Sangre, sudor y lágrimas, por Sergi Sánchez
La pasión de Cristo, de Mel Gibson
18 marzo, 2004 01:00Escena de La pasión de Cristo
El miércoles de ceniza, el día en que la Pasión de Jesucristo según Mad Max desembarcó en las pantallas yanquis, una espectadora nativa de Kansas murió de un infarto mientras veía la crucifixión de nuestro redentor. Parece que el martirio de Cristo en la cruz ocupa más de la mitad del metraje de la controvertida hagiografía de Mel Gibson, que no ha ahorrado ni un gramo de sangre, sudor y lágrimas a la hora de ilustrar el sufrimiento del Mesías por culpa de nuestros pecados. Acusada de antisemita y sensacionalista, La Pasión de Cristo ha conseguido llegar con sus excesos al primer puesto de la taquilla norteamericana, demostrando lo mucho que siguen preocupando las cuestiones católicas a los habitantes de una aldea global que necesitan cada vez más fe, esperanza y caridad, enfrentados a un universo progresivamente más abstracto y virtual. Lo más curioso es que, en esta ocasión, la polémica no proviene de la blasfemia. La película de Gibson no es ni una versión marxista y documental de la Pasión (El evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini) ni ridiculiza la liturgia cristiana (como lo hacía buena parte de la obra de Buñuel) ni se cachondea del Mesías (La vida de Brian, de Terry Jones) ni humaniza su vía crucis (La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese) ni utiliza la figura y el nombre de la Virgen María en vano (Yo te saludo María, de Jean-Luc Godard y Un asunto de mujeres, de Claude Chabrol). Para unos, la opción de Gibson tiene que ver con el creciente fanatismo religioso de un país intolerante y cobarde, que se escuda en los discursos evangelistas para escapar de sus responsabilidades políticas. Para otros, lo único que ha hecho el director de Braveheart es comprender sin prejuicios la fisicidad del martirio de Jesucristo, huir de las manidas versiones de postal (Rey de Reyes, La historia más grande jamás contada...) que Hollywood nos había regalado por Semana Santa y utilizar todos los recursos expresivos a su alcance -traducidos a un realismo escalofriante: el crítico Roger Ebert la califica como la película más violenta de la historia del cine- para hacernos sufrir en carne propia la tortura de nuestro Salvador. ¿Oportunista o radical? Teniendo en cuenta que Gibson quería rodarla en latín y arameo y estrenarla sin subtítulos, es difícil dudar de la convicción de un cineasta enloquecido, que cree en su discurso a pies juntillas sin dar el brazo a torcer. Después de todo, también hay telepredicadores con talento.