Cine

Ménage à trois

Antonioni, Soderbergh y Kar Wai firman la película sexual Eros

27 octubre, 2005 02:00

Fotogramas de Equilibrium, La mano y The dangerous thread of things

Tres cineastas de culto para tres piezas eróticas. El largometraje se llama Eros, se estrena el 28 de octubre y lo firma un trío de directores con el maestro Michelangelo Antonioni a la cabeza. Le secundan sus discípulos y admiradores Steven Soderbergh y Wong Kar Wai. Bajo la libre propuesta de rodar un mediometraje en torno al amor y el sexo, los tres cineastas en liza forman un apasionado tríptico cinematográfico.

Dice una máxima budista que el único fracaso atribuible al maestro es cuando sus pupilos no logran superarle. Desde esta perspectiva, la participación de Michelangelo Antonioni en Eros no es en ningún modo un fracaso. Como cabeza de cartel de este largometraje erótico colectivo, el peso de su nombre trajo consigo la adhesión al proyecto del norteamericano Steven Soderbergh ("Quería mi nombre junto al de Michelangelo Antonioni en un póster") y también del hong-konés Wong Kar Wai ("Antonioni ha sido la referencia para mí"), mientras que otros realizadores de culto como Pedro Almodóvar declinaron la invitación.

El resultado, para decirlo de entrada, es que las piezas filmadas por los discípulos le ganan no sólo en frescura, interés y complejidad a su maestro, sino en la misma consigna bajo la que, con total libertad, trabajaron los tres directores: filmar una pieza de amor y sexo. Ordenadas de tal forma que el interés se revela creciente, y bajo la invocación musical de Caetano Veloso engarzando uno y otro segmento (con un tema titulado precisamente Michelangelo Antonioni), abre este tríptico erótico el director italiano con el corto The dangerous thread of things -al menos en la copia que se estrena en España, pues en la versión italiana Antonioni exigió que su segmento pusiera fin a la función-, al que siguen Equilibrium, de Soderbergh, y la extraordinaria pieza de 40 minutos La mano, de Wong Kar Wai.

Desde que cayera el telón de los años en los que escándalo era sinónimo de arte comercial, después de trece años alejado del cine tras una larga enfermedad, el director de Blow Up ha participado últimamente en diversos largometrajes colectivos -Más allá de las nubes, con Wim Wenders; 12 registi per 12 cittá, con Bertolucci y compañía...-, acaso viendo pasar un tiempo que no era el suyo, entregado a un cine en corto nacido para las fauces del arte y ensayo -Lo sguardo di Michelangelo-, pero que, al menos en este caso, bien puede confundirse con cualquier pieza de un estudiante algo pretencioso.

Pasión aburrida
Su película de treinta minutos The dangerous thread of things pretende imbuir al espectador en el desencanto del romanticismo y el despertar de la pasión sexual a través de la peripecia sentimental de un matrimonio burgués y aburrido en la costa Toscana. Los personajes son tres: un marido pazguato (Christopher Buchholz), la esposa (Regina Newni) y la enigmática ninfa (Luisa Ranieri). Atento a la desnuda llamada de las sirenas (que Antonioni filma de lejos, con miedo a ser demasiado explícito), el marido se verá atrapado por la aparición de una joven amazona, con caballo y todo, que vive en un torreón al borde del mar y a quien le gusta mucho reírse, acariciarse el sexo y bailar desnuda (cosas todas ellas que Antonioni filma muy de cerca, sin miedo a ser demasiado explícito).

Más grotesca que sugerente, con más carne que erotismo, y desde luego la menos sutil de las tres películas en liza, The dangerous thread of things arranca desde la sensación naturalista que pueda producir el cine de Rohmer para terminar con un escamoteado encuentro lésbico y la sensación de que Russ Meyer ha saboteado a Antonioni detrás del objetivo. Seguramente la intención del autor de Identificación de una mujer, gran explorador del universo femenino, no era contar una historia anclada en los clichés (el guión es del legendario Tonino Guerra), sino provocar una serie de sensaciones que caminen entre lo turbulento y lo mitológico, pasando por el vacío existencial, la plenitud del deseo, el sentido de la soledad, los caprichosos caminos del destino o la vaporosidad anímica del verano; pero los treinta minutos de la película devienen en una colección de desnudos grotescos y diálogos inanes tipo "¿Cómo puedes llenar el aire con esas palabras vacías?". No es una pregunta, en todo caso, fuera de contexto si el maestro se la lanza a sí mismo, pues esta decepcionante pieza nada aporta a Eros ni a su interesante filmografía, y en el peor de los casos pone en evidencia sus pretendidas ansias de modernidad frente a un aplicado alumnado.

Sexo cerebral
Será Steven Soderbergh -de quien debemos recordar su excelente ópera prima Sexo, mentiras y cintas de vídeo para acercarnos con ventaja a su segmento en la película-, quien nos salve de la playa Toscana trasladando el sexo y el amor a un diván neoyorquino de los años cincuenta en su corto Equilibrium. El erotismo en esta pieza protagonizada por un imprescindible y locuaz Robert Downey Jr. y un pantomímico Alan Arkin es puramente conceptual -en torno a la noción de que lo que a uno le excita, al vecino le aburre-. En el meridiano de los monocromáticos anos cincuenta, un ejecutivo estresado tiene recurrentes sueños eróticos (en technicolor) con una mujer que se parece a su esposa pero no lo es. Durante una cómica sesión con su extraño psiquiatra, éste parece más interesado en lo que ve a través de la ventana que en lo que su paciente tiene que contarle.

Realidad, sueños y fantasías sexuales se confunden en la imaginación de unos años expuestos a la represión, al infantilismo y al voyeurismo en todo lo relacionado con el sexo. Consciente de que la carne que no se ve es la que más estimula, Soderbergh construye su pieza de mecanismo freudiano (en la que las respuestas son tantas como los espectadores) confiando en la fuerza del fuera de campo y en símbolos sexuales con forma de aviones de papel. Las desopilantes reacciones de un psiquiatra que, a través de la ventana, ve algo que le excita más que los sueños sexuales de su paciente, introducen la nota cómica a un texto fílmico que confía plenamente en su subtexto onírico. Jugando al misterio, otorgando presencia hitchcockiana, casi humana, a los objetos (ese bolso), y permitiéndose la nota social introduciendo una parodia al estresante universo capitalista, en los veinticinco minutos de Equilibrium Soderbergh ha volcado más contenido intelectual que el que se halla en muchos largometrajes. Sin descuidar, además, la necesaria emulsión sensitiva de un corto que se pretende erótico (cerebralmente), y que, por encima de todo, retrata una época decididamente desequilibrada. La imagen feliz de hogares con tele y señoras sonrientes con vestido plegado, de unos tiempos enfrentados, literalmente, al comportamiento sexual sano, es para Soderbergh, más que un recuerdo, una críptica alucinación en blanco y negro.

Directo al corazón
Abonado el terreno intelectual de Eros, Wong Kar Wai dispara directo al corazón con su magnífica pieza La mano. El cartucho en la recámara que guarda el director de 2046 -durante cuyo rodaje, en un descanso, encontró tiempo para rodar este mediometraje- posee la sugestión casi hipnótica del más refinado erotismo, aquel que se descubre sin apenas recapacitar en él, que de tan sutil y elegante alcanza a los sentimientos por encima de los estímulos.

Kar Wai nos cuenta la historia de amor casi silenciosa de un joven sastre (Chang Chen) enamorado de su clienta (Gong Li), una prostituta de lujo que con el paso de los años asistirá a la decadencia de su cuerpo y de su trabajo, pero no de su vestuario. El amor del aprendiz de sastre, como si fuera un personaje sacado de una fábula antigua, no cae un ápice, sino que se acrecienta al mismo ritmo que lo hace su talento para diseñar vestidos. El autor de Deseando amar, sin duda el más dotado para el erotismo (la masturbación que pone en marcha el hervor amoroso es lo más turbador que ofrece la pelíucla), sigue fiel al Hong Kong años 60 que puebla, como un paraíso perdido, el grueso de su filmografía. De nuevo las habitaciones débilmente iluminadas, la lluvia golpeando el asfalto, los cristales y espejos, los pasillos de hoteles, los hipnóticos ralentizados y la música opiácea, se traducen en un cine sensitivo que camina confiado hacia una escena final memorable, broche de oro a un filme de grandes promesas y resultados no plenamente satisfactorios.

El amor y el sexo sentidos a través de las tripas, del cerebro y del corazón, en este orden, conforman por tanto el tríptico cinematográfico trenzado por los artistas de lujo invitados. Un menage à trois que actúa como radiografía sentimental de nuestros tiempos, incrédulos frente al amor, cómplices de las pasiones escaldadas y los vehementes romanticismos.