Buenas noches, y buena suerte
Director: George Clooney
9 febrero, 2006 01:00George Clooney en Buenas noches...
Hubo un tiempo en que se podía ser periodista y decir la verdad. Hubo un tiempo en el que la televisión era algo más que un nido de víboras o un laboratorio de cobayas humanas o un triste circo de pulgas. Tal vez no es el momento de ponerse nostálgicos, aunque algo hay de celebración del pasado en Buenas noches, y buena suerte. Porque lo que reivindica George Clooney a través de su perfecta reconstrucción del caso Murrow es la necesidad de una ética de la responsabilidad que ahora es difícil de encontrar en los medios de comunicación. El trabajo (y el arte) dignifica porque consiste en una cierta búsqueda de la verdad. En esa búsqueda puede haber obstáculos o contradicciones (Murrow no simpatizaba con los comunistas), pero su objetivo siempre es entender el mundo con sus obstáculos y contradicciones. Y ahí está la verdad del periodista Edward R. Murrow, que, gracias a la fundacional emisión de su programa "See It Now" dedicada a desmontar las mentiras del discurso del senador McCarthy, acabó con una Caza de Brujas que amenazaba con finiquitar la libertad de expresión en la América de Eisenhower.Clooney sabe que la eficacia de su idealismo depende exclusivamente de retratar la integridad de Murrow y su equipo con el rigor con que éstos pusieron en evidencia los mecanismos manipuladores de McCarthy. Por eso nunca vemos a los protagonistas de Buenas noches, y buena suerte en su vida cotidiana, como si lejos de los estudios de la CBS no existiera más que la fantasía de una intimidad demasiado convencional para ser contada. Y por eso también, Clooney maneja las imágenes de archivo con la astucia con que lo hizo Murrow, sin traicionar una realidad que, dramatizada, podría habernos decepcionado. Así las cosas, el contraplano de la ficción es siempre el documental, cuya fuerza, sobre todo en la legendaria respuesta televisada del senador anticomunista, está por encima de la salida de tono que habría significado la interpretación de cualquier estrella de Hollywood. En ese sentido, el uso de la confesión original de McCarthy demuestra la inteligencia y la modestia de Clooney a la hora de defender la honestidad moral de su discurso. Al otro lado del documental está un David Strathairn espectacularmente contenido, bañado en las volutas de humo de una verdad que levantó (y levanta) ampollas.
Acorazada tras un guión de hierro, que parece despreciar la posibilidad de un plano que sobre o una línea de diálogo que falte, y acompañada de un blanco y negro y una banda sonora (esa Diane Reeves cantando significativas cortinillas) de contundente elegancia, Buenas noches, y buena suerte se despliega ante nosotros como un periódico antiguo que habla del presente. No es fácil adivinar qué hubiera hecho Edward R. Murrow ante la guerra de Irak, pero lo que está claro, y es lo que Clooney glosa con rendida admiración, es que, al margen de su ideología, habría apostado por la transparencia informativa y no habría dudado en denunciar a los culpables. Es mérito de Clooney, cuyo interés por el mundo de la televisión es casi genético (su padre fue presentador), que, al terminar la película, necesitemos salir a la calle para buscar la verdad, como si fuéramos ingenuos periodistas que creen ser portadores y portavoces de una realidad que pide a gritos un reajuste, una caída de máscaras. Es la magia del buen cine: agita conciencias y nos hace más sabios.