semana para la gran cita anual de nuestro cine y, convocados por El Cultural, los cuatro candidatos al Mejor Director del año van haciendo acto de presencia en el lugar señalado. Isabel Coixet (Mi vida sin mí, 5 nominaciones) y Cesc Gay (En la ciudad, 4 nominaciones), que salieron de Barcelona hace unas horas, son los más puntuales. Quizá porque vienen de más lejos, son los primeros en llegar. Alguien golpea la puerta de entrada. Es la escritora Lucía Etxebarría con un bebé en los brazos. "¿Está Isabel? -grita- Abridme, por favor". Entra, levanta los brazos y muestra su niña recién nacida a Isabel. Se sonríen, se abrazan, se sientan a charlar. Al poco llegan el resto de los convocados. Icíar Bollaín (Te doy mis ojos, 9 nominaciones), que también acaba de tener un niño, cruza la puerta y se acerca ilusionada a la hija de la escritora. "En dos horas tengo que marcharme a dar de comer al mío", se disculpa Bollaín. Con David Trueba (Soldados de Salamina, 8 nominaciones), apenado tras la reciente muerte de Luis Cuenca, el póquer de cineastas 2003 está completo. Comparten edad, número de películas, son dos mujeres y dos hombres, dos catalanes y dos madrileños, espejo de la generación de cineastas que alimentan y cuidan del cine español. Verles juntos, alrededor de un niño, es una imagen demasiado metafórica como para ser real.

Lo mejor será comenzar cuanto antes. En apenas dos horas, mientras comen, quizá sea posible dar un repaso a las entrañas del cine español, quizá sea posible planear sobre las causas y efectos, las verdaderas mentiras y las falsas verdades de su presunta crisis crónica. No estaría mal abrir el debate con una rueda de impresiones sobre la reciente campaña de la FAPAE, tres spots bajo el eslogan "necesitas ver cine español" que atacan frontalmente a la gran bestia negra: el cine americano.

David Trueba: Creo que es una campaña hecha con buena intención. Prefiero no entrar en si está bien enfocada o no. Lo que parece claro es que se pide que se vea cine español de forma urgente. Es algo que nuestros compañeros han hecho gratuitamente y sería de muy mal gusto hablar mal de ello, porque es una campaña que actúa en beneficio de todos. Creo que deberíamos acostumbrarnos a destacar las virtudes de nuestro cine, y no fijarnos tanto en sus defectos.
Icíar Bollaín: Yo no he visto los spots, pero hay que dejar algo claro: la invasión del cine extranjero es real. Es una invasión pura y dura, y además con productos malos. No sé muy bien qué campaña habría que hacer, pero creo que hay que concienciar al espectador de que hay otro cine aparte del americano; no sólo español, también chino, iraní, canadiense...
Isabel Coixet: Estoy de acuerdo, que el espectador tenga opciones es lo más importante, porque el cine es ante todo fuente de conocimiento. Dicen que los multicines se llenan de adolescentes que quieren ver a la estrella de turno y que no hay espacio para nuestras historias, pero creo que el problema es otro. Aquí se estrena lo que los americanos no quieren estrenar, y eso es fatal, nuestras salas son como el vertedero. Pero no creo que eso se arregle sólo con campañas, sino con un sistema educativo, con una legislación.
D.T.: No creo que el cine deba ensañarse en los colegios, porque lo acabarían odiando, pero sí creo que el cine es un medio perfecto para profundizar en otros temas, para ilustrar ciertas realidades. Una película como In This World, de Winterbottom, creo que debería verse en todos los colegios. Y como esa, cada año se hacen quince.
I.C.: Sería bonito que se diera historia del cine, aunque el virus del cine es algo que no se sabe muy bien por qué se coge y no se puede inyectar. Estoy de acuerdo en que de un modo estimulante, el cine puede enseñar filosofía, ética, historia. Es interesante apoyarse en buenas películas para la enseñanza, y de paso iniciar a los estudiantes en el cine. Pero al parecer la única educación es la que da la televisión.
I.B.: Lo de la tele es algo espantoso, sólo te encuentras telefilmes norteamericanos. El problema es que estas películas educan el gusto, porque oigo a gente joven que dice que el cine europeo es muy lento, que no está bien hecho, y es que ellos llaman cine a lo que están acostumbrados a ver en la tele. Y eso no es cine, es una patata. Lo que hay que evitar es el monopolio. No sé si la campaña va por ahí o no, pero acabar con el monopolio es imprescindible, porque lo del mercado libre es una falacia. El espectador debe exigir su derecho a tener más opciones, aparte del producto que se gasta más dinero en promoción.

El enemigo íntimo
D.T.: Pero el gran enemigo del cine español es en muchos aspectos el propio cine español. En el sentido industrial, las películas norteamericanas sí pueden ser un enemigo económico, porque domina el mercado, pero también me molesta el poder de las multinacionales en otros sectores de la economía. A nivel artístico, creo que el cine no puede ser nunca enemigo del cine, provenga de donde provenga. El gran problema del cine español atañe a todo el mundo, y es que el cine vive en una dicotomía entre negocio y arte, y a partir de ahí surgen las fricciones. La clave está en conseguir aunar ambas disciplinas.
Cesc Gay: Y lo cierto es que los americanos para eso tienen mucha facilidad. La verdad es que sobre la campaña prefiero no opinar porque no la conozco. Igual veo un spot y me parece curioso. Lo que sí me parece estupendo es que se promocione el cine español como se promociona la naranja de Valencia o el plátano de Canarias, como un bien cultural, como nuestra imagen de cara al exterior, como algo que nos identifica con lo que somos.
I.B.: Sí, la famosa excepción cultural de la que se ríe el presidente [se refiere a las declaraciones de José María Aznar del 12 de enero: "La excepción cultural es el refugio de las culturas derrotadas"]. Nuestro cine es la imagen de España en el exterior, es nuestra cultura, y si no tienes tu voz para contarte como eres, pues te lo van a contar otros... y ya sabemos quien.
D.T.: Aznar dice eso en lo que se refiere a la cultura, y sin embargo es el mayor exponente del nacionalismo diminuto. Me parecería interesante que alguien estuviera en contra de la excepción cultural si también aspirara a un mundo gigantesco, sin banderas ni patriotismos. Pero Aznar es un pequeño nacionalista en todo lo demás, por lo tanto es incoherente.
C.G.: Yo es que no comprendo cómo se puede negar la protección de la propia cultura...
D.T.: Exacto. Estamos hablando de personas, de culturas, no de comercio. A los que están en contra de la excepción cultural les diría que hagan una visita a las escuelas de arte, de teatro, de cine, donde hay cientos de chavales que quieren dedicarse a eso, y que les digan que lo dejen porque no hay sitio para ellos... que mejor se dediquen a la abogacía, a la política, a la economía o a la informática. O, en el peor de los casos, que emigren a países donde les den cobijo.
I.C.: A mí es que las banderas me resbalan. Mi país es el cine y todo lo demás me desconcierta. Las banderas están hechas de sangre y de mierda. Pero, siendo prácticos, lo cierto es que en España no tenemos salvavidas porque aquí las películas se estrenan a merced del mercado, no tenemos una protección que ayude a que las películas españolas aguanten en cartel. Aunque funcionen, las retiran...
C.G.: Eso es cierto, las quitan para dar entrada al paquete de películas americanas que tienen obligación de estrenar. A mí me ocurrió con Krámpack y es horrible, porque ves que la sala se está llenando pero aún así tienen que dejar de exhibir tu película. Es la peor sensación, la más absurda que he tenido en mi carrera. Porque si te pasa en un cine de Londres, pues vale, pero que ocurra en tu propia casa...
D.T.: A mí me ha ocurrido algo similar en Jaén con Soldados de Salamina. Pero me he encontrado con dueños de cines en Valladolid, Valencia, Barcelona... gente comprometida con el cine español, que prometen aguantar hasta el final. Lo digo en el sentido de que todavía hay una esperanza, que todavía hay gente dentro de la industria que ama el cine, que no son unos meros mercachifles...
I.C.: Es que el cine tiene que estar en manos de productores enamorados del cine. Porque a veces te encuentras con productores que hacen películas como si hicieran churros, les da igual el producto, sólo interesa la pela. Creo que de base, el productor debe tener pasión por el cine, puede estar equivocado o no, pero al menos tendrá respeto por él.

Mismo perro, distinto collar
C.G.: No sé que es mejor... que el cine esté en manos del Estado o de empresarios... mismo perro con distinto collar.
I.B.: El cine en manos de los políticos es siempre un desastre, porque van a tirar hacia sus colores. El cine debe estar en manos de quien lo hace y de quien lo ve, y que el primero pueda recuperar el dinero a través del segundo. Debería haber una política encaminada a facilitar eso...
D.T.: Yo creo que deberíamos aspirar a un fondo común en el que el propio cine generara sus recursos, sobre el que la intervención del Estado no fuera directa, pues sería el sector cinematográfico quien repartiría ese dinero según las necesidades. El Estado tendría que ceder espacios al cine español, tanto en salas como en forma de anuncios, pero los recursos los repartiría el propio sector del cine.
I.C.: ¿Y cómo nos pondríamos de acuerdo? Yo recuerdo que pude hacer mi primera película gracias a la Ley Miró...
I.B.: Yo también.
I.C.: ... y siempre me parece bastante obsceno que pidamos dinero cuando hay otras necesidades perentorias, que demandan mayor urgencia. Pero entonces pienso en el dinero que nuestro Estado se gasta en portaaviones y ya no me parece tanto el que destinan a proteger nuestro cine...
I.B.: Lo cierto es que los productores hacen lo que pueden y como pueden, porque tampoco hay muchos sitios a los que acudir para financiar una película. En realidad todas las películas se financian de tres fuentes: la televisión, las subvenciones y los resultados que haga en taquilla y en vídeo. Nosotros no tenemos merchandising.
I.C.: Y ahora con el lío de las plataformas digitales la cosa está peor... no se sabe quién compra los derechos y quién no. Antes por lo menos había dos sitios donde poner el cazo, ahora hay uno y no está claro.
D.T.: Yo estuve a punto de suspender el rodaje de mi película por la crisis de las plataformas digitales. El mes que empezamos a rodar Soldados... se suspendieron doce rodajes, y os aseguro que no era una sensación agradable ver cómo se desplomaban tantas ilusiones, tanto trabajo. Esto nos lleva directamente a la responsabilidad que tienen los directivos de televisión con el cine. Ellos son los que deciden qué cine se hace y cuál no. Lo mínimo que podemos exigirles es algo de conocimiento del arte, de sociología, de sensibilidad.
C.G.: En todo caso, también podemos hacer autocrítica. No debemos olvidar que el público mayoritario va al cine como va a ver un espectáculo. No van para recibir una dosis de pantalla sin la cual se morirían, como puedo ir yo o vosotros, sino que van al cine porque forma parte de su hábito de ocio. Lo que a veces pasa es que muchas películas exigen demasiado del espectador. El cine europeo, hay que reconocerlo, es más proclive a aburrir, no se preocupa tanto por entretener. Creo que a la gente le puede alejar de nuestro cine, como del europeo, un exceso de autoría, de pretensión, de ego...
I.C.: Pero cuidado, sólo si esa pretensión no va acompañada de talento. Entonces es distinto.
C.G.: Entonces se supone que no es aburrido.
De los cuatro cineastas en discordia -que enredados en los asuntos de financiación ya atacan sus segundos platos del almuerzo-, puede decirse que sus películas no han caído en el peor pecado del cine. Antes de la repartición de estatuillas, ya han recibido la mejor recompensa del cineasta: el premio del público. Sus películas han convocado a miles de espectadores y, por lo menos este año, las nominaciones parecen contar con el respaldo del respetable... ¿pero qué opinan los directores reunidos de los premios? ¿Qué significan para ellos?

Plataforma de promoción
I.B.: Creo que los premios se han inventado para promocionar las películas, exclusivamente. Un Goya es como una especie de sello de garantía que se le otorga a la película, y en ese sentido es buenísimo, porque estiras su vida en pantalla y luego en vídeo funcionan mejor. No significa que una película sea mejor que las otras porque se lleve más Goyas...
I.C.: Eso lo dices porque sabes que vas a ganar... (Risas). Pero es cierto, mi película se ha reestrenado por las nominaciones, y si cae algún Goya pues se estrenarán más copias. Aunque sólo sea por eso, bienvenidos sean los Goya.
I.B.: Para qué negarlo, la verdad es que a mí me hacen mucha ilusión. Y a ti, Isabel, es que te gusta ir de perdedora, para que así, si ganas, te haga más ilusión...
C.G.: Yo creo que también ayudan a subir la autoestima, aunque sea un poquito. Algún premio me ha ayudado a vencer ciertas inseguridades, y hasta puede que por la próxima película cobres más si la anterior ha sido premiada.
D.T.: Desde luego que son pura promoción, y a nadie le sienta mal un dulce. Sólo con imaginar que hay más de mil personas en tu oficio, y que has sido elegido como uno de los mejores cuatro del año, ya te llena de satisfacción. Pero fuera de ahí puedes empezar a ser tentado por la vanidad en grado sumo. Hay que ser realista y no dejarse llevar por los fastos y la parafernalia que rodea la celebración de los premios.
C.G.: Por otra parte, siempre me ha dado la sensación que los premios son muy importantes para los equipos de rodaje, para la gente que realmente hace las películas, los técnicos que trabajan en ellas. A a ellos no se les suele reconocer con demasiada frecuencia su trabajo, porque toda la información se concentra en nosotros, los directores. Yo ya sé que no me van a dar nada, pero ahora la productora está contenta con las nominaciones, y al menos levantan el humor de la gente...
I.B.: Creo que lo vuestro de ir de perdedores debe ser la estrategia catalana.

Isabel Coixet abre su bolso y extrae varias bolsas de té. Experta en infusiones, asegura que el café de Madrid es malísimo, "torrefacto", y que viaja siempre con sus propios suministros. "¿Sweet Harmony o Cold Season?", pregunta. Finalmente se decide por el primero... ¿Será esa dulce armonía la misma que corre por las venas de esta generación? ¿Se sienten parte de un grupo, marineros de un mismo barco?
I.C.: Lo cierto es que somos muy despegados. Vamos de francotiradores, pero cuando coincidimos nos llevamos muy bien. Cada uno tenemos nuestras preocupaciones, nuestras maneras de hacer cine... creo que nos une que somos buena gente, y me da la sensación que si le dan el Goya a Icíar, me voy a alegrar mucho por ella.
I.B.: Yo digo lo mismo.

Hijos del "baby boom"
C.G.: Yo no creo que exista una generación como tal. Sí en cuanto que somos parte del "baby boom" y todo eso, por edad y por influencias, porque seguro que todos hemos leído, escuchado y visto más o menos lo mismo, pero no podemos llamarnos grupo como tal. Las generaciones románticas del cine se han creado por cercanía, por participar en los mismos foros o revistas, y es algo que a mí me gustaría, pero la realidad no es esa.
I.C.: Cuando hablamos de estos temas siempre siento algo de nostalgia por algo que no viví. Esa imagen de Truffaut, Godard, Rivette... unidos en una revista, alrededor de un café de madrugada hablando de cine... Es algo que nosotros no hemos vivido.
C.G.: Pero yo creo que puedes pertenecer a una generación y no necesariamente tratar los mismos temas. Yo puedo ver la película de Isabel y pensar que no tiene nada que ver conmigo, pero eso también les pasaba a los de la Nouvelle Vague entre ellos.
D.T.: A las generaciones, quieras o no, perteneces en el sentido cronológico. Y nuestra generación ha estado arropada por el público y por los medios, y creo que ha realizado varias películas muy meritorias. Pero es cierto lo que decís: hay poca unión entre nosotros. Somos incapaces de coordinarnos, estamos todos demasiado preocupados por sacar adelante nuestras películas, y como somos jóvenes huimos de una denominación común... además de que no podemos presumir de estilo.
I.B.: Es cierto. No creo que ni de lejos haya conseguido formar un estilo propio. Tampoco es lo que busco, porque cada película que hago es una sensación de ir poniendo ladrillos, de no saber muy bien hacia dónde avanzo. ¡Como para preocuparme de darle un estilo! Yo me preocupo de que haya continuidad. Pero a mí me gustaría variar, probar otras cosas, todavía no nos hemos definido como cineastas...
I.C.: Es que cuatro películas no es nada. ¿John Ford cuántas pudo hacer? ¿60, 80, 100? Mi sensación es la de estar empezando, que no voy mal, pero que me falta mucho y que tendré que seguir escuchando a mi voz durante mucho tiempo.
C.G.: Además, pretender haber alcanzado un estilo con tres películas es muy pedante. Igual hay directores que diseñan su estilo, pero yo desde luego no.
I.B.: Yo tampoco. Yo sé qué historias quiero contar, pero no sé cómo.
C.G.: Además, si supiese que puedo controlar lo que hago, quizá sí me planteaba darle algún estilo a mis películas. Pero todos hacemos lo que podemos y lo que nos dejan. El control es mínimo. Eso lo tiene un escritor, no un cineasta.
I.B.: Bueno, pero algo de control sí tenemos. Alguna ventaja debe tener esto de ser pobres, y es que tenemos el "final cut". Algo con lo que sueña Scorsese. Y con esto, lo siento, pero debo marcharme, mi hijo me espera.

La reunión se disuelve. Abrazos, besos, despedidas... pronto volverán a verse en el patio de butacas del Palacio de Congresos de Madrid. Con el brillo de los triunfadores en el rostro, Icíar Bollaín se marcha a cuidar de su hijo.