Image: La flor marchita del porvenir

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Letras

La flor marchita del porvenir

Se fallan en Barcelona los premios UPC de Ciencia Ficción, un género ya clásico con cada vez más lectores en España

22 octubre, 2009 02:00

Un fotograma de Solaris, 1972.

Daniel Arjona
En la biblioteca de infinitos libros ingleses en la que se crió Jorge Luis Borges palpitaban incontables historias y aventuras pero las que quedarían en la memoria del escritor argentino serían las de "el traidor que abandonó a su amigo en la luna y el viajero del tiempo que trajo del porvenir una flor marchita" (prólogo a Evaristo Carriero, 1959). Para reconocer, honrar y dar visibilidad en España al género de la ciencia ficción entre cuyos pioneros se cuentan precisamente el Julio Verne de De la Tierra a la Luna o el H. G. Wells de La Máquina del tiempo, que subyugaron al joven Borges (y también la Mary W. Shelley de Frankenstein), se constituyeron en 1991 los premios UPC de Ciencia Ficción que se fallan este viernes 23 de octubre. Dotados con 6.000 euros y convocados por la Universidad Politécnica de Cataluña con el apoyo de Ediciones B, se trataba por aquél entonces de una iniciativa arriesgada en un país en el que apenas destacan autores de importancia en un género minusvalorado por las instituciones y la industria editorial pese a su tenaz y numerosa legión de seguidores. El otro gran premio, el Minotauro, lo otorga Planeta.

La SCi-Fi, como se la conoce popularmente por su acrónimo en inglés, tras dar sus primeros y heroicos pasos en el siglo XIX, al calor de la revolución industrial, adquirió su nombre y su más o menos completa definición actual en 1926 en las páginas de Amazing Stories, la publicación de aventura y fantasía que dirigía Hugo Gernsback. Las revistas populares se llenaron durante los años treinta y cuarenta, la llamada edad de oro de la Ciencia Ficción, de naves espaciales, viajeros estelares, alienígenas, imperios galácticos, etcétera. Revistas míticas como Astounding Stories o The Magazine of Fantasy & Science Fiction popularizaron los nombres de unos entonces jovencísimos autores que hoy se recuerdan como los Grandes Maestros del género: Isaac Asimov, Robert A. Heinlein, Poul Anderson, Arthur C. Clarke.

A estos años de ingenuas y fantasiosos narraciones pulp les siguió, a partir de los cincuenta, una etapa de madurez (la "Edad de plata" que iría de 1951 a 1965) donde la novela se torna el formato más extendido y se escriben algunas de los grandes obras maestras, también por parte de autores deudores de otros intereses narrativos. Son los años de Crónicas marcianas (1950), y Fahrenheit 451 (1954), de Ray Bradbury, Mercaderes del Espacio (1953), de Frederik Pohl, Más que humano, de Theodore Sturgeon, Fundación (1951) y El fin de la eternidad (1955), de Isaac Asimov, Dune, de Frank Herbert, El fin de la Infancia (1953) y 2001, una odisea en el Espacio, de Arthur C. Clarke.

De exploraciones exteriores e interiores
La obra de Clarke, escrita originalmente como guión del famosísimo film de Stanley Kubrick, es la gran novela tardía de la época clásica. Las historias de robots e imperios espaciales comienzan a dar paso a temáticas sociales e íntimas caracterizadas por exploraciones más interiores que exteriores y cósmicas. La llamada Nueva Ola (New Wave) dejó en las playas azules de la SCi Fi un puñado de excepcionales novelas como El Mundo sumergido (1962), de J. G. Ballard, Sueñan los androides con ovejas eléctricas (1968) y Ubik (1969) de Philip K. Dick, A vuestros cuerpos dispersos (1971), de Philip José Farmer, y Tiempo de cambios (1972), de Robert Silverberg. A destacar además las imaginaciones espléndidas y torturadas del polaco Stanislaw Lem, autor de Solaris (1961).

Tras estos años de ciencia-ficción soft, una de las dos grandes divisiones del género, caracterizada por los temas sociales y el hincapié en lo literario, llegó una nueva avalancha de obras de ciencia ficción hard, donde los aspectos científicos y tecnológicos resultan esenciales en las tramas. Y es que a finales de los setenta y durante los ochenta, un hasta entonces extraño artilugio doméstico, el ordenador personal, comenzó a multiplicarse por los hogares de las clases medias occidentales.

El impacto del PC fue uno de los principales impulsores del movimiento ciberpunk capitaneado por autores como William Gibson, autor de Neuromante (1984), ganadora también de los premios Hugo y Nébula y de enorme impacto en los ochenta (no en vano acuñó el concepto de ciberespacio) o Bruce Sterling. Tras estos pioneros, que narraron futuros ominosos y apocalípticos dominados por la tecnología, comenzaron a publicar sus obras autores interesados también por temáticas informáticas y técnicas pero rechazando sus tópicos y esquemas y con una visión más positiva de las mismas. Muchos de ellos además revistaron temas clásicos como la space Opera. Son algunos de los autores más leídos hoy: Neal Stephenson, Greg Egan, Dan Simmons, Tad Williams, Kim Stanley Robinson, Orson Scott Card, Iain M. Banks o Greg Bear.

En España, donde el género nunca ha sido apreciado por las elites intelectuales pese a sus númerosos y fieles lectores apenas destaca un puñado de nombres que se haya aventurado en un género dominado por los anglosajones. Nombres como los de Ángel Torres Quesada, Carlos Saiz Cidoncha, Domingo Santos, Eduardo Gallego, Guillén Sánchez o el incansable divulgador del género como editor de la colección Nova de Ediciones B, Miquel Barceló.


Novedades recomendadas:

- Anatema. Neal Stephenson (Ediciones B)

- Guerra de regalos. Orson Scott Card (Ediciones B)

- Judas desencadenado. Meter F. Hamilton (Factoría de Ideas)

- Un destello en el cielo. Kay Kenyon (Factoría de ideas)

- La leyenda de Sigurd y Gudrún. J. R. Tolkien (Minotauro)

- Lavinia. Ursula K. Leguen (Minotauro)

- 2012. Brian D’Amato (Vía Magna)

- La estación del crepúsculo. Kate Wilhelm. Premios Hugo, Locus y Júpiter (Bibliopolis)

- Spin. Robert Charles Wilson (Omicrón)

- La red de Indra. José Miguel Aguilera (Alamut)