Pere Portabella
Cara a cara con Carlos Saura
22 noviembre, 2007 01:00Pere Portabella. Foto: Christian Maury
...17 años después de El pont de Varsóvia, Pere Portabella regresa al cine con El silencio antes de Bach, un filme hipnótico que homenajea al compositor. Será la estrella del Festival de Cine de Gijón, que comienza hoy mismo con un cartel a la vanguardia en el que destaca este veterano catalán.
Un cartel copado por lo general por los enfants terribles más radicales del cine mundial en el que destaca un veterano ilustre en el terreno del cine marciano, Pere Portabella, hacedor de algunas de las películas más singulares y fascinantes de toda la historia del cine español como No contéis con los dedos (1967), Nocturno 29 (1968), El Sopar (1974) o El pont de Varsòvia, hasta fecha muy reciente el último filme del cineasta. Sin embargo, cuando quizá ya nadie lo esperaba, el catalán estrena El silencio antes de Bach, un filme tan raro como acostumbra pero que posee una belleza y una capacidad para hipnotizar al público indiscutible. Una producción a contracorriente regida por la misma máxima que desde siempre ha guiado al creador. Tal y como explica a El Cultural:"Del mismo modo que la pintura pasó del realismo a Miró, el cine debe abandonar su dependencia de la novela decimonónica para encontrar su propio lenguaje". Portabella, como Peter Greenaway, parte de la base de que el cine, al ser un arte joven, con apenas algo más de un siglo de vida, aún lo tiene todo por descubrir. Una idea que se plasma en cada una de las imágenes de El silencio antes de Bach, una película sin argumento que refleja momentos deslavazados de una serie de personajes conectados por un hilo finísimo, con la música del maestro del siglo XVIII como telón de fondo. Así, nos encontramos a un camionero melómano, a un carnicero parlanchín, a un misterioso vendedor de instrumentos musicales o incluso al propio Bach, en un viaje en el tiempo y el espacio que emociona al espectador mientras dura la película y que, una vez terminada, lo deja asombrado, por no decir atónito, mientras la reflexión sobre lo visto surge de forma inevitable: "Así es como me gustaría que se vieran mis películas. Cuando uno contempla un cuadro de Piero della Francesca lo importante es lo que te pasa, las emociones que te transmite, y no lo que el artista quiere ‘decir’. Al enfrentarse a una obra de arte lo esencial es dejarse llevar. Hay un concepto un poco infantil que consiste en pensar que uno sabe de qué va una película porque ha entendido el argumento. Hay una lectura entre líneas que es la más importante".
De esta manera, Portabella sitúa a la obra en primer plano, dejando las intenciones del autor en segundo, casi se diría que parafraseando a ese Nietzsche que opinaba que "la obra está por encima del artista". Una idea que también aplica a la insuperable música de Bach, objeto de su oblicuo homenaje, al situarla en contextos inesperados como la escena en la que los jóvenes violoncelistas tocan la Primera Suite para violoncelo del compositor en el metro. "Me gustaba la idea de que la música se mezclara con los ruidos de la máquina, mucho más que una interpretación ortodoxa en una sala de conciertos. No me gusta esa concepción sacralizada de la música. Quería que fuera algo vivo, que cambia con el tiempo".
Tarkovski, Bergman y Soukorov son los referentes de un cineasta que reconoce que sus películas son "complejas" y que muchas veces su propio discurso resulta difícil para los demás. En este sentido, El silencio antes de Bach es un filme con tantas interpretaciones como espectadores, un caleidoscopio aparentemente caótico en el que el director se guía por su propia intuición, en un ejercicio que requiere "control autocrítico para distinguir las ideas de las ocurrencias".
No sólo la desconexión de unas escenas con otras, el universo de la película también se mueve en un mar de contradicciones, empezando por la oposición entre música y silencio : "El silencio es un sonido, de forma más notable en cine, donde puede expresar muchas más cosas que un diálogo entre dos personas". En cualquier caso, se crea, de forma inevitable, una tensión entre ambos conceptos, representados por esa partitura agujereada en la que, mediante códigos y símbolos, podemos intuir la aparición de la música pero no escucharla. Cuando lo hace, por primera vez, es en un "museo vacío, donde el silencio se hace físico, y mediante una máquina".
Otra contradicción, mientras Bach era un hombre profundamente religioso ("un pietista"), Portabella es materialista a la vieja usanza, ateo puro y duro, con lo que nos encontramos con la interpretación y el homenaje a una música profundamente espiritual por parte de un hombre que cree que sus películas no van sobre política pero sí están hechas desde la izquierda más absoluta (que no sectaria). "Es que Bach tiene mucho talento". Eso es difícil dudarlo.