Cine

El código Aronofsky

El director de "Pi" y "Réquiem por un sueño" presenta en Sitges "La fuente de la vida"

12 octubre, 2006 02:00

Rachel Weisz y Hugh Jackman en "La fuente de la vida", de Darren Aronofsky

Seis años después de su segundo largometraje, "Réquiem por un sueño", Darren Aronofsky aterriza en Sitges con una propuesta de ciencia-ficción que obtuvo reacciones contrapuestas en el Festival de Venecia. Mediante la interacción paralela de tres relatos que abarcan mil años de historia, el director plantea la mítica búsqueda humana de la eternidad.

Darren Aronofsky se ha propuesto poner a prueba a sus fans. Después de las más que notables Pi y Réquiem por un sueño, que a pesar de su aroma pseudocientífico desprendían una fuerza visual innegable, ahora el director norteamericano parece haberse pasado a la pseudofilosofía con La fuente de la vida (The Fountain), un proyecto de ciencia-ficción en el que ha invertido seis años. Tras su paso por el Festival de Venecia, donde irritó a muchos y entusiasmó a pocos, ha llegado a España vía Sitges antes de su estreno comercial.

Muchas son las vueltas que ha dado la película en su proceso de realización. Después de que Brad Pitt se descolgara del proyecto hace cuatro años (y le tomara el relevo Hugh Jackman), la producción se ha visto sometida a las típicas idas y venidas de cualquier artefacto millonario de Hollywood. Probablemente La fuente de la vida no hubiera variado mucho en lo esencial, pero cuando intervienen demasiadas mentes en un proyecto tan personal y alienígena como el que ha concebido Arronofsky, el resultado se ve especialmente afectado, máxime si finalmente el corte original de más de dos horas queda reducido a 95 minutos.

En esta hora y media, Arronofosky trata de contar 1.000 años de búsqueda de la "fuente de la vida", un elixir de eternidad que proviene según el guión de un árbol en algún lugar de América Central. El cineasta describe la esencia de la película como "una historia de amor sobre la pérdida de un ser querido y sobre lo que eso te enseña", pero las verdaderas ambiciones de la propuesta, de raíces notoriamente tarkovskianas, van mucho más allá.

Tres dimensiones
La trama intercala tres historias que vienen a representar tres dimensiones de existencia. La primera sucede en el siglo XVI, la segunda en el presente y la tercera en el XXVI. En las tres intervienen los mismos protagonistas (Hugh Jackman y Rachel Weisz), que personifican sendas partes de un mismo personaje, y a su manera cuentan la misma historia: la aventura del amor tratando de detener la muerte. Esto debería ayudar a que las conexiones entre una narración y la otra sean naturales, pero son más abruptas que armónicas.

En el siglo XVI asistimos a un relato de historia-ficción en el que la reina Isabel envía al conquistador Tomás al Nuevo Mundo en busca del elixir de vida. Con el aspecto de un "señor de los anillos" en formato televisión, pronto comprendemos que esta parte es en realidad la lectura imaginada de una novela, "La fuente", que está escribiendo Izzi en la época actual. Izzi es la esposa del Dr. Tom Creo, un científico que busca desesperadamente una cura para detener el tumor cerebral que está matando a su mujer. Diez siglos después, Tom es un pequeño buda en una burbuja que viaja en el cosmos hacia la nebulosa Xibalba, versión futurista del árbol de la vida. Esta parte del film, con una inenarrable estética new age entre el video arte onanista y una pieza de iniciación al yoga, es la que transforma el filme de un artefacto razonablemente extraño a un artificio incoherente y de difícil digestión.

"Nos hemos preocupado tanto por mantener la parte física, que nos olvidamos de alimentar nuestro espíritu", dice Aronofosky casi parafraseando al director de Stalker. Con La fuente de la vida, a pesar de su inexistente aliento poético, el otrora chico prodigio del cine norteamericano también quiere recordarle a la materialista sociedad contemporánea el valor del espíritu, que sólo aceptando nuestro final con naturalidad, podremos disfrutar de una vida completa. Sus no pocos seguidores tendrán seguramente que esperar mejor ocasión para quedar convencidos. O mejor: que recuperen a Tarkovski.