Cine

Flores rotas

Director: Jim Jarmusch

27 octubre, 2005 02:00

Bill Murray en Flores rotas, de Jim Jarmusch

Intérpretes: Bill Murray, Sharon Stone, Julie Delpy, Jessica Lange. Guionista: Jim Jarmusch. Estreno: 21 octubre. 106 min

¿Quién se atreviría a asociar el color rosa con el cine de Jarmusch? En la gama cromática del cine "indie", el blanco y el negro han sido los portavoces del discurso jarmuschiano, por una parte sugiriendo su estrecha vinculación con el cine mudo y por otra canalizando la simpatía distante y contradictoria de su mirada, tan alienígena como emotiva. ¿Y el rosa, pues? ¿Algo ha cambiado en el cine de Jarmusch? Su última película, la espléndida Flores rotas, arranca con el itinerario de una carta rosa a través de los tortuosos mecanismos de una oficina de Correos, anunciando que tal vez sí, que a Jarmusch le ha llegado la hora de ser rosa, de hacerse accesible facturando lo que él entiende como comedia romántica.

Esa carta, enviada por una ex-amante, llega a manos de Don Johnston (extraordinario Bill Murray) cuando su última novia (Julie Delpy) le abandona. Esa carta le informa de que tiene un hijo de 19 años que le está buscando. ¿Estamos ante un culebrón? Con la ayuda de su verborreico vecino Winston (Jeffrey Wright), la carta cambia el destino de Don. Haciendo gala de su memorable economía narrativa, Jarmusch le envía a visitar a cuatro de sus ex-amantes, las únicas que pueden haber escrito esa señal de alarma de color rosa. Ninguna de esas visitas colmará las expectativas del espectador. Con su hermoso título griffithiano, con ese minimalismo heroico y determinista, Flores rotas es, por encima de cualquier otra cosa, una película de Jim Jarmusch.

En ese sentido, Flores rotas habla, también, del solipsismo al que todo autor está condenado. Como si esas cuatro mujeres representaran un fragmento distinto de su filmografía, Jarmusch revisita la calidez (Sharon Stone), la desolación (Frances Conroy), la alienación (Jessica Lange) y el instinto (Tilda Swinton) como si intentara hacer balance de su obra a la vez que su protagonista lo hace de su vida. La estructura repetitiva de cada uno de los episodios, separada por los viajes de Don amenizados con un tema del músico de jazz etíope Mulatu Astatke, nos descubrirá no sólo a un hombre que se enfrenta cara a cara a su soledad sino también a un autor que ha asumido los límites de su mundo, sabiendo que, dentro de él, todo es posible. El movimiento de cámara circular que cierra la película, después de una secuencia preciosa y conmovedora, es profundamente revelador: en su más sólida madurez, un verdadero cineasta está solo frente al mundo, es el precio que debe pagar por ser fiel a sí mismo. Y Jarmusch lo ha sido y lo es.

Y dice Jarmusch que escribió el guión en sólo dos semanas y media pensando en Bill Murray. Y viendo a Murray, nadie podría imaginar a otro actor en la piel de Don Johnston. Payaso triste con un ramo de flores en la mano y una pregunta capciosa en la otra, Don Johnston es el antihéroe que Murray necesitaba para depurar definitivamente su cara llena de talco transparente, polvos mágicos de un gesto invisible, casi imperceptible, que ha hecho de la no-interpretación su mejor baza. Murray resume a la perfección una tradición interpretativa, que podría empezar en Buster Keaton y acabar en Takeshi Kitano, que retrata la estupefacción del ser humano ante lo absurdo de la vida. Bill Murray encarna a Don Johnston aportando una delicada dosis de melancolía al color rosa de la carta que le obliga a emprender su viaje. Porque sí, a veces, la melancolía es rosa. ¿Será rosa el cine de Jim Jarmusch?