Héctor Babenco
Brasil es, como mi filme, una guerra por la supervivencia
12 febrero, 2004 01:00Héctor Babenco. Foto: Iñigo Ibáñez
Argentino nacionalizado brasileño, Héctor Babenco superó una dura enfermedad para enfrentarse a su octavo largometraje. Carandiru, que ha roto récords de taquilla en Brasil y llega el 13 de febrero a salas españolas, relata los trágicos acontecimientos acaecidos en 1992 en la penitenciaría de Sau Paulo. El autor de los filmes El beso de la mujer araña y Jugando en los campos del Señor relata a El Cultural el largo y doloroso proceso de creación del filme, las polémicas que ha suscitado y su enorme sentido antropológico.
-Me diagnosticaron un cáncer linfático en 1986, y desde el principio Drauzio fue mi médico y oncólogo, y más tarde amigo. él empezó una investigación en Carandiru porque estaba preocupado por los altísimos niveles de superpoblación y de depravación tras los muros de la cárcel, con un alto riesgo de transmisión del SIDA. Trabajó en la prisión de forma voluntaria dirigiendo un programa de concienciación para los presos, y en los cinco años que estuvo allí escuchó miles de historias fascinantes, las que les contaban los presos. él me las iba contando y, aunque yo ya conocía el territorio, sobre todo por mi película Pixote, conseguió contagiarme la pasión con que lo hacía, a pesar también de lo frágil y débil que yo estaba, porque la enfermedad avanzaba muy rápido. Yo le animé a que hiciera un libro con todo aquello, y cuando lo publicó vendió más de 300.000 ejemplares en apenas unas semanas. Me puse con el guión, que terminé en dos años, tratando de conservar todo el espíritu de su letra, su visión de los hechos, su punto de vista...
Un médico como médium
-Un punto de vista algo pasivo, pues el médico en ningún momento juzga o valora, sólo escucha y sonríe a los presos...
-Drauzio (interpretado por Luis Carlos Vasconcelos) es un personaje que no tiene conflicto, es impasible, él es el médium de las historias. Si éstas están exageradas o no, torcidas o tregiversadas, es porque el narrador las contó así quizá buscando su perdón. Eso no lo sé. Me impresionó el hecho de que el doctor fuera a la prisión sin prejuicios sociales o políticos, con la única intención de velar por la salud de los presos. Esta postura inocente es la que le permitió entrar en el mundo de los prisioneros. En este sentido, la película es muy fiel al libro.
-En el último tercio, que narra el motín, adopta recursos de carácter documental... ¿por qué?
-Había una necesidad de contarlo de este modo porque es el único hecho incontestablemente verdadero de la película. Algo que sabemos que ocurrió. El proceso de investigaciones sigue en marcha y es algo que nunca se va a aclarar, pero no hay duda de que fue el Gobernador quien dio la entrada de invadir Carandiru. No estoy contando nada nuevo, los cuerpos de las 111 personas fallecidas, y la ausencia de bajas en el apartado policial, son evidencias que hablan por sí solas.
-¿No se planteó en ningún momento realizar la película con los verdaderos supervivientes de la tragedia, con presos reales?
-Entonces la película hubiera sido un documental, y yo no quería hacer eso. Aparte de que ya existen dos documentales brasileños sobre el tema, realizados para televisión, yo sólo podía presentar las historias como ficción, aún sabiendo todos que no es exactamente ficción.
-¿Tiene algo que ver su lucha contra la enfermedad con la decisión de realizar este filme, en el sentido de que es una auténtica elegía a la supervivencia?
-Es una asocación muy pertinente, pero a mí no me compete hablar de ello, porque sería como interpretar intelectualmente mi película. Lo cierto es que durante los diez años que transcurrieron desde que tuve noticias de Carandiru hasta que pude hacer la película, siempre bajo los cuidados de Varella, libré una guerra contra la enfermedad. A partir del 90 me quedé muy enfermo y aun así pude hacer dos películas [Jugando en las campos del Señor y Corazón iluminado]. Afortunadamente, en el límite de mis fuerzas pude recibir un transplante de médula ósea en 1995, cuando Varela empezó a enviarme las primeras páginas de su libro, que yo leía casi sin energías. En ese estado fue en el que me planteé escribir el guión.
-La película comienza con un plano general de Sau Paulo y se va acercando hasta el corazón de la cárcel... ¿sería Carandiru un microcosmos de la sociedad brasileña?
-En realidad, creo que es todo lo contrario. Hoy en día la sociedad brasileña es una guerra civil, una auténtica selva. Brasil, como la película, es una guerra por la supervivencia. Sin embargo, Carandiru nos muestra que un grupo, por violento que sea, siempre busca formas de coexistencia. Carandiru fue un lugar superpoblado que generó una rica experiencia de vida organizada, un modelo de supervivencia.
-¿Le interesó, por encima de todo, el aspecto antropológico que podía ofrecer la película?
-Lo cierto es que estudié la meteria en profundidad. Estudié a los primates, leyendo mucho sobre la vida de los simios y su capacidad organizativa. Lo que me fascinó fue aprender que un lugar con tres personas es susceptible de generar violencia en una escala de 8, pero que en un lugar con docenas de personas la tasa de violencia se reduce a 1. Esto es lo que ocurría en Carandiru, que en celdas para seis personas dormían catorce, pero se organizaron para no matarse entre ellos.
El trato amable
-La película ha roto récords de taquilla de cine brasileño, pero también ha despertado mucha polémica. Le han acusado, entre otras cosas, de "tratar con amabilidad" a asesinos y violadores. ¿Qué opina?
-La gente que lo ve así es gente que no conoce Brasil. El primer mundo tiene tendencia no sólo a excluir al que ha empleado mal su libertad, sino a quitarle todo vestigio de individualidad, a hacerle vivir bajo una disciplina militar, borrando cualquier trazo de su persona. En un presidio como Carandiru no existe la disciplina, las reglas las ponen los presos, que así siguen siendo los mismos de antes, no sufren crisis emocionales. El brasileño tiene una forma de vivir muy carnavalesca, alegre y viril, e intenta sobrevivir en las circunstancias más difíciles porque sabe que fuera de la prisión es tan difícil de vivir como dentro de ella.
-¿Y las reacciones de las autoridades policiales?
-Bueno... ahí se han producido reacciones muy fuertes, pero en realidad no pueden decir nada, porque legalmente no tienen nada que aportar. En la película no hay nada contrario a lo que está escrito en los autos. No hay mentira en lo que respecta a la actuación policial.
-También se han establecido comparaciones entre su película y Ciudad de Dios, los dos grandes éxitos del cine brasileño...
-No tienen nada en común. Representan a cineastas de generaciones distintas. Fernando Meirelles es un hombre que se ha formado en la publicidad, yo soy de una generación anterior. él tiene su estilo, que admiro, pero al igual que yo no podría hacer películas como él, él no las podría hacer como yo. Por eso no creo que seamos comparables.
-Formalmente no, pero la temática de las dos películas son similares... la delincuencia juvenil, el drama de la criminalidad en Brasil, la ola de impunidad...
-En este sentido, sí. Pero es un tema que yo ya había tratado en los años ochenta. Quizá si yo no hubiera hecho Pixote. La ley del más débil, sobre las instalaciones correcionales infantiles, Ciudad de Dios sería hoy una película muy distinta. En el sentido generacional, una es descendiente de otra.