Cine

Lo que la nieve se llevó...

Gala XX edición de los Premios Goya

26 enero, 2006 01:00

Isabel Coixet

[Publicado el 30 de enero de 2006] Seguramente era inevitable que la gala celebración de los veinte años se convirtiera en un catálogo del palmarés histórico, pero seguramente podría haber sido menos larga y aburrida, menos cansada para los de dentro y los de fuera. A medianoche, cuando Micaela Nevárez entregaba las primeras lágrimas al auditorio (prácticamente las únicas), todavía quedaban dieciocho premios por entregar. La totalidad de la gala, carente de espectáculo, presentada con lasitud por una de las parejas menos imaginables y compenetradas que se recuerdan, duró lo que tarda uno en ver Lo que el viento se llevó, que anoche no fue poco. Se llevó, por ejemplo, el mal rollo de los Almodóvar con la Academia, que tampoco se ha mantenido durante mucho tiempo. Ahí estaba Agustín Almodóvar, el productor, entregando premios como si nada hubiera pasado, como si pudiéramos dar definitivamente por olvidado el descontento de él y de su hermano con el sistema de votos (¿habrán vuelto a ingresar en la institución?). Tiene su lógica en todo caso, si de "volver" se trata, pues hoy es el año en el que Almodóvar está de vuelta de todo. Si Pedro ha vuelto con Carmen Maura, ¿por qué no iba a volver a la Academia?. Puede que con Volver (que se estrena el mes que viene) vuelva a ganar los próximos Goya. Ayudaron a la reconciliación, claro, los premios gordos concedidos a La vida secreta de las palabras, gran y sorprendente triunfadora de la noche, que además vienen a saldar una cuenta pendiente con Isabel Coixet, a quien por fin se le reconoce que a pesar de rodar en inglés, con intérpretes extranjeros y siempre fuera de España... sus películas son españolas. Y buenas. El viento (y la nieve) de los veinte años, una celebración colectiva que, un año más, no pudo evitar transformarse en la "fiesta del colegueo" y de las falsas complicidades, borró también de un plumazo la ya legendaria ausencia de Antonio Banderas en los Goya, que anoche estuvo por primera vez entre nosotros, y tan contento, con su segunda película como director en camino (rodada en España). El sorprendente palmarés de anoche también se llevó por delante la decisión de presentar Obaba a los Oscar. La película de Armendáriz tuvo que conformase con uno de los diez premios a los que estaba nominado. Y además el de sonido, como si alguien pudiera explicar por qué precisamente ese. Tal fue la contradicción de la Academia, que el cineasta navarro ni siquiera se marchó con el "cabezón" al Mejor Guión Adaptado entre las manos, uno de esos premios que parecía cantado. Para premios cantados el de Oscar Jaenada, a quien aplaudió el veterano Manuel Alexandre desde su butaca. Premio justo a un Camarón (la interpretación, no la película) que le hace justicia al mito flamenco de San Fernando. No se recuerda un trabajo tan serio de un actor español, tan armado de técnica, instinto y pasión. Merecido también fue el premio de interpretación a Candela Peña, segunda de las princesas premiadas de Fernando León, a quien siempre han tratado bien los Goya (en Familia, Barrio y Los lunes al sol). Era de esperar que la de anoche no fuera otra de las suyas, aunque su película estuvo bien servida con tres premios. Uno hubiera esperado algo más para 7 vírgenes, el largometraje más audaz y emocionante del 2005, pero la verdad es que era difícil que se repitiera otro año como el de El Bola, en que los premios se hermanaron con la película más fresca del lote, también con Juanjo Ballesta de protagonista. En todo caso, David Carroza se fue justamente premiado como actor revelación (ojalá todos los discursos fueran la mitad de honestos que el suyo... y además escueto). Lo que en verdad no se pudo llevar la noche de los veinte años, como quizá esperaban algunos, y a pesar del empeño con que se lo tomaron (proyectando una y otra vez escenas de sus grandes interpretaciones), fue la bendición de Fernando Fernán Gómez. El primer año de los Goya, celebrados el 16 de marzo de 1986 en el Teatro Lope de Vega de Madrid, Fernán-Gómez pagó con una sonada ausencia los tres Goya que se le otorgaron (mejor película y mejor director por El viaje a ninguna parte y mejor actor por Mambrú se fue a la guerra). El hosco y sabio cineasta, pasadas dos décadas, no ha cambiado su discurso de silencio, acaso el mejor modo de opinar sobre el repetitivo, endogámico y cansino festín de la industria cinematográfica.