Image: Historias de Cuba

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Cine

Historias de Cuba

El cine español se rueda en La Habana

26 mayo, 2005 02:00

Un momento del rodaje de Habana Blues, de Benito Zambrano

Dos nuevas películas que llegan hoy a nuestras pantallas -Un rey en la Habana, de Alexis Valdés y 90 millas, de Francisco Rodríguez - se suman a los múltiples largometrajes españoles que este año han situado sus historias en suelo y mar cubanos. Los propios creadores explican a El Cultural los motivos, artísticos o financieros, que les mueven a rodar sus historias en las calles de La Habana.

Las razones son diversas si no creemos en las casualidades. Por motivos económicos o artísticos, o por la necesaria confluencia de ambos, durante el último año el cine español se ha acercado a La Habana con más atención que nunca, convirtiendo su paisaje y sus gentes en el territorio cinematográfico de historias que miran a la isla de Cuba desde registros y con intenciones bien distintos. El estreno mañana de la comedia disparatada de Alexis Valdés (Un rey en la Habana) y el drama oceánico de Francisco Rodríguez (90 millas) vienen a sumarse a los trabajos ya estrenados, con mayor o menor trascendencia, de Benito Zambrano (Habana Blues), Mariano Barroso (Hormigas en la boca) y de Oliver Stone (Descubriendo a Fidel), quien rodó la continuación de Comandante con financiación parcialmente española. Todas estas películas tienen algo en común: Cuba como escenario.

La lista no estará completa hasta finales de año, cuando llegue a las pantallas el último trabajo de Manuel Gutiérrez Aragón, Rosa de Francia, quien ha regresado recientemente de un rodaje de ocho sema- nas en la isla. El autor de Cosas que dejé en la Habana ya rodó la experiencia migratoria desde el lugar de destino y ahora ha viajado a la isla para rodarla desde el origen. "Cuba siempre ha pertenecido a nuestra realidad -asegura el director-, es tan española como puede serlo Canarias. Seguramente por el constante flujo humano, es ya prácticamente una comunidad autónoma más". En Rosa de Francia, el veterano cineasta pone en escena una idea del escritor cubano Senel Paz, la historia de Simón, un ‘pícaro’ dedicado al tráfico de personas de Cuba a Estados Unidos. Los sueños como moneda de supervivencia, y sobre todo la emigración ilegal, es uno de los temas casi obligados en cualquier relato que convoque a la llamada "Perla del Caribe" en sus fotogramas. En ese "mar lleno de cadáveres" que quieren cruzar los clientes de Simón es donde ha situado Francisco Rodríguez su largometraje 90 millas, una alusión directa a la distancia entre costas del estrecho de Florida. Con la participación de actores de la isla y a partir de un guión del cubano Jorge Herrera, el filme narra la trágica odisea de una familia buscando mejor vida allende los mares. "Mi interés personal por esta historia era retratar una realidad social de la que habla mucho la prensa, y de la que se conoce el antes y el después, pero no la tragedia en sí".

Allende los mares
La película de Rodríguez empieza donde termina la de Zambrano, con la imagen urgente y desesperada de unos balseros alejándose de las costas de Cuba en el corazón clandestino de la noche. Pero ambas formas de abordar el drama son tan distintas que una pasa por ser "una crítica feroz al sistema político" -según la coletilla añadadida a la sinopsis de 90 millas por la organización del Festival de Cine de La Habana-, y otra ha sorteado los filtros del Insituto Cubano del Cine (ICAIC), el organismo audiovisual que le ha permitido a Zambrano rodar en las calles de la Habana. "Hay muchas películas que no son tran demoledoras con la dictadura cubana como la nuestra, y por lo tanto pueden trabajar en la isla, pero para nosotros era una posibilidad implanteable", explica Francisco Rodríguez, que ha rodado 90 millas en estudios y en las costas de Tenerife.

Mariano Barroso afirma que "el ICAIC controla todo el cine que pasa por Cuba, y cualquier guión que se ruede en la isla debe tener su aprobación". Quizá por este motivo, el director de Hormigas en la boca barajó otras posibilidades de rodaje como Santo Domingo, Costa Rica o las costas de México (donde Schnabel escenificó el pasiaje de Cuba en Antes que anochezca), pero finalmente el ICAICno sólo le concedió el permiso para rodar, sino que entró a co-producir el filme, una trama de serie negra en el esplendor cubano justo anterior a la revolución castrista.

Razones más mundanas y menos románticas llevan a los cineastas españoles a interesarse por Cuba. Se encarga de recordar Gutiérrez Aragón que "allí se ruedan muchas películas porque es evidente que se abaratan mucho los costes de producción". No sólo historias que transcurren en la isla, sino en cualquier paraje exótico y tropical, encuentran en suelo cubano favorables condiciones financieras que son aprovechadas principalmente por producciones europeas y canadienses. Todo ello a pesar de que el tejido industrial cubano sea casi inexistente, o que la experiencia pueda convertirse en lo más parecido a una comedia de trazos surrealistas. "El rodaje fue durísimo -recuerda Barroso-, pero al mismo tiempo muy divertido. Todo lo que ocurre es casi milagroso. Las cosas se consiguen por medios totalmente distintos a los convencionales, a través de recovecos, argucias y negocios inenarrables". Las actitudes propias del modo de ser cubano, regidas por la cultura del ‘bisnes’, proponen al cineasta extranjero tipologías y atmósferas irrepetibles en otras latitudes. "Todavía es un país diferente, de una idiosincrasia fuera de toda norma, y quienes se acercan a Cuba tienen un interés por contar historias de cierta singularidad, imposibles en otros países", explica el actor cubano Alexis Valdés, que debuta en la direccion con Un rey en La Habana. Los hay quienes buscan principalmente el talento creativo de sus habitantes. Gutiérrez Aragón y Francisco Rodríguez confiesan su debilidad por los "magníficos actores cubanos", mientras que Benito Zambrano -que estudió en la Escuela de Cine de San Antonio de Los Baños de La Habana- también ha explorado la creatividad cubana, su música, en Habana Blues. Mariano Barroso, por su parte, apunta el elemento comercial del interés español por la isla: "Cuba tiene algo de mítico. Aparte de un país, es una marca. Funciona en nuestro subconsciente como un lugar de grandes contradicciones".

Ley del silencio
"Los que mejor conocemos Cuba somos nosotros -asegura Valdés-, pero allí viven bajo la ley del silencio, por eso en gran medida estamos en manos de lo que cuentan los extranjeros". La necesidad de rodar en las calles de Cuba, ineludible para la mayoría de los largometrajes que nos ocupan, coloca al cineasta en una posición incómoda pero privilegiada, pues en su mano está hablar de lo que los cineastas autóctonos deben callar, si bien haciéndolo de tal modo que eso no les impida obtener el respaldo de las autoridades. Gutiérrez Aragón asegura que las cosas han mejorado en los últimos años en este sentido: "Como firmante de una carta en favor de los disidentes cubanos, hace unos años no podría haber rodado en la Habana, y ahora quizá los dirigentes no me miren con especial simpatía, pero he podido hacer mi película con total libertad, sin ninguna cortapisa". A ello habrá ayudado que su historia tenga lugar en una época no señalada ("érase una vez en las costas de Cuba...", se anuncia al principio), pero en cualquier caso anterior al régimen actual. "En realidad mi película podría ocurrir en cualquier tiempo y lugar, porque siempre habrá un señor dedicado a pasar gente a otro país para aprovecharse de ello", concluye el autor de Camada negra, ejemplo meridiano de la denuncia política disfrazada de fábula moral que ha caracterizado su cine desde sus primeros trabajos en el ocaso del franquismo.

La situación, según Valdés, recuerda a los malabarismos argumentales y las dobles lecturas con las que se las ingeniaban los cineastas españoles durante los años de dictadura: "No queda más remedio que hablar de forma colateral de la situación política del país. En mi película, por ejemplo, hay una segunda lectura completamente política, pero está integrada a modo de bromas muy particulares del sentir cubano". Podría ser también el caso de Benito Zambrano, cuyo Habana Blues se pasea acrobáticamente por el fino alambre que separa la crónica de la denuncia explícita, posiblemente la misma membrana entre la honestidad creativa y el activismo político. El autor de Solas resume su postura: "Hablar de Cuba siendo extranjero es un ‘hándicap’ importante. Hay que hacerlo siempre desde el respeto. Puedo criticar lo que me dé la gana de mi país, porque es mío, pero con Cuba esa libertad ya no es tan meridiana. Es sobre todo una responsabilidad del pueblo cubano". No falta quienes encuentran en las palabras respeto y miedo ciertas semejanzas, que se traducen en la ausencia de compromiso y de responsabilidad creativa. "Creo que hay de todo -añade Valdés-. Hay una intención de contar cosas, pero también hay mucha censura y autocensura. La mayoría de los realizadores que se acercan a Cuba tratan de no herir ciertas sensibilidades, de no comprometerse del todo". Es el caso de Barroso, que no acierta a encontrar la ecuación: "No me quiero sacudir el muerto de encima, pero la complejidad tan grande que se vive allí sólo se puede expresar siendo cubano. Ellos están a la espera. Saben que hay un enemigo imbatible al que no le puede derribar más que el tiempo".

Contra las cuerdas
Oliver Stone ha tratado de poner contra las cuerdas a ese "enemigo imbatible" en su serie de documentales Comandante y Looking for Fidel, realizados a partir de horas y horas de conversaciones con el dictador cubano. Coproducidas por la productora española Morena Films, ambas cintas se erigen como retratos fundamentales para abarcar la personalidad de Fidel Castro, desenvolviéndose frente a la cámara como un actor experimentado. La posibilidad que ofrece Stone de juzgar no sólo política sino humanamente al dictador que más tiempo se ha perpetuado en el poder, debería acallar la conciencia de cierta crítica norteamericana que ha acusado al autor de JFK de "comunista" y "terrorista" entre otras lindezas. Como si darle la palabra a Castro (o rodar en su país) significara necesariamente darle la razón.