Novela

La princesa india

Inma Chacón

27 octubre, 2005 02:00

Inma Chacón. Foto: Javier Lizon

Alfaguara. Madrid, 2005. 320 páginas, 17’50 euros

Quien iba a escribir, en principio, la historia de La princesa india era Dulce Chacón, novelista con obras importantes en su trayectoria como, por ejemplo, Cielos de barro (premio Azorín 2000) y La voz dormida (2002), estremecedora recreación de las penurias y sufrimientos de los vencidos en la guerra civil y en la inmediata posguerra, con especial protagonismo de las mujeres.

Pero la muerte se llevó a Dulce cuando estaba en plena madurez creadora, cuando llevaba tiempo pensando en esta obra. Su hermana gemela, Inma (Zafra, Badajoz, 1954), heredó el encargo de escribir esta historia de amor y muerte sobre el fondo histórico de las aventuras de la conquista de América. Y lo ha cumplido con dignidad en su primera novela.

La princesa india desarrolla la historia de amor surgida entre un capitán del ejército de Cortés en tierras del imperio azteca en los últimos días de Moctezuma y los peligros que los nuevos amantes tuvieron que superar después en una España de cristianos viejos controlada por la Inquisición y amordazada por el miedo a la denuncia contra la más mínima sospecha de heterodoxia en toda práctica social o religiosa por parte de judíos y moros públicamente marcados en aquella época de intolerancia y dogmatismo. La primera parte de la novela transcurre en el galeón en que viajan a España el capitán extremeño y su princesa india, con sucesivas retrospecciones en cada capítulo para contar los principales acontecimientos de la guerra de los españoles contra los seguidores de Moctezuma y los primeros pasos del choque de culturas y la evangelización no exenta de violencia entre los aztecas. En la segunda parte, ya en tierras españolas, se reproducen las tensiones familiares desencadenadas antes de la marcha de don Lorenzo a las Indias y se ciernen sobre su esposa india y su empleada las sospechas y rumores que las acusan de poderes ocultos, relacionados con la magia y con la devoción a sus antiguos dioses aztecas.

Con estos ingredientes la novela potencia la suspensión de la intriga en un relato de aventuras que aprovecha el dramatismo en el choque de culturas y religiones heredado de las crónicas de Indias y recrea los conflictos sociales y religiosos de aquella España de castas ensangrentada por la conflictiva convivencia entre judíos, moros y cristianos. Así, frente al exotismo y al enfrentamiento abierto en la primera parte, en la guerra entre españoles y aztecas, en la segunda se imponen la malicia, el odio y la perversión alimentados por una sociedad injusta y dominada por el fanatismo y la ignorancia. Pero, como estamos en una novela en defensa de las buenas ideas, el resultado final es feliz. La siniestra encarnación de la maldad y el odio queda descubierta, los amantes pueden ya gozar de su amor en paz y hasta las tensiones familiares del comien-zo dejan paso a la reconciliación entre hermanos.

La princesa india merece, pues, ser recibida como una novela que puede satisfacer las expectativas de muchos lectores deseosos de llenar su tiempo con historias de amores y odios entretejidas con desapariciones y encuentros de cofrecillos, planes de fuga por parte de los perseguidos y ajustes de cuentas con algún malvado, todo ello en un marco histórico entre la conquista de México y la España de las castas de cristianos viejos y nuevos en la transición de la Edad Media al Renacimiento. No hay más intentos de profundizar en estos problemas cruciales en aquella sociedad. Porque la novela tampoco descubre más ambiciones en su planteamiento literario e histórico. El texto se ciñe a la narración de los hechos con mayor relevancia novelesca, con el oportuno concurso de leyendas, supersticiones y otros ingredientes de magia y misterio que dan variedad y color a la trama. Y la intriga se resuelve por sus pasos contados, explicando cambios de planes y atando cabos de modo que el lector no tenga mayores dificultades para llegar complacido al final de la historia.