Declaradme culpable
Director: Sidney Lumet
27 abril, 2006 02:00Van Diesel en Declaradme culpable
"¡Vin Diesel habla!" podía ser la frase publicitaria de Declaradme culpable. Extraño experimento colocar al actor-mazacote al frente de un drama judicial. ¿Por qué ese tenaz empeño en darle oportunidad para el lucimiento? ¿Una promesa? ¿Una apuesta? Hubiera sido el papel a la medida del actor inicialmente previsto, Joe Pesci, o incluso de alguien como Bruce Willis. El problema de Diesel es más su físico, su gestualidad, sus movimientos que su voz, aunque a veces imite a Stallone imitando a Marlon Brando cuando imitaba a un mafioso italiano. Pero ese rostro falseado por kilos de maquillaje para ponerle más años encima o esos trajes con los que parece que se disfraza van siempre en contra de su esforzada interpretación. Aunque las misteriosas circunstancias por las que Diesel ha terminado siendo cabeza de cartel están más allá del alcance de estas líneas.Salvado el escollo que supone su protagonista, Declaradme culpable es una cinta bien interesante. Partiendo de sucesos reales (a veces inverosímiles, pero es que la vida siempre es menos creíble que la ficción), narra el macro-juicio contra varios capos de la mafia y la decisión de uno de ellos, Jake DiNorscio, de defenderse a sí mismo sin tener conocimientos sobre leyes. El octogenario Sidney Lumet delata con su dirección ser hijo de otro tiempo. Hace gala de una loable precisión narrativa, recurre al jazz como fondo musical desligado de situaciones y personajes, mantiene el mismo encuadre más de tres segundos y emplea una planificación sorprendentemente luminosa y diáfana para el actual cine americano, con todos los elementos del plano siempre enfocados. Deja aire a los actores para moverse en el decorado y evita cualquier implicación emocional (suya o del espectador) con los habitantes de esa pecera-circo que es la sala del tribunal. Porque otro rasgo apreciable del film es su permanente sentido del humor, su sana desvinculación y su mirada desprejuiciada a los personajes que pueblan esa absurda comedia humana. Y, por supuesto, sí que consigue magníficos trabajos actorales de sus secundarios, especialmente de Ron Silver y Peter Dinklage.
El as de la manga que se reserva el film es su malicioso discurso sobre la manipulación emocional del espectador, ya éste sea el jurado en una sala de tribunal o el propio espectador cinematográfico. El jucio deja de ser proceso de descubrimiento de la verdad para convertirse en competición de oratoria. El ganador no será el más ético, sino el más vehemente. Desde su distanciamiento, Lumet asume los códigos del género en que trabaja -el drama judicial- para poner en evidencia cómo los mecanismos de empatía pueden dirigirse a un sujeto no especialmente recomendable como es Di Norscio. La retórica, nos dice, puede envolvernos en una red de seducción que nada tiene de lógico. Como el propio cine americano, que siempre privilegia el mito del individuo sobre la masificación del sistema. Y por eso Declaradme culpable es, bajo su aperiencia jocosa, una cinta amarga y descreída que revela al final su auténtica condición, la de farsa disfrazada mediante procedimientos retóricos. Farsa de la justicia, pero también farsa del propio cine.