Image: Barry Lyndon

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Cine

Barry Lyndon

Stanley Kubrick en DVD

22 diciembre, 2004 01:00

Escena de Barry Lyndon

El Cultural entrega hoy, por sólo 8,95 euros, el DVD Barry Lyndon (1975), la fidedigna y apasionante reconstrucción que realizó Stanley Kubrick del siglo de las luces. Basada en la novela de William M. Thackeray, esta épica histórica narra, entre el clasicismo y la modernidad, el ascenso y caída de un arribista irlandés en una fuerte sociedad de clases.

Hay algo perverso y divertido en que todos los enemigos de Barry Lyndon, todos esos tipos feos que se van poniendo en su camino, sean siempre personajes ridículos, desagradables, pobres patanes que a primera vista no inspiran temor, más bien ánimo de burla. El capitán británico que pretende la mano de su prima será el primero, luego vendrán el tahúr moroso con el que se bate en duelo, y el reverendo Runt, y el vizconde Bullington. Por muy nobles que sean sus causas, sólo su aspecto físico provoca el rechazo. Porque nuestro héroe en esta épica dieciochesca narrada por una lúgubre voz divina, a pesar de las oscuras intenciones que le mueven, es el atractivo arribista Barry con el rostro angelical de Ryan O’Neal.

En su picaresca escalada de vagabundo irlandés a aristócrata bon vivant, Barry empleará los juegos más sucios, las triquiñuelas más innobles. Engañará, robará, seducirá, traicionará, matará, hará trampas. Es irónico comprobar cómo los dos únicos gestos nobles que emprende en la película -confesar al Chevalier de Balibari que es un espía y disparar al suelo en el agonizante duelo con su hijastro- marcan el inicio y final de su decadencia, directamente proporcional a su fulgurante ascenso. Tarde o temprano, los sueños alcanzados por Barry Lyndon le acaban pasando factura, algo de lo que ya nos previene el subtítulo del libro en que se basa la historia: "Una novela sin héroe".

Personaje kubrickiano por excelencia, Barry Lyndon es el desplazado que desafía el orden social y lucha por algo imposible, como Humbert Humbert, como Alex DeLarge, como el Napoleón que nunca pudo llevar a la pantalla. Por eso no es extraño que el autor de La naranja mecánica quisiera adaptar la olvidada novela de William M. Thackeray Las memorias de Barry Lyndon. No solamente para darle salida a la ingente documentación que recopiló durante años sobre la época napoleónica, también para llevar a escena el ascenso y la caída de alguien que fruto de su ciega ambición acaba por destrozar todas las vidas a su alrededor y la suya propia, alguien que tenía un plan perfecto y se volvió en su contra.

Para ello, para conducirnos a un pasado tan sensorial como el futuro de 2001, seducir los sentidos del público y así convivir con los personajes que lo pueblan, Kubrick convierte la pantalla en un lienzo. El pintoresquismo de la época, llevado al límite de su representación por el perfeccionismo casi demente del cineasta -el vestuario está hecho de auténticas antiguedades, la luz de interiores está proporcionada por cientos de velas y, siempre que pudo, rodó en casas del siglo XVIII-, adquiere en Barry Lyndon proporciones estéticas inigualadas, que no decaen un instante en las tres horas de metraje. De ahí seguramente las palabras de Steven Spielberg, para quien ver la película "fue como ir al Museo del Prado sin haber comido".

Cerca del cine mudo
Señala John Baxter que Barry Lyndon haría famoso a Kubrick como el director que pedía cincuenta tomas para conseguir la escena. Escenas muchas de ellas elaboradas con las virtudes del cine mudo, donde sólo la iluminación y la música ya proporcionan toda la información emocional necesaria, como ocurre en el juego de seducción entre Barry y Lady Lyndon, en los agitados planos que, en contraste con una mayoría de secuencias de inmóviles y perfectos encuadres, transmiten que la vida se rompe bajo la tensión y la furia. Sin ocultar su relevancia, el primer plano de la película esconde un significado primordial. Como primer movimiento en la partida de ajedrez, Kubrick sabe de su importancia. El padre de Barry Lyndon, siendo éste un niño, es abatido en duelo bajo un crepúsculo sangriento que contemplamos desde la distancia. A partir de entonces, la odisea de nuestro héroe en busca de un lugar al que pertenecer, de un apellido que llevar o de un título que poseer, pasa por su necesidad acaso inconsciente de una figura paterna, providencial, que el destino siempre se encarga de ponerle delante. Ese niño que ha crecido sin padre descenderá a los infiernos cuando sea un padre que ha perdido a su hijo. Si no ha encontrado enemigos a su altura es porque su peor enemigo siempre lo llevó dentro.


Detrás de la pantalla
-Barry Lyndon se rodó durante trescientos días a lo largo de dos años, con dos grandes pausas y un exceso sobre el presupuesto de 11 millones de dólares.
-La NASA proporcionó a Kubrick unas lentes usadas para el viaje a la Luna, las únicas capaces de admitir la escasa luz con que iluminó, sólo con velas, ciertas escenas de interior.
-Debido a dos supuestas amenazas por parte del IRA, Kubrick decidió trasladar el rodaje de Inglaterra a Irlanda y, más tarde, volver a trasladarlo a Londres.
-La primera elección de Kubrick para interpretrar a Barry Lyndon fue Robert Redford, quien tras llegar a un primer acuerdo abandonó el proyecto.