Image: Ismail Kadaré

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Cine

Ismail Kadaré

"Ni la democracia ni la dictadura han cambiado mi manera de escribir"

22 octubre, 2009 02:00

Resignado a los vaivenes del Nobel -muchas veces ha sido favorito y finalista- Kadaré (Gjiorokastra, Albania, 1936) ultima el discurso de agradecimiento al Príncipe de Asturias de las Letras. Lo recibe hoy en Oviedo, pero se niega a desvelar cualquier pormenor de su homilía. Le enorgullece haber ganado en la final a Milan Kundera, a Ian McEwan, a Antonio Tabucchi, aunque el escritor albanés, de setenta y tres años, no forma parte de los colegas petulantes ni ambiciosos.

Tampoco participa en exceso del magma cultural parisino -aquí vive desde 1990- ni le gusta el sambenito del escritor político, por otro lado indisociable de quien ha vivido y de quien ha escrito en el delirio comunista de Enver Hoxha.

Tiene fama Kadaré de huraño y de insociable, pero la impresión del mano a mano sobrentiende más la timidez que la misantropía. Habla pensando lo que dice, mirando de reojo al interlocutor. Media entre nosotros una botella de agua mineral y se escucha por la ventana el jaleo de los estudiantes. Kadaré reside al lado de la Sorbona y del jardín de Luxemburgo. Una casa de techos altos y de maderas crujientes que suspendería cualquier concurso de diseño interior al uso. Porque Kadare no es un bourgeois-bohemian, sino un escritor de piedra que cincela las palabras.

-¿Cómo es su relación con la literatura española?

-Un tanto restrictiva, he de admitir. No muy profunda. Me refiero a que considero El Quijote una referencia absoluta de la cultura occidental y que la obra misma de Cervantes ha eclipsado toda la literatura española restante. Le ocurre a Italia con Dante y a Inglaterra con Shakespeare. Francia, en cambio, ha repartido su peso en otros autores. Incluso Alemania se multiplica en varios nombres. Ninguno llega probablemente a la altura de los tres citados, pero entre todos compensan la ausencia de una figura absoluta, o titánica por así decirlo. Las letras españolas, por tanto, siempre se encuentran hipotecadas, en el mejor sentido, a la humanidad y a la profundidad de Cervantes. Y me atrevería a prolongar la influencia a la literatura en español, consciente de que se trata de una generalización.

-Usted mismo tiene una actitud prudente hacia el realismo mágico.

-Atribuir el realismo mágico a una corriente de la literatura latinoamericana me parece absurdo y anómalo. La literatura es mágica. Y lo es desde Homero hasta nuestros días. Basta pensar en El infierno de Dante, o en el recurso deux ex maquina con que se resolvían muchas obras de teatro griegas ¿Qué le quedaría al escritor si no fuera la magia o la fantasía? No estoy cuestionando la calidad de la literatura latinoamericana, sino poniendo de relieve que la etiqueta me parece especulativa y hasta condescendiente. Entiendo que se trata de definir como mágico aquello que podría denominarse exótico, folclórico, ajeno. De hecho, la propia calificación del realismo mágico sobrentiende o aloja un cierto desprecio a esas novelas que vienen de América. Nos hace falta definirlas, incluso degradarlas. Mi literatura es mágica, esencialmente mágica.

-Y universal, a decir de Walter Selles. El cineasta brasileño adaptó Abril quebrado, aunque ya antes Marcello Mastroianni había interpretado El general del ejército muerto. ¿Qué piensa de sendas extrapolaciones? ¿Comparte con Salles la idea de que su literatura tiene una dimensión universal?

- La literatura es el primer fenómeno globalizador. Ya sé que el concepto de la globalización se maneja ahora como un descubrimiento, pero sólo hace falta leer a Esquilo, o a Shakespeare, por citar dos ejemplos, para darse cuenta de que la literatura, el teatro, son el vehículo para hablar del hombre y de sus incertidumbres y de sus escapatorias. Que suelen ser las mismas y que explican esa dimensión global cuando las leemos. Hemos hablado antes del Quijote. Podríamos citarlo ahora con toda la actualidad, o con toda la intemporalidad, si se prefiere.

-¿Y la dimensión de Kadare en celuloide?

-Me considero incapaz de juzgarla. No he querido participar en los guiones, ni siquiera supervisarlos. Y no por miedos o recelos, sino por entender que el cine es una dimensión ajena a mi literatura. Se le ha dado a las novelas una segunda vida, pero nada tengo que ver con las criaturas.

"No hay revisión interesada"

-En cambio a usted si le interesa repasar sus propias novelas. Las revisita, las retoca. Como si nunca estuvieran terminadas.

-No me considero nadie especial por ello. Es más, la gran parte de los escritores lo hace. Quizá como un ejercicio de responsabilidad. El problema es que en mi caso se pone en relieve una supuesta revisión interesada. Algunos de mis críticos más beligerantes piensan que retoco mis novelas para desdecirme de pasajes que había escrito durante el régimen de Enver Hoxha. Piensan que es una manera de manipular la historia, de valerse de una moviola. Es una especulación infantil. No sólo porque únicamente reviso mis novelas con un criterio literario. También porque sería un trabajo absurdo y hasta baldío pretender ponerme a salvo de las presuntas vacilaciones. Muchas de esas correcciones sólo aparecen en las versiones en albanés. Y se han sucedido en diferentes edades de las novelas. El problema es que se me quiere catalogar de escritor político, de militante, de novelista de acción. Y, a partir de ahí, entender mí obra como una suerte de reflejo propagandístico. Qué disparate.

-El jurado del Príncipe de Asturias destaca en todo caso su compromiso. No es que usted sea un escritor político, pero muchas de sus obras se han producido en un régimen delirante y comunista como el de Hoxha. Y otras, en el exilio de París.

- Soy un escritor político si mi obra se relaciona al tiempo y a las experiencias que he vivido. No puedo despojarme de mi contexto ni aislarme del mundo que me rodea. Al mismo tiempo, como escritor establezco una realidad paralela. La literatura llega a convertirse en una segunda patria. Y se produce, por tanto, un conflicto entre lo que vives y lo que escribes. Partiendo de una evidencia: ni la democracia ni la dictadura han cambiado mi manera de escribir. No me he sentido ni más ni menos inspirado por una o por la otra. Soy consciente de provenir de los Balcanes. Sé muy bien que en cada gesto, en cada palabra, se busca una connotación política. Pero se trata de una construcción ajena a mí de la que además no me siento deudor ni responsable.
[Continúa el viernes en El Cultural]